Las llamas ardientes
A lo largo de la historia, desde que el universo se creó, las fuerzas se encargan de mantener el equilibrio en el mundo. Dando vida a los hombres y en el momento oportuno, quitándoselas.
Así funciona esto. Todo tiene un inicio y un fin. Para que el balance se mantenga el ciclo de completarse. Si me preguntas, no disfruto haciendo mi trabajo, pero luego de todo este tiempo, he aprendido a aceptar el destino. Sin embargo, si tuviera control sobre las fuerzas elegiría salvar a muchas almas.
El día que el niño nació, me encontraba muy cerca. Mientras que Coranit traía al mundo al pequeño Auner, escondida en un polvoroso cuando, en la casa al lado, el señor Kamiel se preparaba para partir.
Había tenido una buena vida y los años se le acabaron. Me quedé con él hasta sus ojos se apagaron y pude ver su último pensamiento en ellos mientras el llanto del niño anunciaba el comienzo de su vida.
Su padre decidió llamarlo Auner en honor al destello de luz intenso como el fuego que adornaba sus ojos, sin saber que 24 más tarde, ese nombre lo conduciría a su destino.
Me hubiera gustado quedarme y contemplar a Auner unos segundos más, pero tenía trabajo que hacer, además, sabía que tarde o temprano nos volveríamos a encontrar.
Durante los años siguientes, mi trabajo continuó sin percances. Auner creció y se convirtió en un ávido niño. El fuego que llevaba por dentro lo dotaba de una calidez y valentía admirable.
Era querido por su familia y recordarlo por todos por defender aquello que le importaba. Luchaba por las causas que consideraba justas y mantenía su espíritu libre de rencor y maldad.
Al llegar a la adolescencia desarrolló un inmenso amor por la escritura, de modo que gran parte de su tiempo lo empleaba leyendo y aprendiendo sobre la literatura clásica, la poesía y la filosofía.
Fue ahí donde aprendió el verdadero significado de la libertad, a través de las palabras. Y ese descubrimiento lo llevó a oponerse a la educación totalitaria y partidista que ofrecían en las escuelas.
A la edad de 24 años, como parte de un conflicto político y de intereses que no era capaz de entender, tropas militares invadieron su país y obligaron a los jóvenes y niños a unirse en contra de su voluntad.
Auner no podía entender como el arte, la cultura y la literatura, bondades que enriquecían el alma y alegraban el espíritu, eran destruidos por ideales de lucha que ni siquiera representaban una buena causa.
Su oposición al sistema lo llevó participar de una guerra en la cual le era imposible ganar, y su destino se cumplió el día en que fue incinerado vivo en un horno con otras miles de almas inocentes.
Cuando lo vi pude reconocerlo por su mirada, había fuego en ella, pero su llama poco a poco se apagó.
Lo crean o no, aunque en el ese lugar ni las cenizas quedaron, hay días donde la llama ardiente de Auner y de tantos otros, todavía puede sentirse. Sé que como yo, ustedes también habrían querido salvarlo de ese trágico final, pero no había nada que hacer, nadie puede escapar del ángel de la muerte.
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