Conversación en el Ministerio (diálogo agrio entre un poeta y un burócrata)
Este diálogo, que quisiera ser tan pertinente y de atinada acritud como algunos que concibió Oscar Wilde, está inspirado en experiencias personales tanto mías como de buenos amigos en diferentes períodos de gobierno en Venezuela. De manera que no está exento de cualquier parecido con la realidad.
El director de "Proyectos Especiales" del Ministerio X, irrumpe, ajeno a toda cortesía, en una estrecha oficina donde un joven de apariencia informal fuma y mira por la ventana.
El director: Hernández, una vez más me veo obligado a reprocharle sus desatinos. Ha vuelto usted a incurrir en la desfachatez de alterar mi artículo de prensa.
Hernández: Si mal no recuerdo, a petición suya, aunque no es parte de mis funciones en este ministerio, hago la revisión de estilo de sus escritos.
El director: Usted lo ha dicho: revisión de estilo... y no la irreverencia de tergiversar mis ideas. Usted sabe que yo soy un hombre de cierto prestigio en el mundo político, por eso no puedo permitirme errores o frases inconvenientes.
Hernández: Sin embargo, cuando sus artículos de prensa son celebrados no tiene usted la gentileza de reconocer mis esfuerzos.
El director: Creo que ese reconocimiento queda sobreentendido. Pero en las dos últimas semanas ha hecho desastres...
Hernández: Creí que yo los evitaba.
El director: No se haga el irónico. ¿Cómo se le ocurre escribir sus delirios en vez de mis planteamientos, los cuales, por lo demás, apuntan al entendimiento nacional? Usted, usted Hernández, ha conseguido que sea mal visto en las altas esferas políticas, por culpa de sus desmanes y, debo admitirlo, por haber confiado ciegamente en usted, pues permití que mi artículo fuera enviado sin yo revisarlo antes. Donde decía "el país se ha enrumbado equívocamente hacia una zona entrópica, y allí nos ha conllevado, principalmente, un liderazgo político que no ha concientizado los cambios que nos reclaman los actuales momentos", usted ha puesto: "Es de lamentar que el país está comenzando a experimentar el desorden. Parece obvio que una de sus principales causas, por no decir la única, es la tozudez de una clase política renuente a los cambios que exige la hora presente".
Hernández: Tiene usted razón; es muy poco lo que hice para favorecerlo. Pero, si me permite, no era mucho lo que podía lograr con tan poca materia prima...
El director: ¿Se atreve usted a menospreciar mis ideas?, ¿quiere decir que no valen nada?, ¿echa por tierra mi conocimiento de la realidad nacional? Me parece que está llegando demasiado lejos, amigo Hernández. Hernández: Fíjese bien, el hecho de que usted publique semanalmente en un "prestigioso periódico" no quiere decir que usted (y le juro que no quiero ser grosero) sea un hombre de ideas. Por lo demás, durante un buen tiempo yo cometí semejante falta. Una idea no es un atado de palabras que se lanzan sobre un papel; tampoco es un retazo de la fraseología de moda. Quienes presumen de intelectuales suponen que basta entremezclar los destellos de la ideología triunfante o, por lo menos, que gana la aprobación de quienes se creen rectores del mundo, para tomarlos como suyos y ser sus abanderados. Entonces, a esos llamados intelectuales uno los ve en la persuasiva tribuna de los medios de comunicación profiriendo sus más caras palabras; todas ellas, por lo general, desalmadas. Señor director, si algo le falta a este mundo son pensadores, gente de sentido poético... Si lo vemos bien, el mundo está harto de planificadores; al menos tal como hasta ahora se les ha concebido.
El director (entre curioso e iracundo): ¿Quiere decir que tanto los políticos como muchísimas personas que se han dedicado al análisis de los problemas que confronta la sociedad venezolana contemporánea están equivocados?
Hernández (después de acomodarse en la silla y apagar el cigarrillo en un cenicero repleto de colillas): Si no me atrevo a decir que están equivocados, ello se debe a que procuro no arrogarme el privilegio de poseer la verdad y a la convicción de que es muy difícil salir de la neblina del desconcierto. Además, soy de los que aún creen en las virtudes del diálogo; oyendo se aprende, aunque inevitablemente deban oírse montones de paja. Pero me ha hecho usted una pregunta y considero importante respondérsela, aun sabiendo que mi respuesta puede parecerle vaga y, sobre todo, desagradable. El planificador y el político suelen estar deformados por la convicción en su omnipotencia y en sus capacidades redentoras. Ambos consideran el conocimiento materia sustentada por el caudal de información que somos capaces de adquirir, a costa de hallarse lo más lejos posible de la sabiduría, del sentir. Los poetas lo han dicho: usted puede describir una flor, detallar las partes que la integran, pero si ella no ha tocado su corazón sólo será un objeto para llevar al mercado y dar o recibir dinero por sus preciadas características, tal como está sucediendo con casi todo aquello que se llama arte. Quiero decirle que a veces me faltan palabras... o, más bien, me sobran.
