Nicolás —Segunda parte | Relato
Era mi casi primera noche en la calle, durante el día había caminado por todo el centro de la ciudad, recorriendo los anaqueles de ropa y jugueterias. Como tenía un poco de dinero guardado tome el que había en la cartera de mi abuela y con el, decidí convertirme en un hombre de negocios al hacer mi primera gran inversión.Cuando iba a buscar un sitio para pasar la noche me di cuenta que estaba frente al asilo de ancianos, así que ante la vista de piel arrugada y ojos malignos, huí adentrándome en la primera puerta que vi abierta, resultó ser una librería. No de esas cosas donde venden afeitadoras, esponjas para baño y un adicional de libros, no, esta era una librería de verdad.
— Nicolás— Dije crispado, cuando la enana me dijo “este niño”, la señora que era tan diferente a la hija me regalo una sonrisa de relajada, mostrándome sus blancos y perfectos dientes, el cabello dorado como el sol le caía a ambos lados de la cara en ligeras ondas y los ojos de un brillante color ámbar se veían tan diferentes a los de mi abuela. Tan amigables. No debía pasar de la treintena de años y era muy guapa.
Cuando me entregó el libro vi que la niña me estaba mirando detalladamente, como se dio cuenta apartó la mirada. Yo levante una ceja y me senté en un bloque de tamaño monumental en el área de cuentos para niños. Entendía tan poco a las niñas, toda mi vida las había considerado odiosas, e increíblemente insoportables.
— No tengo donde quedarme— Dije enfurruñandome — Por quedarme leyendo no fui a buscar ningún sitio y no tengo donde dormir — Me levante dirigiéndome hacia la salida cuando la niña me agarró otra vez del hombro.
— Yo te puedo ayudar — Su voz era más baja, la mire fijamente a los ojos buscando el chiste, o la mentira que se me rebelara al mirar en sus orbes marrones oscuras como el café. Parecía tan sincera, que daban ganas de creerle, así que decidí darle un pequeño voto de confianza. Asentí con la cabeza y ella se mordió otra vez el labio. Eso era sin duda su mal hábito. Se me acerco y murmuro en mi oído — Sal de la tienda y metete en la vereda, arriba hay un departamento, yo te lanzare algo para que subas. — Se sonrojo dándole una apariencia muy tierna — Pero solo por esta noche ¿de acuerdo?
Mi respuesta fue besarla en la mejilla haciendo que sus mejillas brillaran de un bello carmín. — Muchas gracias— Tartamudee. Esta era la primera niña que realmente me caía bien.
— Bueno pequeño, ya es hora de cerrar. Ten cuidado en la calle y gracias por tu compra — Dijo la señora que había catalogado como dueña de mis pensamientos. Me abrió la puerta para que saliera, yo me fui con la cabeza gacha, la mochila en mi espalda y el libro entre mis brazos.
Espere hasta que todas las luces del piso de abajo estuvieran apagadas, y luego corrí al callejón poniéndome frente a una ventana sin rejas la niña — De la cual no sabía ni el nombre— Lanzó una escalera que se estrello con un estrépito contra el piso, haciendo que uno que otro vagabundo dijera algunas barbaridades para volver a quedarse dormido de la borrachera.
Subí trepando los escalones y ella me ayudo el último tramo estirando los brazos para que yo me colgara de ellos y pudiera impulsarme.
Caímos sobre el piso del balcón bastante cansados, mire a la niña interrogándola mentalmente, porque razón me abría ayudado y ella sonrió alegremente — Me gusta ayudar a las personas — Dijo encogiéndose de hombros y regalándome otra sonrisa grandiosa.
— Gracias por ayudarme— baje la mirada y observe los autos que pasaban por la calle, los hombres delgados y altos que iban con sacos escondiendo en sus bolsillos todo tipo de artimañas para hacer daño a los demás, y mujeres medio desnudas que detenían automóviles en plena avenida Bolívar. Esa era la realidad de mi país, yo siendo un niño con grandes sueños lo comprendía. Me pregunte en silencio como se llamaría la niña que me estaba ayudando.
— Rebeca — Dijo, suavemente— Me llamo Rebeca, a mi mamá le encanta leer y me puso como un personaje de su novela preferida, no sé si la habrás oído, su nombre es cien años de soledad, tal vez la leíste porque al parecer te gusta mucho leer. — Rebeca se mordió el labio, claro que la recordaba, en el libro era la niña flacucha que había aparecido de la nada con los huesos de sus padres, y, luego se comprometió con Pietro Crespi, pero antes de que se celebrase la boda José Arcadio el hijo mayor apareció de su viaje con los gitanos, quedando ella profundamente atraída, decidió abandonar a su prometido e irse con su hermanastro. Una historia un poco complicada, y era muy extraño que le hubieran puesto Rebeca, ¿Por qué no Amaranta?
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