Stravaganza - Capítulo 29
Capítulo 29 –
El frío ni siquiera se sentía con su presencia. Terry volvía cálida la habitación más fría y vacía de aquel enorme colegio con el solo hecho de sonreír. Solía aparecerse todas las mañanas en el comedor de las chicas, cosa que estaba estrictamente prohibida por supuesto, pero que poco le importaba a él o a cualquier religiosa del colegio en aquella temporada, y acompañarlas a desayunar. Al principio su personalidad potente y cambiante, intimidaba un poco a Patty y Annie, pero con el ambiente relajado, pronto salió a la luz el verdadero Terry: bromista, amable y un auténtico caballero. Quien de la misma forma podía hacer sentir a las chicas seguras con su porte y galantería, como lograr que se desternillaran de risa relatando alguna inapropiada anécdota de la hermana Gray.
Terminando el desayuno, el cual a veces se prolongaba un par de horas, Terry se despedía para darle a Candy la oportunidad de convivir con sus amigas: “No tienes que hacerlo, las chicas ya dejaron de tenerte miedo”, le comento un día a tono de broma. “No quiero agobiarte”, le contestó él, “de la misma forma que esta ausencia de nefastos compañeros nos brinda a ti y a mí la oportunidad de convivir en un ambiente mucho más cómodo, tampoco deberías de desaprovechar esta oportunidad de pasar un buen rato con tus amigas. No quiero atosigarte y hay cosas que seguramente se sentirían más cómodas de conversar sin mi presencia. Como hablar mal de mí, por ejemplo. Te veo más tarde, Pecas”.
-¡Ahora entiendo por qué te tiene loca!
-¡Annie! – pero la indignación que pretendía imponer al mencionar el nombre de su amiga no pudo ocultar su diversión.
-Es…irresistible, no te culpo.
-Además es ¡tan guapo! Nunca lo había visto de cerca, es decir, no era capaz de atreverme a mirarlo a la cara. – Patty también había caído bajo el encanto del heredero del Duque – pero juro por Dios que jamás había visto a un chico tan apuesto.
-¿Hasta que conociste a Stear? – Patty enrojeció hasta la coronilla.
- Stear es muy apuesto, claro, digamos que en un estilo distinto. Pero lo que en verdad me gusta de él es su ternura y su inteligencia.
-Terry también es tierno – agregó Annie - ¡claro! Cuando quiere y muy a su estilo. Pero eso de fingir que necesita clases de regularización solo para ayudarte a ti con tus notas, es una enorme muestra de cariño y ternura.
-Lo sé, además de una gran ayuda. Hablando de eso, tengo que dejarlas, es hora de mi asesoría.
-Querrás decir tu cita, ¡uhhhh! – gritaron Annie y Patty al unísono en un marcado tono de burla.
-No sean tontas, no es una cita, la hermana Circe estará ahí.
-La hermana Circe nos ha abandonado – exclamó Terry en voz alta ante el desconcierto que le provocó a Candy entrar al aula de estudio y no ver a la religiosa en su escritorio – pasó a mejor vida.
-¡Terry! ¿Quieres decir que ella…?
-Se fue de vacaciones con su hermana a Irlanda. Cualquier vida es mejor que la que puedes tener aquí
-¡Me asustaste! Creí que…olvídalo. ¡Genial!, me quedé aquí en vacaciones para poder estudiar y resulta que mi maestra decidió abandonarme.
-Pero yo no, Pecas, yo nunca te abandonaré. – Le dio un beso en la frente – La ausencia de la hermana Circe no tiene por qué interferir en tu propósito de ponerte al día en tus estudios, y dicho de paso, esa religiosa no era de mucha ayuda. Podemos continuar nosotros, por nuestra cuenta, ¿te parece?
-¿Harías eso por mí?