El director. Hernández, padece usted la irremediable manía de llevar cualquier conversación al terreno de lo "poético". Entiéndalo de una vez para siempre: deje la poesía para sus ratos de ocio y para las reuniones en las que buscamos olvidar la opresión de la realidad político-social. Un político no puede andar por allí soñando con flores o pensando en la hermosura de senderos verdes; un político es un hombre que busca soluciones a los problemas que agobian al pueblo, y para ello debe hacerse acompañar de planificadores que manejan toda clase de información actual. Como usted comprenderá, un político es un hombre de acción que no puede dejarse rebasar por la dinámica de la sociedad. Un político que se precie de ser tal, debe procurar señalarle el camino a su pueblo, porque el pueblo es la única razón de sus sacrificios y sólo a él debe lealtad.
Hernández (aplaudiendo suavemente): Muy buenas sus palabras para una agenda o un calendario, pero ni usted mismo cree en ellas. No es su boca la que habla, son sólo frases del recetario político al cual sí le guarda lealtad. Señor director, dice usted realidad como si se refiriera a las reglas del béisbol o a los favoritos en una carrera de caballos. Usted pertenece al mundo de las manipulaciones, donde la palabra es apenas un elemento de persuasión. Por eso allí prospera una jerga cada vez más incomprensible, en constante fuga de la sencillez, para encubrir la falta de espíritu de sus pregoneros. Si los de su mundo repararan, al menos por segundos, en la riqueza de cada palabra y en el vacío que cada una de ellas lleva, probablemente les horrorizaría malgastarlas en sus contrahechos discursos. El lenguaje es un arma de doble filo. Con él puede celebrarse el milagro de la existencia; gracias al lenguaje un hombre puede insinuarle a muchos los matices, las sutilezas y las sombras y epifanías de sus propios corazones. Pero el lenguaje puede ser el peor instrumento para contribuir a la confusión, para llevar a todo un país, al mundo, por el despeñadero del fanatismo. Con el lenguaje puede fingirse sabiduría, puede conquistarse el poder, puede simularse el amor; con el lenguaje, las más mezquinas formas de gobierno y opresión económica celebran hoy el fin de la historia y declaran el advenimiento del reino de la abundancia, cuando muy bien sabemos que se trata de una mentira que beneficia a unos pocos. ¿Acaso debo repetírselo? Pues bien, lo haré‚. El mundo necesita artistas, pero artistas del vivir (no hacedores de obras). A ellos todos los instrumentos de la moderna tecnología le prestarían un gran servicio; a ellos, la ciencia (originalmente emparentada con la poesía) los conduciría al asombroso conocimiento de la exacta correspondencia entre los mundos infinitamente pequeños y la indescriptible inmensidad del orbe; ellos encontrarían en un verso la sabiduría que hoy se considera despreciable frase de holgazanes. Señor director, eso que usted llama realidad comienza donde terminan las ilusiones superpuestas que nosotros prodigamos y que consideramos la verdad de nuestra existencia.
El director (aplaudiendo con fuerza y sonriendo con malicia): ¡Bravo!,¡bravo! Definitivamente, su "reino no es de este mundo”. No pretendo ofenderlo, pero tiene usted derecho a concebir sus fantasías como mejor le parezca. Además, tengo la impresión de que usted se ha entregado en exceso a cierta literatura idealista, cuyas raíces apenas se mantienen en el aire. En mi época de estudiante a quienes divagaban como usted lo hace, los llamábamos etéreos.
Hernández: En su época de estudiante se deliraba con el socialismo; y que yo sepa, no había mucha terredad en las esperanzas revolucionarias de su generación.
El director: Pero eso no me ha impedido reconocer mis errores y ahora darme cuenta de que las actuales circunstancias requieren de gente con los pies bien puestos sobre la tierra. Gente, entre las que me incluyo, que ha comprendido el auténtico significado de la democracia pluralista, el papel fundamental de la libre empresa y la activa participación de la sociedad civil en los asuntos del Estado. Y ésas son tareas en las cuales sólo personas abiertas a los vertiginosos cambios del mundo moderno pueden participar, aportando sus ideas y llevando a cabo los estudios necesarios para realizarlas. Hernández, si usted se considera un hombre de letras, entonces siéntese en su escritorio o a las sombras de un árbol y cante a la noche o a los elementos, o dedíquese a hilvanar aventuras de héroes; retírese a los placenteros aposentos del arte y deje los asuntos de gobierno a quienes sí saben moverse en los laberintos de la política y la organización social. No se preocupe, en una sociedad justa y democrática, los poetas o artistas o como quiera llamarlos, tendrán su lugar apropiado.
Hernández: Cuanto le he dicho ha sido con el objeto de aminorar nuestras disensiones, pero ya veo que eso es imposible. Sin embargo me atrevo a darle algunas opiniones más, puesto que antes le dije que de toda conversación se aprende... si sabemos oír.
