Nuevo relato | 2057
Hace décadas que dejamos de utilizar los nombres. Nos marcaban por número de boleta, siendo ese nuestro único mecanismo de identificación. Había comenzado como un plan piloto, reducirnos a todos a unos números, enajenándonos, quitándonos nuestro derecho a ser individuos.
(Fuente: http://revistaespejo.com/2015/12/mundo-de-pesadilla-10-libros-sobre-un-futuro-distopico/)
A través de la boleta teníamos que hacer todo: comprar comida, agua, optar por medicinas; ni hablar de estudiar, eso no existía. Los trabajos eran en su mayoría forzados y agotadores. Lo más curioso es la aparente inexistencia de una cúpula de poder que lo regente todo.
Pasivamente nos habíamos adaptado, primero a la desaparición de nombres, luego a la presunta desaparición (abolición, la llamaron) del estado. Nos habían hecho creer que ahora los que mandaban eran los ciudadanos, pero sumidos en la pobreza siendo un colectivo reducido a la nada, era imposible creer que nosotros teníamos el control.
Jamás me había quedado claro, si nosotros mismos gobernábamos, si era una sociedad sin élites ni cúpulas, ¿por qué no podíamos escoger qué comer, dónde trabajar, si queríamos o no estudiar? Era una situación realmente absurda.
A los adultos nos tocaba una ración de granos y una de proteína vegetal al día, a los niños tres cuartas partes de cada una. Llegaban los miércoles y tenían que durar hasta el miércoles siguiente. Con respecto a la vestimenta la cosa no era distinta, llegaba un metro de tela por cada miembro de la familia, cada cuatro meses. Uno debía procurarse de vestir.
La moda sí fue abolida, las comodidades también, incluso los lujos. Pero lo más preocupante, lo que más me tenía fuera de mí, era la abolición de los nombres. No recordaba el mío con exactitud, era algo como Grace o Gertie; pero claro, ya yo soy una anciana.
Durante años me empeñé en bautizar a cada niño que nacía, la gente ignoraba cuando yo mencionaba algún nombre para referirme a alguno criaturita; quizá por eso, al tiempo, eran imposibles de recordar.
Todo tomó otro rumbo cuando surgió el grupo reestructurador de occidente. Había atacado varias veces el palacio vacío, aunque la gente les recordaba que ahí no había nadie, ellos insistían en atacarlo, retando a una supuesta cúpula de poder.
Entre ellos tenían nombres, aunque no los recuerdo. Eran como diez. Casi niños, de pieles tostadas y curtidas; delgados pero fuertes. Me empeñé en formar parte de ellos ¡Qué imaginación!
Íbamos por las calles pregonando un mundo donde cada quien tuviese su nombre, en vez de ser números fuésemos individuos; evidentemente no funcionó.
Aquí estoy, tiempo después, siendo Grace o Gertie. Pensando en esos diez niños, cuyos nombres ni números recuerdo.
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