Stravaganza - Capítulo 31
Capítulo 31
-Candy, por lo menos has un esfuerzo por disimular - le susurró Annie al oído aprovechando que los chicos estaban enfrascados en una infantil competencia por ser el primero que lograse derribar la rama más alta del enorme roble que se erguía en el jardín, lanzándole piedras.
-¿Disimular qué?
-Que te mueres de celos porque Terry haya salido ésta tarde con Eliza.
-¡Eso no es cierto! - pero por la forma en que la miraba, Candy sabía que aquella exagerada defensa no convencía para nada a su amiga.
Te pusiste pálida cuando los viste marcharse juntos, has estado ausente toda la tarde y no dejas de elevar la vista cada que escuchas a cualquier pareja de alumnos con la esperanza de que sean ellos.
¡No son celos! Es solo que… me parece bastante extraño. Terry no soporta a Eliza, invitarla a salir justo el día de San Valentín, quiero decir, ¿a dónde irían? ¿De qué hablarían? Es totalmente ilógico. Apuesto a que lo hizo solo por molestarme.
-Parece que le resultó bastante bien.
-¿Te divertiste ésta tarde? - le preguntó Anthony mientras la acompañaba de vuelta al edificio que albergaba el ala destinada a las alumnas del colegio.
-¿Qué? ¡Ah, sí! Claro que me divertí.
- No parece. Estabas un tanto, distraída. Apenas y probaste bocado y no hablaste casi nada. Verte tan callada no es normal. Me gustaría saber qué era lo que te preocupaba tanto que ocupaba el cien por ciento de tus pensamiento, o quién.
-No se trata de eso, Anthony. Es solo que… sabes que la temporada de exámenes se acerca, y para mí es como una soga que se estrecha alrededor de mi cuello. No puedo reprobar, o eso significaría mi salida definitiva de éste colegio. ¿No te parece que ese es motivo suficiente para tener mi mente preocupada?
-Pero es que no tienes que preocuparte de nada, Candy. Has estudiado mucho todas las noches, y ese esfuerzo extra dará sus frutos.
-Me gustaría tener esa misma confianza. En fin, que pase lo que tenga que pasar, pero que sea rápido.
En el comedor de las chicas los chismes bullían. Unas veinte chicas rodeaban a Eliza deseosas de conocer los detalles de su reciente cita con Terry Grandchester. La aludida, cuyo ego no cabía en su ser al recibir tanta atención, contaba los detalles elevando la voz en un tono tan agudo que resultaba molesto a quien lo escuchara, pero que llevaba la firme intención de llegar hasta los oídos de Candy.
-Fuimos al restaurante más elegante de todo Londres – comenzó a decir elevando la cabeza para estar pendiente de la reacción de Candy, quien jugaba con la crema de espinacas sin encontrar el valor de llevarse una cucharada a la boca – el lugar estaba abarrotado, la gente hacía filas enormes para lograr hacerse de una mesa, pero claro, Terry no iba a esperar, bastó con decir su apellido y de inmediato el anfitrión del lugar le tenía preparada una mesa en la terraza. Terry recibe trato preferencial a cualquier lugar que vaya. Comimos delicioso y conversamos por mucho rato, Terry es tan, intenso en todos los aspectos. Dijo que no podría bajarme de automóvil de la familia Grandchester hasta que le diera una fecha para una siguiente cita.
El sabor amargo que subía desde la boca de su estómago hasta la garganta fue suficiente para quitarle a Candy las ganas de saborear el postre. Anni se ofreció a acompañarla, pero ella alegó que prefería estar sola.
Los pasillos estaban oscuros, al igual que su habitación, pero no tenía ganas de encender las luces de su alcoba. Apenas abrió la puerta, se tumbó boca abajo en su cama tratando de que al hundir el rostro sobre la almohada, ésta amortiguara la potencia de sus gritos.
-¡Eres un idiota Terry Gradnchesterrrrrr! – Gritaba mientras soltaba puñetazos al colchón - ¡UN GRANDÍSIMO IDIOTA! ¿Cómo pudiste…?
-¡Ja, ja, ja, ja! Soy “un grandísimo idiota” – repitió Terry en medio de una ataque de risa, cuya presencia en la alcoba de Candy había quedado oculta tras las cortinas del amplio ventanal.
