Dos opciones. Capítulo 3

Pero que es esto, dice Martín, el coche que estaba frente a sus ojos era el que siempre había soñado tener, incluso las piezas originales con la patina que deja el inclemente paso de los años está presente en esta rareza. Como puede ser posible, se pregunta mientras observa detenidamente el vehículo de sus sueños. En su mente empieza a analizar varios detalles que no había pensado por estar ocupado en sus sufrimientos. La chica que vio al principio ahí estaba toda desecha, el sujeto flaco que bebía aguas negras había sido su mejor amigo y en general todas las personas que lo rodeaban estaban relacionadas de alguna forma con él, pero no solo eso, si no que la chatarra que lo rodeaba eran todas cosas suyas, todos sus tesoros, toda su basura y aquellas que incluso no pudo concluir estaban ahí presentes, una parte de su cabeza se empezó a quedar dormida mientras pensaba en estas cosas, el sueño le empezaba a provocar vértigo, el hambre y la sed eran insoportables, la garganta le ardía tanto que le era imposible decir algo, sólo se tiró al suelo y se quedó dormido.

Al despertar se dirigió inmediatamente donde había visto a la chica, para encontrarla parada frente a un espejo roto, se observaba como queriendo convencerse a si misma de que aún en esas condiciones seguía siendo hermosa, llevaba puesto un vestido celeste bastante gastado y llenó de orificios, zapatos de tacón y un bolso que lucía muy pesado, al verla martín no pudo evitar llorar, la mujer de sus sueños era presa de si misma. Se paró firmemente enfrente de ella, le pidió que renunciara a todo, a sus trapos, a su belleza, a su preparación y que se entregara a las llamas para terminar con su sufrimiento al dejar todo atrás. Ella lo miró fijamente por un segundo pero luego lo hizo a un lado para seguirse observando.

Martín se sintió fracasado en su intento, pero entonces recordó que había visto a su amigo Manuel quien en vida había logrado tres doctorados, vestía un traje negro bastante sucio y arrugado, no traía zapatos, estaba parado en un montículo de arroz cocido cubierto de gusanos, él no le ponía atención a esas cosas, movía las manos como si estuviera dando una conferencia, pero no decía nada, no habría la boca, su expresivo rostro denotaba un cansancio muy extremo, como el que se ve en alguien que no ha parado de leer en mucho tiempo. Martín se puso enfrente de él firmemente y le dijo que parara, que dejara todo atrás y que se entregara a las llamas para acabar con su sufrimiento, tenía que renunciar a todo lo que sabía, tenía que renunciar a todos sus logros, pero este lo hizo a un lado y siguió dando su discurso mental.

Así estuvo Martín por un tiempo, tratando de convencer a sus amigos de renunciar a todo, a su cuerpo, a sus seres queridos, a sus riquezas, a sus conocimientos, a sus influencias, pero uno a uno lo fueron haciendo a un lado, Martín callo de rodillas y levantó las manos al cielo como implorando por una solución, pero nadie contestaba.

-Y que hago yo aquí Señor, si no puedo salvar ni a uno solo-

Con las manos en el suelo, sintió que su cara se llenaba de unas lágrimas imaginarias, pues al tocar su rostro tan solo toco el polvo que se había acumulado bajo sus cansados párpados. Fue entonces cuando se dio cuenta.

-Debo renunciar a todo, incluso a mi deseo de ayudar a los demás-

-Renuncio a todo, se que no hay un lugar para mi en ningún lado, incluso…-

En eso estaba Martín cuando notó que ya no había polvo, de nuevo estaba enfrente de las dos puertas. Una voz desgarradora le dijo:

-Estás en condiciones de enfrentar tu segunda prueba, mismas condiciones, elige una puerta-

Esta vez Martín fue muy firme en su decisión.

-Elijo la puerta de la izquierda-

Al tocar la puerta, sintió un dolor intenso, al sentir que su cuerpo se incineraba, pero luego nada.

Nueve meses mas tarde, en la sala de maternidad de un hospital abarrotado de gente, una hermosa mujer daba a luz a un varón, en perfecto estado de salud, no tenía bienes, no tenía amigos, no tenía conocimiento alguna de las cosas de la vida, no tenía ambiciones, tan sólo el cálido abrazo de su madre...