EL TESORO DEL CONQUISTADOR (NOVELA) (II)

in #spanish6 years ago

(PRIMERA PARTE)

(...)


—¿Sigue vivo? —una voz gutural retumbó en el espacio negro que representaba la memoria del marino.
—Sí, señor... Algo herido, pero... se recuperará —dijo otra voz, supuestamente amiga de la anterior.
—Bien. Atadlo por los pies y las manos. Debo hablar con él en cuanto sea posible.
—Sí, señor.

Después de aquello, de nuevo, la negrura. Aunque, a medida que el tiempo pasaba, Martín notaba extrañas siluetas moverse en su fondo. Poco a poco, éstas formas fueron cobrando color, para pasar a ser, en escasos instantes, algo parecido a un cuerpo humano deformado. Todavía pasarían unos momentos, hasta que ésa deformidad desapareciera, y el otrora militar pudiera reconocer, ésta vez sí, y con toda claridad, su nueva situación.

Estaba preso. Dentro de una tienda de campaña, recostado sobre un camastro, con, efectivamente, sus extremidades atadas. Su ropa estaba tirada por el suelo, salvo sus calzones y medias (que aún vestía), muy corroídos. Encima de un trozo de madera, había una vela que iluminaba el interior. Era lo único que podía destacar, de entre el resto de objetos, con evidente claridad.

Prácticamente medio desnudo, sólo trató de incorporarse cuando se sintió lo suficientemente fuerte como para ello. Pero fue inútil. Cayó sobre el camastro, tras soltar una imprecación. No podía. Lo habían atado con maestría. Los nudos parecían indestructibles...

Suspiró.

Era de noche. Aunque la entrada estaba tapada por la supuesta lona, intuía la oscuridad por los resquicios que ésta presentaba. Además, había... como gritos. Sí... Mucho movimiento en el exterior. Parecía como si hubiera un verdadero ejército allí fuera, acampado. Y tal vez así fuera. Sin saber qué hacer o decir, se recostó como mejor pudo, a la espera de un acontecimiento venidero, inesperado. O tal vez no tanto, ni en el tiempo, ni en el espacio.

—¡Vaya! Ya despertó... Era hora —un hombre de barba relativamente orondo, vestido con calzones y una camisa, entró en el interior de la tienda.
—¡¿Qu... quién es... usted?! —Figaredo se volvió hacia él, aterrado.