¿La culpa es de la víctima?

in #violencia7 years ago (edited)

La conciencia sobre la violencia de género ha cambiado mucho en los últimos años, siendo cada vez mayor en la sociedad y teniendo un espacio dentro de sus medios. Sin embargo, a pesar de que hoy en día la lucha por la igualdad es más fuerte que nunca, y va en aumento, es un proceso que apenas ha comenzado a ganar terreno en las discusiones sociales entre la población y sectores de importancia gubernamental e internacional.

Este conflicto siempre ha estado presente, y su mera existencia se debe a una serie de factores sociales que han marcado la estructura y los comportamientos dentro de nuestro sistema. No es sencillo el cambio, sobretodo cuando esta violencia se ha normalizado en muchos sentidos. Es debido a este mismo punto que hay quienes se les presentan como obstáculos a los militantes de esta lucha desde muchos ángulos diferentes. La oposición a las ideas de equidad no es la más preocupante, sino el discurso de incredulidad y culpa orientada a la víctima. Aquellos que intentan callar las voces del cambio con críticas y cuestionamientos hacia la persona perjudicada en lugar de dirigirlos hacia el acusado. Aquellos que, a pesar de todo, buscan la forma de culpar a la persona equivocada sin pensar en que con cada comentario dirigido a la persona violentada crece la normalización de esta violencia que no termina, ni en la muerte. Tal fue el caso de Mara Castillo, una joven mexicana de 19 años que fue violada y asesinada por un conductor de la plataforma Cabify. Aunque se movilizó la población difundiendo la información a través de redes sociales, también por este medio se hicieron muchos cuestionamientos hacia la joven una vez que se supo que su desaparición fue después de salir con sus amigos a celebrar en un bar. Comentarios como “pero quería salir de antro, ¿no?” y “sí, muy seria pero andaba fuera de su casa a las 5 de la mañana” son pruebas contundentes de que en estas situaciones el discurso que ataca al afectado no falta, y que además de todo, se orienta claramente hacia la visión tan cotidiana que se tiene de la violencia. En lugar de discutir sobre la situación de inseguridad tan grave de México donde cada cuatro horas una mujer es asesinada (Inegi, 2017) se le recrimina a la joven por lo que le sucedió, siendo ella la única culpable.

Por este mismo fenómeno de ataques hacia la víctima, hemos vivido en una época de silencio forzado. Mujeres y hombres que han sufrido de violaciones o casos de acoso sexual han sido obligados a permanecer callados, a no denunciar. Ya sea por miedo al rechazo, a la incredulidad, a las acciones que el agresor pueda hacer por la denuncia o simplemente por no saber qué hacer en esos casos. Creen que resulta más sencillo callar y aprender a vivir con esa terrible experiencia antes que hacer algo al respecto. Por fortuna, ha sucedido un cambio con los últimos acontecimientos que está ayudando a las víctimas a salir de esta parálisis y terminar con los encubrimientos de estos crímenes.

Desde septiembre del año pasado, se ha dado un giro imprevisto en el tema del acoso sexual con la apertura pública del caso Weinstein por la investigación de The New York Times, donde muchas mujeres de nombres conocidos como Gwyneth Paltrow, Angelina Jolie y Ashley Judd han declarado sobre los abusos que sufrieron por el productor de Hollywood. A pesar de que Harvey Weistein había llevado a cabo los acosos por muchos años tuvieron que pasar alrededor de tres décadas antes de que estos casos salieran a la luz. Tan pronto se dieron a conocer, hubo un efecto inmediato en la sociedad que movilizó a cientos de otras víctimas para alzar su voz e iniciar el rompimiento del silencio. Ahora, cinco meses después del primer impacto, muchas otras denuncias han surgido, tanto de mujeres como de hombres, con nuevos nombres señalados. Las repercusiones hacia los acusados nos demuestran el cambio que comienza a generarse gracias a las mujeres que tuvieron la valentía de alzarse, de no callarse y que encontraron los medios para ser escuchadas.

