No podría abarcar una definición global sobre lo que es la soledad, sin embargo, haré el esfuerzo partiendo de mi experiencia personal estando creativamente solo. Experiencia en la que he identificado varias constantes y diferencias entre mis introspecciones pasadas y la que hoy les comparto.

La luz natural ha tenido un protagonismo notable en mi trabajo, en especial porque en algunos de esos instantes –sagrados- he estado en la calle, aprovechando alguna luz de ventana, no tenía internet, o en el peor de los casos (de ser en mi casa), no tenía energía eléctrica. Pienso detenerme en esto último porque el hecho de que externamente se nos limite en cuanto a las tecnologías comunicativas, nos da la oportunidad de enfrentarnos a nosotros mismos… algo parecido a lo que modernamente podemos nombrar coloquialmente como auto-conversaciones de ducha.

Cada vez hay más información rondando a nuestro alrededor por diversos medios. Bajo ese marco, es muy difícil estar completamente solo, menos estar conscientes de nuestra soledad.

Constantemente buscamos la sensación –tangible o artificiosa- de estímulo y respuesta: se mandan textos e imágenes a otros, exploramos distintas páginas de internet, hacemos llamadas, leemos, entre otras actividades… En tal búsqueda, evadimos inconscientemente el encuentro que podamos tener con nosotros mismos.

Pareciese que solo estamos realmente solos cuando nos centramos en nuestros pensamientos y preocupaciones, es un concepto abstracto, no literal.

Encerrarme en un cuarto con un proyector, un espejo y la computadora, no son una casualidad sino producto de un pensamiento previo, en el que me reconozco como miembro de una era en el que el humano está fusionado con la tecnología, y aun así, todavía puede establecer diálogos creativos consigo mismo.

Según me cuentan, la primera palabra que enuncié fue “luz”. Hoy busco hacerle justicia a esa prematura y sencilla declaración desde el hacer fotográfico, cinematográfico y de medios digitales mixtos, aceptando tanto la luz natural como la artificial (en cualquiera de sus presentaciones) en la conformación de mi trabajo.

Conversando conmigo (estando solo), reconocí que cada uno de nosotros, hijo de la era digital, es una suerte de criatura mitológica. No hay centauros, ni sirenas, ni quimeras, pero hay humanos-máquina. Esto no lo digo bajo una vista fatalista ¡es grandioso! Sin embargo, debe señalarse el potencial distractor que la cantidad de información produce en nosotros, y que justamente nos puede aislar hasta de nuestro mundo interno.