CUENTOS DE CHINCHORRO 2° CAPITULO
- POR CULPA DE UNA BURRA MAÑOSA.
Juan Peralta era un joven de estatura mediana, piel
trigueña muy gruesa, curtida por el sol, de contextura fuerte.
Gran parte de su fortaleza era producida y desarrollada por
las largas jornadas de trabajo o bregas como le decíamos en
el pueblo de Cancamure, al trabajo en el campo. En los años
de mi infancia el hombre se fajaba desde chiquito a la brega.
Se limpiaban los conucos, se sembraba el maíz, las
hortalizas, pero lo más importante era cultivo y procesamiento
de la caña de azúcar, fuente primordial de ingresos, además
principal actividad en la hacienda de papá. Juan Peralta y yo
éramos muy amigos, teníamos algunos 11 o 12 años, no
recuerdo muy bien, pero estoy seguro que éramos
muchachos, claro pasábamos el poco tiempo libre jugando a
la zaranda, la cual hacíamos nosotros mismos con una tapara
seca y una punta de palo bien afilado con un machete. La
madre de Juan Peralta la llamaban la negra Ramona, una
mujer de campo, flaquitica, pero muy bregadora, aunque no
abundaba el trabajo por aquellas tierras apartadas de la
civilización y olvidadas por los gobiernos de aquella época.
Ramona se despertaba muy temprano, de madrugadita,
ensillaba su burrita, salía de su casita de barro con techo de
palma, hacia el caserío del pueblo, buscando ropa ajena pa’
lavar. Esa era su forma de ganarse la vida y mantener a
Juan, su único hijo el cual no conocía padre.
Una mañana yo regresaba del mercado de Cumaná, el
cual quedaba en la zona de la mata de tamarindo, cerquita
del Río Manzanares, que aun está pasando el puente
“Gómez Rubio”, cansado mi nieto venía yo de esa faena.
Había salido de la hacienda de papá la noche del día anterior
para poder llegar al mercado tempranito para vender las
panelas de papelón y hacer las compras. Yo venia medio
esmayao del hambre, con los pies cansados de caminar… y
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ponga atención mi nieto lo que le voy a contar, que ahora es
que viene lo bueno.
Resulta que el día anterior Ramona había lavado una
ropita que le encargaron… Antes no existían lavadoras,
entonces la ropa se lavaba a mano en el río, se le daba palo
con un manduco; pa’ sacarle el sucio y la mugre. Venía yo de
regreso de Cumaná ya con los burros descargados porque
había hecho la ventas del papelón y el casabe en el mercado,
cuando a lo lejos del camino distingo a la Ramona que viene
con Juan guiando una burrita, con la ropa limpiecita que la
pobre mujer había lavado en el río… ya venía con la
encomienda doblada y planchada. En aquellos tiempos se
planchaba con agua de almidón, calentando la plancha de
hierro con brasas de leña, la ropa ya está lista para la entrega
a una de las señoras del pueblo. De repente los 4 burros que
traía yo mi nieto se empezaron a alborotar, yo pensaba
¡bueno y que les pasa a estos animales!... mientras yo los
trataba de controlar.
Ya cuando nos acercábamos, para cruzarnos en el
camino y me dispongo a saludarlos, se me sueltan los 4
burros y se le enciman a la burrita que traía esa gente con
toda la ropa limpiecita que llevaban… Resulta que la burrita
que llevaba Ramona estaba mañosa (en celo) y al momento
que mis burros intentaron montar a la burrita la han tirado el
canasto con toda la ropa limpiecita que traían al suelo, y en el
agite de la cuestión le pisaron y ensuciaron la ropa a la pobre
mujer. La pusieron sucita, pero bien sucita, y yo halando a
mis burros mientras Ramona Gritaba “¡ay… ay… muchacho
agarra a tus bestias, me están pateando la ropa que llevo
para la entrega!”... Yo sin culpa de lo sucedido, con mucho
sentimiento por lo que le estaba pasando a esa mujer, toda la
cesta de ropa que había lavado doblado y planchado esa
mujer con mucho sacrificio, está nuevamente sucia y tirada
en el suelo; yo me encontraba muy apenado y con mucho
miedo al pensar en la reacción y la golpiza que me daría papá
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si se enteraba de lo sucedido, cuando de repente siento aquel
coñazo en la espalda mi nieto, Juan de la rabia que tenía me
había lanzado ese coñazo, pero un coñazo mi nieto que
todavía me acuerdo y me duele… y el sentimiento de culpa
que sentía en ese momento se me convirtió en arrechera, y
nos hemos agarrado a golpes Juan y Yo y eso era coñazo y
coñazo, y la negra nos trataba de desapartar y nada,
estábamos pegados en la lucha en aquel tierrero y
levantando polvo.
Al final ya cansados y sucitos la negra Ramona logró
desapartarnos, los tres estábamos calientes y jodidos por lo
sucedido y cada quien siguió su camino, les di chaparro y
chaparro a mis burros, pero pareciera que no les dolían los
chaparrazos que les pegué, porque los muy bandidos hasta
cara de alegría tenían ya que los cuatro se habían montado a
la burrita.