-Sabes que haría lo que fuera, por verte feliz. Podemos empezar con, ¿biología? La reproducción de los animales y sus rituales de apareamiento, tal vez. ¡Ja, ja, ja! No pongas esa cara, Pecas. Solo bromeaba, no lo pude evitar. Algo un poco menos entretenido, Historia Universal.
A su lado las cosas siempre fluían. Así pasaba las tardes absorbiendo conocimientos a una velocidad que a ella misma la sorprendía. Y es que las explicaciones de Terry eran prácticas, directas, con ejemplos bien contextualizados, y sobre todo, carentes de esa actitud de “estoy perdiendo mi tiempo tratando de enseñarle algo a esta chica con poco intelecto” que la mayoría de los profesores y profesoras del colegio exteriorizaban sin la menor discreción, cuando ella asistía a clases, hecho que frenaba a Candy a preguntar alguna de sus múltiples dudas por temor a ser objeto de burlas al preguntar algo que podía resultar obvio para el resto de los alumnos o que se suponía ella ya debía conocer.
Terry no. Por el contrario, nunca daba nada por sentado, nunca suponía que ella ya “debía de saber algo”, y lo más importante, nunca la subestimaba. Y cuando finalmente ella lograba resolver un problema aritmético, recordar una fecha importante, o recitar algún poema de memoria, Terry la miraba, con una amplia sonrisa y le decía lleno de orgullo: “sabía que lo lograrías”.
Los domingos, la visita obligada era ir a prestar ayuda al orfanato que se encontraba cerca del zoológico Blue River. Para Annie, el servir comida y brindar un rato de esparcimiento a los niños huérfanos, le recordaba “los buenos tiempos”. Cuando Candy y ella eran unas niñas pequeñas, quienes a pesar de las carencias, no necesitaban nada más que tenerse una a la otra, para ser completamente felices. A Patty, aquella labor altruista la hacía sentir de maravilla, incluso se atrevió a confesarle a sus amigas que, de pequeña, soñaba con tomar los hábitos y dedicar su vida al servicio de Dios y de las personas que lo necesitaran. Pero sería una buena religiosa, recalcó, no como la hermana Gray, más parecida a la señorita Pony y la hermana María de las cuales Candy y Annie le habían hablado tantas maravillas.
- Nadie en su sano juicio desearía ser como la hermana Gray – Aunque Terry se mantenía a una sana distancia de las chicas, ocupado en las labores que requerían de un mayor esfuerzo físico, siempre tenía tiempo de lanzar algún comentario inapropiado que arrancara a las chicas una sonora carcajada.
Al terminar su servicio en aquel lugar, marchaban presurosos al zoológico Blue River. Albert los recibía con una espléndida sonrisa, tazas de té caliente para las chicas y una botella de whiskey que compartía con su gran amigo. A July se le notaba hermosa y radiante, la compañía de otras tortugas le había venido de maravilla. Y Candy pensaba que aquellas extrañas vacaciones lejos de presiones y en acompañada de sus mejores amigos, habían ejercido en ella el mismo efecto reparador de cuerpo y espíritu que la estancia en el zoológico había obrado en la pequeña July.
Terry reía un tanto apenado mientras Albert le relataba a las chicas aquella ocasión en la que debido al grado de alcohol tan elevado que Terry llevaba en la sangre, y los innumerables moretones en el rostro, habían provocado que Terry terminara en la habitación de Candy.
Casi oscurecía y debían regresar al colegio, pero antes de eso, Albert le robó a Candy un par de minutos a solas, para darle un regalo y un buen consejo.
- ¡Feliz Navidad, Candy! Sé que aún faltan un par de días, pero, aquí en el zoológico cerraran y no creo verte hasta pasando el año nuevo. Tengo… algunos asuntos que atender. Pero antes de hacerlo, quería darte esto.
