Es impreciso definirnos como individuos. Cuando lo hacemos estamos diciendo que somos indivisibles, unicidad, individualidad. Nada más alejado de eso cuando intentamos definirnos. A muchos de nosotros se nos dificulta presentarnos frente a otros porque no son pocas las cosas que nos constituyen y para organizarlas nos convertimos en un archivo que se bifurca. Somos archivo físico y subjetivo. Nuestro cuerpo es el gran archivo de nuestra historicidad. Desde que nacemos pasamos por un censo de natalidad para ser archivados por el Estado como ciudadanos naturales, a medida que crecemos y nos involucramos en la vida social, nos convertimos en sujetos cuyos datos deben pasar siempre por un registro de lo que somos, de lo que hemos hecho o hemos dejado de hacer, así como es importante para el Estado registrar los crímenes de una persona, también es importante registrar que no ha cometido ninguno.

Sin embargo, no es el Estado el único que tiene nuestros datos, desde que nos configuramos como seres vivos estamos almacenando datos cual archivo, prueba ineludible de ello es nuestro código genético: un archivo de todas las condiciones genéticas que heredamos de nuestros padres y que se reflejan en nuestro fenotipo o apariencia de nuestro cuerpo. Y es nuestro cuerpo el gran archivo de toda nuestra vida, en él se registran las marcas de nuestras experiencias. Un accidente de tránsito puede dejar una cicatriz que nuestro cuerpo registra porque si algo sabe el cuerpo como archivo, es que solo se registra para no olvidar, para intentar la inmortalidad de los acontecimientos en la memoria.

Las prácticas sexuales también quedan registradas por nuestro cuerpo con alguna enfermedad o embarazo, hay formas en las que se le intenta impedir al cuerpo hacer este tipo de registros ya sea con anticonceptivos o condones, pero nada es definitivo en las prácticas humanas. Cuando tenemos relaciones sexuales están dos archivos, o más, encontrándose para mezclar por un instante los registros sexuales de los cuerpos. Pero nuestro cuerpo no se limita al archivo físico, nuestro archivo emocional lo secunda. Nuestro cuerpo se expone a las experiencias para archivarlas física, pero sobre todo, emocionalmente. Es ahí donde la memoria se complementa con el cuerpo para guardar las frustraciones, las alegrías, los deseos y otras emociones que también son importantes para conformarnos como individuos fragmentados por datos e información que continuamente debemos estar organizando en función de darle un sentido a lo que consideramos nuestra vida.