El negocio de las telas y el telegrama
Dos amigos, Manuel y Luis, siempre soñaron con hacerse ricos juntos. Desde pequeños, hablaban de cómo algún día encontrarían la oportunidad perfecta para crear un negocio y vivir como reyes. Un día, mientras leían el periódico en un café de su barrio, encontraron una noticia que les llamó la atención: “Este año, los tejidos color caqui serán la próxima gran tendencia”.
Manuel, entusiasmado, golpeó la mesa.
—¡Luis, esta es nuestra oportunidad! Todo el mundo querrá telas caqui. ¡Es el negocio del año!
Luis, siempre algo más prudente, dudó un momento, pero al ver la emoción de su amigo y convencerse de que el artículo parecía confiable, decidió arriesgarse.
—Está bien, Manuel. Vamos a invertir.
Vendieron todo lo que tenían: el coche de Manuel, los ahorros de Luis, e incluso la vieja máquina de coser de la abuela de Luis. Con ese dinero compraron toneladas de tela color caqui y llenaron un almacén entero.
Sin embargo, el tiempo pasó, y para su sorpresa, nadie preguntaba por las telas. Ninguna tienda, sastre o diseñador parecía interesado en esa “gran tendencia”. Los meses se convirtieron en un año, y Manuel y Luis comenzaron a temer lo peor: estaban al borde de la bancarrota.
Un día, mientras discutían desesperados sobre qué hacer, apareció un coronel en su tienda. Vestido con su impecable uniforme, les dijo:
—He escuchado que tienen un gran stock de tela color caqui. Necesito cinco cientos mil uniformes para mis soldados.
Manuel y Luis casi saltan de la emoción. Finalmente, parecía que su suerte iba a cambiar. Corrieron al almacén, mostraron la tela al coronel, y este asintió con aprobación.
—Me gusta, caballeros. Sin embargo, debo consultar con mi superior antes de hacer la compra. Llevaré una muestra. Si mañana antes del mediodía no reciben un telegrama mío, significa que compraré toda la tela.
Los dos amigos quedaron en un estado de nerviosismo extremo. Esa venta era la única forma de recuperar su dinero y evitar la ruina.
Esa noche, ninguno de los dos pudo dormir. Luis, con los ojos enrojecidos de tanto pensar, murmuraba:
—¿Y si no manda el telegrama? ¿Y si encuentra otra tela más barata?
Manuel, que caminaba de un lado al otro de la habitación, respondió:
—No podemos pensar en eso ahora. Solo tenemos que esperar.
El reloj avanzaba lentamente. A las 11:30 de la mañana siguiente, ambos estaban al borde de un ataque de nervios. A las 11:45, Luis comenzó a sudar frío.
—Manuel, ¿y si todo esto fue una broma cruel del coronel?
Manuel no respondió. Su rostro estaba pálido, y sus manos temblaban.
A las 11:55, ambos escucharon pasos en la calle. Era el cartero. Cuando lo vieron acercarse con un telegrama en la mano, sintieron que sus corazones se detenían. ¿Sería este el mensaje que decidiría su destino?
Con pasos vacilantes, Manuel abrió la puerta y tomó el telegrama. Las manos le temblaban tanto que casi no podía abrirlo. Luis lo miraba con ojos llenos de desesperación. Finalmente, Manuel leyó el contenido, y su rostro cambió de expresión. Primero parecía confundido, pero luego... ¡una sonrisa enorme se dibujó en su rostro!
—¡Luis! ¡Buenas noticias, buenas noticias!
Luis, emocionado, exclamó:
—¿El coronel comprará la tela?
Manuel lo miró con lágrimas en los ojos y respondió:
—¡No, Luis! ¡Pero mi padre ha muerto, y hemos heredado toda su fortuna!