-Albert, ¡es hermoso! – una pequeña figura de un ángel repleto de pequeñas piedras que destellaban bajo los últimos rayos del sol de esa tarde. Candy no sabía de piedras preciosas, nunca había poseído alguna especie de alhaja, pero algo le hacía suponer que aquella era una pieza de joyería sumamente costosa, lo cual la hizo sentirse un poco mal ya que comprendía el enorme desembolso económico que significaba para Albert darle un regalo de dicha categoría, pero cuando lo mencionó, Albert minimizó el asunto tomándolo con demasiada ligereza.
-Colócalo bajo tu almohada. Eso te ayudará a tener lindos sueños, y a hacer que esos sueños se cumplan.
-Gracias, Albert – sonrió.
-Ahí está. Finalmente, esa hermosa sonrisa que habías mantenido guardada por demasiado tiempo. Prométeme que seguirás así, y que harás lo que sea necesario para luchar por tu felicidad, y por las personas que te hacen feliz.
Nochebuena. Un colegio vacío, una escueta cena y un enorme comedor ocupado únicamente por tres chicas. El ruido que hacían los cubiertos al chocar contra los platos repiqueteaba por todo el lugar.
Candy no había visto a Terry en todo el día, tal vez en el último momento había decidido celebrar la nochebuena en un lugar menos lúgubre y depresivo que dicho colegio. No lo culpaba, pero, “¿le costaba demasiado trabajo comentarme?
Al poco rato apareció, estaba considerablemente intoxicado, parecía que había empezado hace mucho el festejo en otro lugar. Se desparramó en el asiento que estaba enfrente de donde ellas estaban sentadas y con un sonoro hipido preguntó: ¿Y bien, qué procede? Las tres chicas lo miraban con los ojos muy abiertos, no entendían a qué rayos se refería.
Del bolsillo interior de su chaqueta, sacó tres regalos, aunque le costó mucho trabajo hacerlo debido a su etílico estado. Annie fue la primera en abrir el suyo, la curiosidad siempre fue su debilidad.
La envoltura dorada contenía una trufa de chocolate, Annie la devoró de inmediato. Su débil “gracias” pareció infundir valor en Patty, y se animó a abrir el suyo. Una réplica en miniatura de una bella tortuga emergió de la envoltura, las leyenda “Blue River” estaba marcada en el estómago de la figura, a Patty se le inundaron los ojos de lágrimas, recordando a su adorada mascota que se había visto forzada a regalar a dicho zoológico. En su leve quedo gemido todos comprendieron que ella estaba muy agradecida.
Pero cuando Candy estaba a punto de abrir su regalo, Terry puso su mano sobre la de ella , y en medio de una carcajada expresó. “no es algo que puedo ser visto en público”. Candy enrojeció, ¿de qué clase de tipo de broma inapropiada se trataba ésta vez? Sumamente indignada, Candy abandonó su asiento y se encaminó a paso veloz hacia su habitación. Estaba segura de que Terry la seguiría, pero en lugar de eso hizo algo totalmente inesperado.
Colocó un disco en el viejo tocadiscos del comedor para de inmediato sacar a Patty a bailar. Ella estaba más roja que un jitomate, aquella inesperada “invitación” la había tomado por sorpresa. Comenzó a reír debido a los pocos coordinados pasos de baile que Terry desplegaba en aquella improvisada pista, el alcohol cobraba factura. Annie reía y aplaudía desde su tribuna, pero antes de que pudiese refutar también a ella la había sacado a bailar.
La situación era por demás hilarante, y haciéndole gestos con sus manos, Annie animó a Candy para que se uniera a aquella extraña fiesta. “¿Qué más podía pasar?” Le susurró a su amiga en el oído. Tenía razón. Todos giraban y reían sin discreción, de repente, sin comprender del todo cómo ocurrió, Candy había terminado en los brazos de Terry. Su fingida torpeza al bailar con Annie y Patty había desaparecido, la música ahora era lenta, y con destreza, alejaba y volvía a traer a Candy hacia sus brazos, a placer.
Annie sonreía al verlos. Ella mejor que nadie sabía que Candy no debía, QUE MUCHO MENOS QUERÍA ENAMORARME DE ÉL, pero que ya no había marcha atrás. Candy y Terry se amaban con cada fibra de su ser.
