Era una mañana fría en un pequeño pueblo de Pensilvania.
Las hojas caían de los árboles mientras el sonido de las campanas de la iglesia resonaba a lo lejos. Frente al quiosco del centro del pueblo, un hombre de aspecto reservado, con un abrigo largo y un sombrero que apenas dejaba ver su rostro, se acercaba todos los días a comprar un periódico.
El vendedor, Don Luis, lo veía llegar siempre a la misma hora. Sin importar si llovía, nevaba o hacía un calor abrasador, el hombre seguía el mismo ritual: tomaba el periódico, lo pagaba en silencio, miraba fijamente la portada por unos segundos y luego lo arrojaba a la basura sin siquiera abrirlo. Este extraño hábito comenzó a intrigar a Don Luis, quien había estado trabajando en el quiosco por más de 20 años y nunca había visto algo igual.
Un día, después de semanas de observar esta rutina tan peculiar, Don Luis decidió romper el silencio:
—Disculpe, señor, llevo días viéndolo hacer lo mismo. Compra el periódico, mira la portada y lo tira sin leerlo. ¿Puedo preguntarle por qué?
El hombre levantó la mirada, dejando ver unos ojos cansados pero decididos, y respondió con una voz grave:
—Estoy buscando un obituario.
Don Luis se quedó perplejo.
—¿Un obituario? Pero los obituarios no están en la portada, señor. Siempre están en la sección interior.
El hombre sonrió levemente, como si hubiera estado esperando esa pregunta.
—El que yo estoy esperando estará en la portada.