Mi suelo.
Yo también me desplomo.
¡Si! Yo también me derrumbo,
entre paredes que nada sostienen ni contienen.
Pero mi caída es doméstica y sin estridencias,
como habitual es su cotidianeidad sin molestias.
Nada pierdo con ella…
ni ella nada pierde entreteniéndose conmigo.
Me acaricia, me acuna y sostiene como armadura de humo.
Me arropa, me envuelve y entibia como a pelusa escondida.
He aquí el lujoso misterio de mis horas vacías…
Amo mis caídas…
Amo mi alma de charco cuarteado,
y su esperanza abierta como compás de espera.
Amo mis caídas, tanto como amo lo que me sostiene.
Así aprendo: hamacado entre sostén y caída.
Así me despliego: entre silencios torpes y adoquines;
quizás porque no hay distancias ni indiferencias,
entre dejarse sostener… o entregarse a la caída.
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