No obstante, el cambio se desarrolla con extrema lentitud. A pesar de este avance, sigue existiendo el discurso de incredulidad. Ha crecido la denuncia y con ella también el número de personas que se colocan en los dos “bandos” del conflicto. Mientras que muchas personas se han unido a iniciativas y movimientos como #MeToo, #YoNoDenuncioPorque y Time’s Up que se solidarizan con las víctimas y fomentan romper el silencio, no puede faltar el lado contrario a estas. Si bien no son parte de un anti-movimiento, están fomentando las prácticas que benefician a los agresores y sus aliados. ¿De qué manera? En el momento en el que una denuncia se lleva a cabo no pueden faltar los comentarios en contra del afectado, sea en los medios de comunicación, en las redes sociales o incluso en conversaciones cotidianas. Los cuestionamientos de qué tanta verdad hay en su historia, las críticas por su “victimización”, los debates abiertos sobre si su denuncia califica como válida o no en temas de acoso o violación; resumiendo todo esto en desacreditar al denunciante. Un ejemplo claro, aunque polémico, es el caso reciente de Karla Souza, donde las críticas llueven por su declaración de haber “permitido” los abusos y abstenerse de mencionar el nombre, pero el punto clave fuera de las discrepancias en su denuncia es la orientación de cuestionamiento por el tiempo. Le quitan credibilidad por haber tardado tanto tiempo en hablar, “¿por qué hasta ahora?” lo cual es parte del discurso de cuestionamiento y crítica al denunciante.

Todos los casos deben ser investigados, sí, una labor que las autoridades deben cumplir buscando pruebas y escuchando otros testimonios que usualmente sobran en situaciones como estas. Pero aquí la cuestión es como se ataca a la persona que se debería proteger, a la misma que guardaba silencio por temor a recibir exactamente esa reacción. Es algo que no debería suceder porque, aunque no lo parezca a simple vista y quizá las personas que hacen esta clase de acciones no lo piensan de esta manera, está alimentando al problema, normalizando y en ocasiones justificando la violencia. No pueden faltar los comentarios donde se pone en evidencia la razón por la que una persona fue víctima, sobretodo en los casos de las mujeres que fueron violadas o asesinadas. “Pues cómo no le iba a pasar, si iba sola”, “pues sí, se subió alcoholizada a un taxi”, “claro, salió de noche” y otras frases más son comunes a la hora de esta justificación de la violencia. Lo único que consiguen diálogos así es desviar la atención del núcleo del problema, el cual no es el hecho de cómo se comporte o no una mujer, sino las prácticas habituales de los hombres que las violan, las acosan o las matan. Por más lucha que se haga, no va a terminar esta situación a menos que se ataque desde su origen, no en su última instancia cuando ya ha escalado y ha sido normalizada.

Salma Hayek explicó este fenómeno en un artículo que publicó en diciembre del año pasado: “Los hombres acosan sexualmente porque pueden. Y las mujeres estamos hablando porque, en esta nueva era, por fin podemos hacerlo”. Esta permisividad que se le otorga a los agresores viene desde la sociedad, nace de los comentarios en contra de las víctimas y la falta de empatía o confianza en ellas cuando toman el valor de alzar la voz.

La violencia empieza mucho antes de tener una víctima, y cuando la hay, ya es demasiado tarde para detenerla. Esta situación debe terminar antes de perder la integridad, la inocencia y la vida de más personas, no cuando se conviertan en números para las cifras que se deciden ignorar. Hay que respetarlas, hay que salvarlas, no condenarlas a más sufrimiento. La gente, a través de redes sociales, expresa que está harta de las denuncias plagando las noticias, que “todo esto ya empieza a cansar” como dijo el usuario de Twitter @tebiestebanl en una respuesta a la cuenta de “El País” donde hablaba sobre una de las más recientes denuncias. Ojalá al igual que él más personas también se harten, que la sociedad lo haga. Si quieren dejar de leer sobre el acoso sexual, las violaciones y los feminicidios, entonces se les debe poner un alto, para siempre.

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