En la adolescencia, con dieciséis años, me inicié en el trabajo como obrera en una fábrica de tarjetas donde se realizaban todo tipo de diseño. Mi trabajo era sacarle los bocados con una espátula afilada, me gustaba las tarjetas para las fiestas de quince años, pero mis preferidas eran las de navidad, ya que había que cubrirlas con pega para luego rocíalas con la escarcha plateada, dorada y roja, más cortar los hilos dorados para colocárselo en los ojales de las tarjetas. Trabajo que disfrutaba, pues a escondida jugamos con las escarchas y las cintas de serpentinas, era muy divertido.
Los beneficios recibidos por trabajar ahí, me permitieron costearme mis estudios de secretariado ejecutivo y sufragar algunos gustos personales, así como también, colaborar con mis padres en los gastos del hogar. Disfrutaba mucho ayudar a mis padres, sentía el gozo de actuar como una adulta responsable.

En la fábrica había tres turnos de trabajo, los cuales eran rotativos. Al ser menor de edad solo hacía los turnos de la mañana y el de la tarde, tenía un permiso por el ministerio de trabajo, puesto que sin ese permiso no podía trabajar por mi edad. Me gustaba los desafíos, realizar tareas sin limitaciones, de tal manera de aprender el oficio en el entorno social, en el ruedo, pienso que en el verdadero fuego uno aprende, es a través de las prácticas diarias y no estando en una burbuja de cristal.

A todas estas, también llamaba mi atención el dueño de la fábrica, él era un alemán que media como dos metros o algo más, de contextura muy gruesa. Nos causaba mucha gracia al verle su físico, era igual a la caricatura de Pedro Picapiedras, solíamos reírnos de eso. Él era muy gentil cuando se dirigía a nosotros para comunicarnos algo, mientras que la abogada que prestaba sus servicios dentro de la fábrica era todo lo contrario, muy altiva en su forma de trato, parecía ser ella la dueña del lugar, actitud que mis compañeras y yo no veíamos con buenos ojos, a ella le gustaba pasearse por los pasillos para intimidar y señalar a las mesas en donde nos sentábamos a trabajar para indicar a quien iba a votar. Esa actitud causaba fricción entre las compañeras y nos hacía competir entre las mesas para lograr la mayor cantidad de cajas de tarjetas que debíamos sacar y que luego serían distribuidas a nivel nacional y al extranjero.

Que tiempos aquellos…

Nota:

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