Grisely
A menudo se asumen cosas. Uno asume que nace, pasa una niñez feliz en compañía de sus padres, crece, hace con su vida lo que quiere o puede y luego muere. Es como un default que se ejecuta automáticamente. Y eso ocurre porque solemos evaluar a la sociedad desde las experiencias de nuestros mayores primero y de las nuestras después, transmutándolas a la sociedad toda. Craso error, porque así como hay familias y culturas diferentes, hay mundos sociales diversos. En realidad la sociedad es así, un crisol heterogéneo de cosas. Quizás por esa ciclopía heredada me sorprendí un día con una niña que conocí cuando se me dañó un caucho.
En mi pueblo las caucheras no son hi tech. Son simplemente caucheras. Por la urgencia, fui a una que queda cerca de mi casa. El lugar se asemejaba a un rancho de latas, sucio al extremo, con piezas de carros por aquí y por allá, rines doblados, cauchos rotos, basurales diseminados y manchas de grasa en las paredes. Me acerqué a pedir el servicio y no vi a nadie.
–Buenas!- dije, hurgando con la mirada buscando al cauchero.
En el fondo del rancho, se escuchaba el sonido de un juego de video de esos de disparos y guerra a todo volumen.
–Buenas tardes!- grité, a ver si mi voz se escuchaba allí.
Apareció una carajita de unos 10 años, morenita, de pelo rizado y franela color rosado chicle, con la cara y los brazos llenos de grasa.
–A su orden señor- me dijo, y de inmediato le pregunté por el cauchero.
–¿Dígame que necesita?- me resopló con fastidio mientras tomaba la llave de cruz con una mano y un gato caimán con la otra.
Le dije que necesitaba cambiar un caucho y se dirigió de inmediato al carro sin decir nada. Puso el gato, y se le montó encima para poderlo palanquear y lograr subir la rueda. Hice el ademán de ayudarla y extendió su brazo para que la dejara hacer. Igual esfuerzo hizo con las tuercas y cargando el caucho. Lo colocó y ajustó los tornillos lo mas fuerte que pudo. Cuando estaba en eso le pregunté si arreglaba muchos cauchos
–Solamente los sábados y domingos porque en la semana estudio– respondió, y luego complementó
–Ayudo a mi papá con el negocio, porque él consiguió trabajo de chofer de rapiditos y nadie quiere ayudar aquí-
Lo dijo con cara seria, circunstancial. Cuando le iba a preguntar otra cosa me interrumpió con un grito, llamando a su tío. Del interior del rancho salió un tipo de unos 25 años caminando lento, con semblante distraído.
–¿Qué pasa Grisely?- le preguntó, y ella gritándole le espetó
–Aprieta bien esta vaina que le di con todo ya- el tío sin mucho ánimo se puso a hacer lo que ya la carajita había prácticamente hecho.
Tuve una sensación extraña, porque hubiera preferido encontrarme a esta niña en el parque jugando con otros niños, comiendo helados o corriendo detrás de una pelota. Quizás lanzándo un palito a un perro, volando un papagayo o tocando cuatro. Pero no. la encontré haciendo un trabajo de fuerza, sin recibir pago por eso y bajo la mirada de un tío inútil. ¿Será esta niña la heredera de la cauchera? ¿Será maestra, doctora, buhonera, prostituta o secretaria? ¿Tendrá hijos? ¿A que edad? ¿y su mamá donde estaba? En definitiva, ¿Será esta niña una mujer explotada en el futuro? No me quise hacer más preguntas porque la realidad de una niña pobre y explotada solo me generaba infames respuestas.
Grisely se me acercó,
–Son 30 bolos, señor-
Le dí 50 y le dije que se comprara un helado con el vuelto. Le brillaron los ojos y al fin sonrió. Agarró la llave de cruz, arrastró el gato y caminó de vuelta a su mugriento rancho.
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Man..! yo no sé cambiar cauchos y dudo mucho tener siquiera la fuerza para hacerlo. De donde dices que eres??? Sabes, yo admiro mucho a los niños que trabajan así, me gustaría también que se educaran y desarrollaran sus habilidades, yo estuve un tiempo trabajando en un puesto de comida en el mercado y llegaba un niño que no sabía que edad tenía pero yo le calculaba máximo 10 siempre se ofrecía a limpiar todo y a veces movía el escombro que dejaban frente al local de otro que estaban remodelando, lo hacía por comida, me dijo una vez que prefería tener la comida que el dinero, porque igual tendría que comprar comida y si se lo llevaba a su casa se lo quitaban.
Esa historia ocurrió hace algunos años aquí, en Cabudare, Lara, Venezuela. Hace poco fui a la cauchera y ya la niña es una mujer. Aún trabaja cambiando cauchos. Y si, es admirable.
Lara, me gustaría visitarlo. Tengo que averiguar como rayos funciona el chat, me gustaría conversar contigo ^.^
Esto tiene un chat? Pues a mi también me gustaría conversar un rato contigo