Candy se incorporó a escucharlo reír. Agradecía que la oscuridad que reinaba en la habitación no pusiera a descubierto su rostro que hervía mezcla de coraje y vergüenza de haber sido descubierta en medio de semejante pataleta. - ¿Qué haces en mi habitación? ¡Márchate de inmediato o gritaré!
- ¿Gritarás que soy un grandísimo idiota? – Aquello parecía divertirlo enormemente – tranquila Pecas, solo pasé un momento a constatar si mi plan había tenido los resultados que esperaba. Parece que el efecto fue todavía más grande de lo que yo imaginaba.
-¿Tu plan? – preguntó Candy cada vez más intrigada.
- Sí – se acercó hasta tomarle la barbilla con su mano derecha, Candy estaba sentada en la orilla de la cama – hacerte creer que había salido con Eliza Leagan.
-¿Hacerme creer? ¿Quieres decir que se trató de un invento? Porque Eliza acaba de relatar en el comedor de las chicas con lujo de detalle cada uno de los momentos de su romántica cita.
-Eliza tiene una imaginación prodigiosa. Además, yo le había dado vía libre para que se inventara lo que se le diera en gana y yo la respaldaría. Para serte honesto Pecas, no creí que te confesaría la verdad tan rápido.
- ¿Confesarme qué?
Terry suspiró. – Convencí a Eliza, aunque siendo honesto no me costó demasiado trabajo, de hacerle creer a todo el mundo que ella y yo habíamos tenido una cita de San Valentín.
-¿Para qué? ¿Ella que ganaba?
-Al parecer, el mero hecho de que todo el colegio creyera que había salido conmigo era suficiente aliciente; el hecho de fastidiarte, era un plus.
-Y a ti, ¿qué te movía? ¿Venganza?
-Em-pa-tía – pronunció cada sílaba con excesiva calma- y hacerte recapacitar. La última vez que hablamos estabas plenamente convencida de tu decisión argumentando no querer lastimar a Anthony, ¡sin importante lo mucho que me lastimaras a mí! O las consecuencias que tu decisión podría acarrear, como el hecho de que yo estuviera en completa libertad de salir con alguien más. Solo quería que por un instante te pusieras en mis zapatos, Candy. Que sintieras por una vez cómo se me desgarra el alma cada vez que te veo irte con él ¡y no poder decir ni una sola palabra por guardar las apariencias! Sin tener otra opción más que encerrarme en mi cuarto y aferrarme cual naufrago a su tabla de salvación, repitiendo una y otra vez que no es cierto, que tú me amas a mí y nada ni nadie cambiará eso.
El único ruido que rompía el silencio sepulcral de la habitación, eran las respiraciones agitadas de ambos. ¿Empatía? ¡Aquello había sido una cruel venganza! ¿De otra forma por qué Terry había escogido salir con la persona que más daño le había hecho a ella, con la que sabía que la haría perder la cordura y el buen juicio?
“Porque de haber sido cualquier otra persona, lo habrías tomado a la ligera”. Le contestó lo poco de raciocinio que todavía quedaba en su cabeza. De todos modos lo podía dejar pasar dicha afrenta. Terry la había provocado, la había humillado, le había pagado con la misma moneda, pero a pesar de la indignación, solo una pregunta rondaba por su mente.
- ¿Entonces, ella no te interesa? – le preguntó mientras tomaba su rostro con la mano derecha. Terry parecía encontrar buen refugio en aquella caricia, a la cual se entregó sin reservas.
-En absoluto – y su confesión a ojos cerrados la convenció al cien por ciento – mi corazón únicamente pertenece a ti, Pecas.
La suavidad de su rostro, el olor de su perfume, el timbre de su voz que hacía eco en sus oídos. Estaba ahí, tan cerca, que no pudo resistirse a sellarle los labios con un beso. Se elevó sobre la punta de sus pies para alcanzarlo. Terry permanecía con los ojos cerrados y aquel gesto lo tomó por sorpresa, pero logró superarla de inmediato. La abrazó con una intensidad que eliminaba cualquier distancia física o espiritual entre ellos. Hundía sus dedos en aquella maraña espesa de cabello como si en ese gesto se le fuera la vida.
