Recuerdo en los primeros años de mi infancia, la insistencia de mi madre para que nosotros sus hijos manifestáramos nuestro agradecimiento a las personas, por cualquier servicio o favor que recibiésemos de su parte. Si por alguna razón u olvido no lo hacíamos con ella, no lo hacía repetir hasta lograrlo. Ella nos expresaba que uno siempre debía ser muy agradecido con Dios, la vida y las personas y que ese reconocimiento era bueno manifestar a las personas, ya fuese con las palabras o actitudes de reconocimiento.

Hoy en día, considero que toda esta cuestión tiene un significado más profundo, uno de ellos es que entre más agradecidos somos, más recursos obtenemos, tanto materiales como todas las personas, lugares y experiencias que la existencia se hace tan agradable y digna de ser vivida.

Además, es saludable cultivar el hábito del agradecimiento ya que no solo influye en la parte psicológica o emocional de nuestra vida, sino que nos ayuda a alcanzar el equilibrio cuerpo-mente, para dar un paso más hacia la excelencia. La práctica regular del agradecimiento en las personas permite que experimenten mayores niveles de alegría y felicidad, enfermen con menos frecuencia, duermen mejor y se sienten más descansados, realizan ejercicio con más regularidad, tienen más energía, entusiasmo, determinación y concentración y mantienen lazos familiares y sociales más fuertes.

Actualmente, agradezco a mi madre ese valor tan fundamental en nuestras vidas, entre otros, porque eso nos ha ayudado a ser mejores seres humanos y a ver la vida de una manera más bonita.

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