Se disculpó argumentando que Patty y ella estaban demasiado cansadas, comentario al cual Terry pusiste nula atención. Ambos siguieron bailando, por minutos, u horas, nadie podía saberlo. Hasta que el disco se acabó y la magia del momento se perdió.
-Te acompaño a tu habitación. Es decir – agregó ante su hosca mirada- te acompaño hasta donde es políticamente correcto acompañar a una señorita como tú.
Caminaban por los amplios pasillos del San Pablo. Contaban historias sobre tal o cual fantasma que aparecía en los baños o corredores, pero el fuerte olor a whiskey que brotaba de su ser hacían que Candy dudara de la veracidad de sus historias.
-¿No abrirás tu regalo?- preguntó antes de doblar la esquina con rumbo al dormitorio de las chicas. Las hermanas que se supone debían realizar el rondín, estaban dormidas o festejando con sus propias familias. El colegio se sentía vacío pero seguro.
-Dijiste que no era algo que pudiese ser abierto en público.
-Y así es. Ábrelo.
Al abrir el pequeño envoltorio, Candy descubrió un programa del teatro de Broadway. La bella estampa de Eleonor Baker aparecía ahí.
-Fue la última función en la que la vi –contestó al grande ¿por qué? Que Candy había expresado únicamente con la mirada – pensé que podría servirte para separar la página donde dejaste la lectura de tus libros o algo así – frotaba su cuello con desesperación – sé que no es nada pero…
-Gracias- le contestó con sinceridad - ¿finalmente has decidido ir a ver a tu madre?
-No lo sé – trataba de perder su mirada en la oscuridad de la noche – temo cualquier cosa que me pueda decir. Por el momento no quiero pensar en eso, esta noche, solo quiero desearte que pases una feliz navidad.
-Feliz navidad, Terry.
-Feliz navidad, Candy.
Dieron la media vuelta hasta quedar de espaldas. Emprendieron caminos con direcciones completamente diferentes. Lo sonidos de sus pasos, lentos e inseguros, reverberaban en los altos muros. De repente, el sonido cesó. Probablemente había decidido continuar la fiesta en algún lugar de mala muerte. Empezó a correr, sus pasos acelerados sonaban cada vez más cerca de ella, incrementaba su carrera al mismo ritmo que lo hacía el latido de su corazón.
Tomó su hombro derecho y la giró. Solo mucho tiempo después se darían cuenta de que estaban parados debajo de un muérdago. La besó, con esa pasión y desesperación que lo caracterizaría por siempre.
No había más que pensar, no había más que postergar. Con cada beso dado en plena oscuridad se convencía de amaba con todo su corazón a Terry y que lo único que quería era estar con él.
-Sí – contestó a la pregunta no formulada de Terry que versaba un “¿se lo dirás?” Parecía que habían desarrollado la capacidad de leerse el uno al otro la mente. Y volvió a besarlo.
Se lo diría, estaba decidida, y cada día de esas hermosas vacaciones que pasaba al lado de su amado Terry se convencía más y más de que aquella decisión, por muy dolorosa que pareciera y aun con todas las consecuencias que traería en personas a las cuales ella quería, lo haría, porque era lo correcto.
Trataría de ser tan amable como la situación se lo permitiera, Anthony no se merecía un trato rudo. Aunque ella sabía que no se lo tomaría nada bien. Terry se ofreció a acompañarla, prometiendo que se comportaría y guardaría la compostura. Pero ella lo rechazó, eso era algo que tenían que hablar únicamente Anthony y ella, algo que le correspondía a los dos.
No dejaría pasar más tiempo, apenas Anthony pusiera un pie de vuelta en el colegio San Pablo le diría que lo suyo, había terminado.
El problema fue que el día que los estudiantes debían presentarse de vuelta en el colegio, Anthony no regresó.