El encerrado
Supe desde el principio que eran temores infundados e intenté redefinir mi concepto de realidad. La realidad, mientras crees que estás en peligro aunque no lo estés, es diferente a la realidad verdadera. Pero no deja de ser realidad para vos, no deja de tener un cierto aire de verdad, tan creíble que te lleva a tomar decisiones. Llevo cinco años recluido en mi casa, sin salir más que al jardín o a la puerta. Estoy seguro de que si salgo a la calle, alguien me matará.
Hace unos diez años frente a mi casa mataron al vecino de enfrente, de quien se decía que lavaba dinero. Un muchacho de no más de veinte le dio un par de balazos en la cabeza. Yo lo vi todo desde la ventana de mi segundo piso, y vi también cómo el asesino me miraba después de cometer el atentado. No sentí temor y el cruce de miradas no duró ni dos segundos. Se fue corriendo hacia la esquina, donde lo esperaba un cómplice en moto.
Al día siguiente el hecho salió en portada de uno de los diarios del país con el titular Lo matan por venganza. Como el tipo no era amigable, nadie más que la familia lamentó su muerte. Aunque era un hecho lamentable, por supuesto, a mí no me afectó mayor cosa en ese momento. Tenía un empleo como soporte técnico vía web en una empresa relativamente grande, que crecía todo el tiempo.
Hace cinco años surgió la posibilidad de trabajar desde casa y aunque la paga era un poco menor, hice mis cálculos y era más rentable, contando los gastos de transporte y alimentación, y por supuesto las horas perdidas en el tráfico de la ciudad. Así que tomé la oportunidad sin pensarlo dos veces.
Es cómodo trabajar desde casa si tenés al menos un poco de disciplina. Porque además de trabajar, tenés que demostrar que lo hacés, e inclusive que lo hacés mejor que si estuvieras en la oficina todo el día. Mis métricas mejoraron y mi sueldo aumentó. Una vez a la semana por medio de videoconferencia tengo una reunión con el equipo y se nos dan algunas de las nuevas frases o nos indican sobre los nuevos productos y en ocasiones hay alguna capacitación.
Así ha sido, los últimos cinco años. Tres meses después de iniciar a trabajar desde casa, cuando salí a la tienda a comprar una cerveza, vi al matón que asesinó al vecino. Estaba fumando un cigarro afuera de la tienda y me miró fijamente. Yo evité la mirada para no provocarlo, pero ambos nos reconocimos. Cuando salí con las cervezas, escupió al suelo y me miró desafiante. Tuve miedo, no lo voy a negar, mucho miedo. Llegué a la casa temblando, con dolor en el pecho, y ya nunca volví a salir.
A veces cuando miro por la ventana del segundo piso creo verlo de nuevo. Veo otra vez cómo se sacó la pistola del pantalón, cómo respiró profundo justo antes de tirar el primer disparo y cómo me vio a los ojos cuando ya había terminado su trabajo. Y pienso que yo seré el próximo sólo por el hecho de haber visto todo.
Cuando lo analizo detenidamente, sé que el tipo probablemente se olvidó de mí y que el que vi en la tienda fumando casi seguro no era él. Pero no puedo salir a la calle sin pensar que él u otro matón estará esperándome para pegarme un tiro sin mediar palabra. Aunque yo no haya hecho mayor cosa ni buena ni mala en la vida.
Por otro lado, con el internet, la televisión por cable y las redes sociales hay tanto que leer, tanto que ver, tanto que escuchar que podés pasar toda la vida viendo series y leyendo libros y nunca te los vas a terminar. Tan buena es la vida virtual que muchos van a los conciertos para verlos a través de sus celulares. El Twitter o el Whatsapp es mucho mejor que la reunión aburrida con familiares que todo el tiempo están peleando.
Ah, y los amigos virtuales. Esos que siempre que decís que te sentís mal te dan un like o un comentario de aliento. O las decenas de mensajes que te caen el día de tu cumpleaños. La última vez que cumplí años, me pasé una hora contestando todas las felicitaciones. Conozco en persona a unos cinco de los 60 que me felicitaron.
Así que si uno se encierra ahora en la vida moderna, no estás aislado. Una vez por semana viene una señora a limpiar la casa y me trae algunos víveres. Los pagos y otras compras los hago por medio de un servicio de mensajería en moto cuando no se puede hacer en línea, así que no tengo necesidad de salir.
Varias veces e intentado salir. Tengo algunos buenos amigos y un par de familiares a quienes quiero mucho. Pero tan solo de pensar en cruzar la puerta me pone mal. Estuve a punto de salir para el cumpleaños de mi prima Dalia, a quien quiero como a una hermana. Salí a la calle dispuesto a tomar un taxi para ir a su casa. Caminé media cuadra, pero a medida que lo hacía latía más fuerte el corazón, me faltaba el aire y por poco me desmayo. Regresé a gatas a mi casa y pasé el resto del día tirado en el suelo de la sala, mirando al techo, a veces llorando por lo idiota que me sentía.
Sé que el peligro está solo en mi mente y que en todo caso el miedo se podría reducir si me cambio de casa. A veces la señora de la limpieza me hace almuerzo o me cuenta de sus hijos, que cómo están de grandes ya. Lo hace con un poco de tristeza en sus ojos.
Historias,
Dalia a veces me visita con su nene de tres años y con su alegría de siempre parece en ocasiones que hasta me puede curar. A ella es a la única que le he contado mi mal, y con buen tino, nunca me ha intentado sacar a la fuerza. Alguna vez insinuó que buscara ayuda sicológica, pero no insistió.
Gasto poco, así que tengo suficiente dinero para muchos años aún si pierdo el empleo. Mi mayor lujo es pedir una pizza cuando juega el Barcelona de Messi. La casa está a mi nombre y la heredera si muero es Dalia o su hijo, en caso no viva ella.
No sé si me cure algún día. Pienso que solo seré libre cuando muera porque al fin dejaré esta casa, al fin mi cuerpo saldrá a la calle, al fin iré a algún lado. Y ya no sentir angustia, ni más hiperventilar, ni más dolor en el pecho, ni más ver que todos los demás sí salen y tienen vidas fuera de su casa.
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