El director: Digamos que no estoy muy interesado en estar de acuerdo con usted; pero veamos, me queda un poco de tiempo para disfrutar de su atropellada utopía.
Hernández: Bien, no aspiro que los poetas o artistas suplanten a los políticos en las diligencias del Estado, lo cual no excluye que algunos de ellos posean aptitudes para realizarlas. Pero ha olvidado usted la preponderancia de esa especie de sabihondos de nuestros días formados para el liderazgo político y empresarial: los tecnócratas. Y sé que usted no sólo los aplaude, sino que es uno de ellos. Razón suficiente para que le sea imposible avizorar sus limitaciones. Por otra parte, me parece odiosa la idea de asignarle a cada quien un papel en la sociedad. Es decir, tengo la impresión de que usted, sin darse cuenta, confía en la llegada del Gran Hermano; entonces él se encargará de entregarle su libreto a cada quien, a nosotros, los simples mortales. Está bien que el campesino vaya al campo, el oficinista a su oficina y el técnico a su máquina, siempre y cuando prevalezca el sentimiento de no aplastar a los demás. Y quién va a organizar una sociedad semejante: ¿acaso un selecto grupo de presuntuosos que ignoran todo asunto del corazón? ¿Los va a extraer usted de las filas de una sociedad cuyo principal sustento es la diosa economía? ¿Los va a buscar en la sociedad que limita las relaciones entre los hombres a la competencia insana, disfrazada de deseo de superación social? Un hombre puede llegar muy lejos en el camino que se ha trazado, pero siempre será un mutilado espiritual si ignora los dones de la contemplación, el ocio beatífico y no cae en cuenta de que el dinero es una abstracción y no una medida de dignidad o instrumento para imponer arbitrariedad a otros. Yo no le hablo de una sociedad de puros artistas, no me crea tan necio. He procurado decirle que sin sentido poético ningún hombre, sea cual fuere su profesión u oficio, nunca verá más allá del horizonte de su nariz. Su realidad será estrecha, cuando no la imposición de viejos prejuicios y escrúpulos. Concebir el mundo como un escenario para regodearse en sus creencias, en sus ilusiones cada vez más complejas. Así, los más honrados de nosotros predican la igualdad de clase, la caridad o la ecología con todas su derivaciones. Señor director, eso que llamamos nuestro mundo es la plenitud del mercado: todo está en venta y todo marcha bien, pero todo marcha sin alma.
El director: ¿Nadie le ha dicho que usted sería un buen pastor de iglesia? Llevaría a los feligreses por el camino de sus ensoñaciones con tanta facilidad, que terminarían por olvidar su nombre y su origen. Los ahogaría en un mar de mundos imaginarios que ni siquiera sabrían, al terminar su sermón, por qué fueron a escucharlo. Créame Hernández, poco se puede hacer con palabras en este mundo.
Hernández: Y menos cuando esas palabras están divorciadas de las acciones.
El director: Suele usted interrumpirme para acotar sus pésimas humoradas. Pero no caeré en su trampa. Ahora debo retirarme; el ministro me espera. Nos entrevistaremos con el Presidente. Hasta luego. ¡Ah!, se me olvidaba. Por los momentos conservará su empleo; claro está, si hace bien su trabajo. ¿Cómo? Es muy sencillo: no insertando sus desvaríos en mis escritos. De todos modos, tal vez volvamos a conversar; aunque espero que el motivo no sea el repetir mis reclamos.
Hernández: Hasta luego, y salgo detrás de usted. La calle me espera. Allá afuera hay muchos secretos que reverenciar. Por hoy le he dispensado bastante de mi tiempo al Estado.
Saludos, una vez más, gente de Steemit, y espero que este diálogo toque otras fibras que no sean las hebras de la conformidad.
Saludos!
Tu post ha sido votado y ha tenido resteem por el trail @votomasivo.
Apreciación: Si algo valoro de tu escrito es la capacidad de contrastar ideas y visiones bajo un diálogo respetuoso, lo que a nivel político en Venezuela ha sido imposible. Por otro lado, sentí que el diálogo siempre viajó en una sola dirección evidenciando tu postura desde muy temprano, dándole al personaje Hernández la verdad y la razón sin lugar a dudas. Esto me pareció extraño, porque al mismo tiempo lo sentí deshumanizado, perfecto, sin posibilidad de error, y me parece que nada podría ser tan absoluto, ¿no?
Poco sé de escritura, pero creo que al igual que en la poesía, más allá de las reglas o convenciones, lo importante es el disfrute y la expresión. Así que has cumplido tu cometido.
PD: Cuando comencé a leer imaginé a los personajes, la locación, el tono de las voces y sus expresiones. Creo que sería muy agradable ver que realices más escritos pensando en cuentos cortos o teatro.
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Gracias, @votomasivo, por su apoyo y sus comentarios, los que tendré muy en cuenta para próximas publicaciones.Y claro que invito a mis amigos a unirse a su trail y seguirlos. Reciban un cordial saludo.
Gracias a ti por compartir tus ideas.
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