No sabía si aquella reacción era derivada del miedo de perderlo, o a la necesidad de tenerlo, que sus manos parecían tener voluntad propia. Se escaparon curiosas debajo del saco de Terry, quien decidió desprenderse de él con celeridad, pero al hacerlo con tanta prisa, los faldones de su camisa se escaparon de su pantalón, dejando a Candy en contacto directo con la piel firme y tersa de su vientre. Las manos de Candy se movían sigilosas, pero llenas de curiosidad acariciando ese bello vientre, hasta llegar a su espalda donde los músculos se contraían por el esfuerzo físico que requería tenerla rodeada con aquel intenso abrazo.
La parte posterior de sus rodillas había chocado contra su cama, habría caído de espaldas sobre ésta de no ser porque Terry detuvo su caída sosteniéndola con el brazo derecho, pero cuando ella intentó reincorporarse, se encontró con que Terry imprimía la fuerza del peso de su cuerpo para evitar que ella se pusiera de pie. Y así, con aquel extraño efecto de fuerza – resistencia, la depositó con suavidad sobre su cama, y aunque su boca no se separaba ni medio centímetro de la ella, Candy pudo notar que Terry sonreía.
Él colocó ambas manos sobre el colchón, contorneando el cuerpo de ella. Se elevó apoyándose de sus manos para permitirse mayor movilidad. Le dio un tierno beso en la nariz, en la oreja izquierda, en cada una de las pecas que cubrían su rostro. Candy cerraba los ojos entregándose sin recato a disfrutar cada una de esas magníficas atenciones. No pude resistirse a esas terribles ganas de tocarlo, de aspirarlo, de besarlo. Que dejando de lado cualquier remordimiento, comenzó a hacerlo volviendo a meter las manos bajo la camisa de Terry para acariciar con desesperación su espalda.
No importaba nada, ni nadie, solo él, ella. Y nada podía echar a perder ese momento.
-¡Déjalo! – le susurró Terry al oído.
-¿Qué? – preguntó desconcertada, pero no porque no hubiese oído la firme solicitud de Terry, sino porque el verlo levantarse de la cama le causó demasiado desconcierto.
-Escuchaste bien, ¡déjalo!
-¿A dónde vas? – preguntó Candy llena de perplejidad al observar que Terry volvía a acomodar su camisa dentro del pantalón y a vestirse con aquel elegante saco.
-A mi habitación.
-¿Por... por qué?
-No lo sé Candy, esa forma de besarme, de tocarme. No es propia para tratar a un caballero.
¡Vaya que Terry sabía esperar la oportunidad para tomar venganza y regresarle las mismas palabras que ella había utilizado en su contra! ¡No debía de darle gusto! Ni siquiera prestarle importancia. Pero en lugar de eso, tomó una de sus almohadas y se la arrojó directo al rostro.
Terry apenas y pudo esquivar aquel suave proyectil, pero no así aguantarse la risa. La reacción tan visceral de Candy había sido más satisfactoria de lo que él esperaba.
-¿Además de aprovecharte de mí, ahora pretendes golpearme?
-¡Yo no…! –Candy no cabía en sí de la indignación, pero sabía que con Terry, cualquier cosa que dijera, podía ser utilizada en su contra. Prefirió guardar silencio, y en gesto infantil, cruzó los brazos sobre su pecho evitando que sus miradas se cruzaran.
Terry se acercó y sin la menor delicadeza, tomó las mejillas de Candy entre su mano derecha y le asestó un fuerte beso en los labios – Te amo Candy, pero no pienso prestarme a éste juego. Tienes que decidirte, y pronto.
Se marchó. Dejando tras de sí, las ventanas de la habitación 101 del bloque de las chicas abiertas de par en par. Dejando en Candy esa permanente sentimiento de desconcierto. Dejando la habitación inundada de su aroma, la sensación latente de sus besos, sobre sus labios. Del calor de su piel debajo de sus manos. Y de esas ganas de tenerlo ahí, solo para ella.
Y dejándole en la mente resonando una y otra vez, aquella sencilla palabra que implicaba tantas cosas.
“Déjalo”.