¡Qué delicia de relato, amiguita!

Hace años que no piso ningún Sambil en Venezuela.

Sentí que caminaba contigo por cada pasillo del Sambil, riendo junto a tu mami y tus tías, saboreando los tequeños, emocionándome con las cositas lindas de Miniso, y reviviendo contigo esos recuerdos que despierta una simple comida en Arturo’s. Hay algo especial en esos días que se sienten como un regalo desde que amanece, como si todo conspirara para llenarte de alegría, y tú supiste transmitirlo con tanta calidez y detalle, que no pude evitar sonreír mientras leía.

Me encantó cómo fuiste entrelazando cada momento del día con las emociones que lo acompañaban: la nostalgia de tu infancia, la ilusión de estar con tus seres queridos, y hasta ese bajón inesperado que te recordó lo importante que es cuidar de ti… pero también lo valioso que es tener a alguien que te tome la mano en medio del caos y te diga “aquí estoy”.

Y qué decir del final, cuando a pesar del cansancio saliste a cumplir con tu amiga Luci. Eso habla de ti, de esa entrega, de esa capacidad de seguir repartiendo cariño aunque el cuerpo esté pidiendo cama. Tu historia fue un paseo físico y emocional, lleno de pequeños detalles que lo hacen entrañable, cercano, muy humano.

Gracias por compartir un día tan mágico, tan sencillo y tan especial. Porque muchas veces no se trata de hacer grandes cosas, sino de saber ver la belleza en lo cotidiano, y tú lo lograste de maravilla.

¿Y sabes qué me quedó rondando en la cabeza?

Esa pregunta final tuya…

Sí, he tenido días que se sienten como un regalito del cielo. ¿Y sabes qué?

Este relato tuyo fue uno de ellos. Gracias por compartirlo.