Thor, el poderoso dios del trueno, estaba pasando por una de esas etapas en las que sentía que su vida necesitaba algo más que aventuras épicas y martillazos
Después de años de proteger Asgard, derrotar gigantes de hielo y salvar el universo, decidió que era hora de relajarse un poco y explorar los placeres terrenales.
Así que un día, dejó su martillo Mjölnir bien guardado y bajó a la Tierra con su característica confianza divina. Caminó por la ciudad, disfrutando del bullicio de los humanos, hasta que entró en un bar iluminado por luces de neón, lleno de risas, música y, para su sorpresa, una cantidad considerable de personas dispuestas a pasar un buen rato.
Thor no tardó mucho en captar la atención. Con su cabello dorado, musculatura de dios y esa aura de divinidad que lo rodeaba, era difícil no notarlo. Entre todas las miradas que lo seguían, hubo una en particular que le llamó la atención: una joven hermosa, con una sonrisa pícara y una mirada que parecía decirle "acércate si te atreves".
Sin pensarlo dos veces, Thor se acercó y, con esa voz profunda y resonante, se presentó:
—Soy Thor, hijo de Odín, dios del trueno.
Ella sonrió, claramente divertida, y respondió con un tono juguetón:
—Yo soy Clara, hija de mi mamá. Encantada, Thor.
Ambos rieron, y lo que comenzó como una charla casual rápidamente se convirtió en una conexión electrizante. Pasaron horas hablando, riendo y compartiendo historias. Finalmente, después de unas copas (que para Thor apenas eran como agua, gracias a su resistencia divina), las cosas se tornaron más… intensas.
Esa noche fue todo lo que Thor había imaginado y más. La pasión entre ellos era como una tormenta desatada. Con cada trueno y relámpago que resonaba en el cielo, parecía que la naturaleza misma aplaudía su entusiasmo.
Cuando amaneció, Thor, lleno de orgullo y satisfacción, decidió que debía revelarle a Clara la magnitud de con quién había pasado la noche. Se levantó de la cama, con su musculatura bañada por los primeros rayos de sol, y, con una voz atronadora, proclamó:
—¡SOY THOR! ¡Hijo de Odín, el dios del trueno!
Clara, quien apenas podía moverse, levantó la cabeza con esfuerzo, su cabello desordenado y una expresión mezcla de sorpresa, agotamiento y dolor. En un tono mucho menos épico, respondió:
—¿Thor? ¡Yo estoy thorísima! ¡Tan thor que apenath puedo moverme!