Enamorado en el exilio
En el presente post, agrego un poema de mi autoría.
Enamorado en el exilio
fuente
Lo primero que hace un enamorado
en el exilio
es masturbarse.
Autoamarse pensando
en la forma asimétrica
de hacer el amor.
Él, gargantúa que se mece sobre altos edificios,
ella, Beatriz de pequeños infiernos.
Imaginando,
desde su ventana,
desde su prisionera percepción,
que todas las mujeres
que caminan apresuradas
por la calle
andan en su búsqueda,
queriendo dar caza
al Amador Todopoderoso
que se place a sí mismo
escondido
en una habitación,
mirando,
con su parcelada visión,
por encima de la rendija
de la traidora ventana.
Defenestrado,
mórbido en su hacer,
desliza la mano amadora
en aleatoria fortuna,
carne, carne, carne...
desenfadado sudor,
flujo de garantía
y desequilibrado furor.
Y mientras la mano
va
y viene,
con un estilo impecable,
flagelando la inhibición,
exorcizando la tentación,
se ve follando con su mujer
rodeados
de sábanas grises;
el gris
no es un color para el sexo.
Pero no sabe
porqué carajo
las sábanas
son grises
y no rojas, por ejemplo,
así que traslada su escena
de amor
al campo,
pero no recuerda alguno,
tiene una imagen,
pero no puede pensar en ninguno
porque
todo el tiempo
vivió en la costa,
cerca del mar,
de modo que mejor
es imaginarse
haciendo el amor
en su playa,
la playa de la madre patria.
Aquí pierde la concentración.
La palabra madre
le hace recordar
la madre de Jesús,
y a su madre
que dejó en su patria,
con lágrimas.
Entonces trata de borrar todo
para volver a empezar
y no tener que ir afuera
a exorcizarse,
porque afuera
hay demasiada tentación
y si flaquea
y es presa de tentación,
Beatriz amará
desde el cielo
a su demonio,
anfitrión del infierno.