Flauta y Musa (Corto 16)

        El sonido de una flauta retumba desde adentro y va guiando mis pasos para dar otro salto sin retorno hacia esos parajes llenos de misteriosa magia. Te invito a que tomes mi mano y me acompañes. Prepárate y abandónate a la idea de mantener tu mente abierta, y sígueme en estas breves historias para ti y para mí. Una mezcla de fantasía, fábula y realidad, con pequeños toques a tu ser.

       Recibe un cálido saludo de corazón peregrino(a) de esta maravillosa plataforma. Espero que la estés pasando muy bien. 

       A todas esas almas que leen estas líneas: gracias, gracias por todo el apoyo recibido, por sus comentarios y por seguir siendo parte de esta aventura. De la música nacida de aquello que llamamos corazón, les dejo otra entrega venida desde sus profundos y recónditos lugares infinitos. Cualquier parecido con alguna realidad ha sido sólo una "divina coincidencia".
 

Flauta y Musa

Fuente

       Había una vez, en una pequeña villa campestre del legendario reino lunar, un pequeño niño que tenía la capacidad de encender de luz a los corazones que tocaba. Con travesuras hacía reír a todos, y las penas se disipaban con el sonido de sus carcajadas.

       Sus ojos, ay, sus ojos eran tan cálidos y vivaces, que en ellos todo cansancio quedaba aliviado. Y si la faena dura del día con el ganado agotaba, bastaba ser embaucado por sus juegos traviesos, bastaba sentir sus manitas golpeando suave tu rostro.

       Toda mujer se sentía tan amada, a tal punto, que todas eran sus madres, y él era el hijo predilecto de todas. Y cuando la soledad o la tristeza llegaban a intentar socavar semejante amor, él las cuidaba con devoción, así que él era un padre también para todas.

       Tan pequeño y tan grande para el corazón de todos. Pero aun así, nadie superaba la manifestación del profundo amor que él profesaba por sus amiguitos de juego, nada era mas urgente que su anhelo de satisfacerlos.

       Con “tremenduras” y “trampas”, con viveza y bondad, mezcladas de forma tan perfecta, los retaba y los entretenía. Subían a los árboles de mango, pero nadie le ganaba en sostenerse de la rama más frágil sin caerse. Nadaban en el río, pero nadie podía alcanzarlo. Y tal era su amor por ellos, que si llovía, podía levantar hasta una montaña y proteger a todos de la tormenta.

       Y un día, apareció ella. Con su resplandor sonriente en sus hermosos ojos de pétalos de loto. De carácter gentil y fuerte temperamento, iba encantando todo con su caminar de reina. Y con sublime sentir, se hizo la líder de todas las niñas, y a la vez, era la hermana mayor de todos los más pequeños.

       Él la vio, y quiso cantar y jugar con ella. La hizo musa de su flauta, que con maestría tocaba a pesar de sus pequeños dedos.  Además también la hizo musa de sus traviesos juegos.

       El tiempo prosiguió sin cesar en cada latido del universo, y el niño creció y se preparó para volverse un príncipe guerrero.

       Regresó a su estirpe original y reclamó su lugar en el reino lunar. Su flauta se convirtió en su espada y su arco.

       Dejó la villa para no volver, decían. La nostalgia invadió a las orillas del río, al bosque de bambú, a la pequeña villa donde jugó cuando era niño; todo se quedó en silencio. Allí el tiempo aletargó su marcha, perplejo por su partida quizá, o tal vez intentando escuchar de nuevo algún sonido de su mágica flauta.

       Un día, en aquella hermosa y pequeña villa a orillas del río, ella caminaba llevando, a duras penas por su avanzada edad, un cántaro de manteca de leche. Cuando sintió de pronto que sus fuerzas estaban a punto de abandonarla. Entonces se detuvo, vio como el Sol estaba dorado por el atardecer, y dejó caer su cántaro al igual que su cuerpo. Ambos delineados por el tiempo.

       Sus hermosos ojos se posaron en el reflejo de las aguas cristalinas, donde danzarines movimientos llenos de los rayos del Sol aún jugaban. En ese instante, como había sido en cada momento, se acordó de su gran Amor.

       Lo llamó con sus pensamientos, con sus sentimientos, con su corazón. Era su despedida. Quería escuchar, aunque fuera una última vez, aquellas sublimes melodías de esa flauta de bambú. 

       Su mirada lentamente se resbaló de sus ojos. Aun así, su rostro lo buscó con un último aliento.

       De repente, ¡sorpresa!, él estaba allí, de pie, con su juvenil aspecto. Ataviado de un amarillo dorado como el sol del atardecer y de un verde que hacía juego con el de los bosques de bambú. Allí estaba, tocando para ella, la musa de su corazón por eones de tiempo. Los dos se miraban de nuevo en absorto amor. Y la danza y la melodía, al unísono, se hicieron una canción.

       En aquel lugar eran ambos niños otra vez. Él con sus ojos, ay, sus ojos tan cálidos y vivaces, donde todo cansancio quedaba aliviado. Y ella con sus bellos ojos de flores de loto que se fueron cerrando, feliz de su buena fortuna, viéndolo a él, al igual que se ve al Sol ocultarse detrás de las montañas.

       Él decidió dejar su flauta allí, junto a ella. Y no la tocó más. Su melodía se quedó en ella, para volverla a tocar cuando la encontrara otra vez. Fin.

Para ti mi bienamado guerrero azul

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Sumérgete

Transparente

Una vez más

El Caballero y la Dama

Noche

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