EL ARDID. CAP XIV (Novela Corta, Capítulo Final)
CAPÍTULO XIV
La muerte hizo acto de presencia.
—¿Por qué osas invocarme, Azrael?
La muerte observaba la escena con sus cuencas llenas de oscuridad.
—Necesito de tus servicios.
—Siempre tan remilgado con las normas, Azrael.
—No te habría molestado si no fuese indispensable tu presencia —La muerte asintió, comprendiendo la situación.
—Te cobraré este favor en su momento, Azrael.
Azrael asintió. Sabía que aquello le costaría lo suyo cuando la muerte decidiera cobrarle.
—¡No puedes llevarlo contigo! —Baltazar sintió como se elevaba por encima de todo. Mirando hacia abajo vio lo que había sido su cuerpo, arder en llamas.
—Estoy por encima de vosotros, Luzbel —advirtió la muerte—. Ni siquiera el haber dado vida a esta criatura te da derecho a impedir que ejercite su albedrío.
La muerte se desvaneció tan pronto como hubo terminado su intervención, no sin antes dar lo que ella llamaba una lección a quien osase enfrentarle.
Azrael adoptó una forma más etérea. Baltazar lo observaba, incrédulo. El ángel le extendió la mano y, envueltos en aquella hermosa luz, abandonaron el inframundo.
Los feroces alaridos del maligno se fueron disipando hasta hacerse inaudibles.
—¿Olvidaré todo esto? —Preguntó Baltazar mientras Azrael le conducía a lo que él conocía como el otro lado.
—En cualquier otro caso sería lo correcto, lo que dicta la ley divina —explicó el ángel—, pero tu caso es diferente, Baltazar. Por ello se hará una excepción para que recuerdes.
—Soy el hijo de Luzbel —reconoció Baltazar—. ¿Por qué no me destruís para siempre?
—Eres un caso especial —Azrael suspiró profundo—, el fruto de un ángel caído y una humana con un alma extraordinaria. No podemos dejarte entre los humanos, pero Dios no es un sanguinario que destruya a las criaturas solo por ser únicas o diferentes.
Baltazar asintió mientras se dejaba guiar por el ángel.
—Siempre seré susceptible al mal, ¿no es verdad? —Azrael sopesaba sus palabras, mientras Baltazar le miraba sintiendo asco de sí mismo—. El mal está en mmí, ya lo escuchaste.
—Es probable que vuelvan a tentarte, sí.
Baltazar frunció el cejo.
—Escucha, Baltazar. Hasta las almas más inocentes y puras llevan dentro de sí oscuridad —Baltazar escuchaba poco convencido—. No es lo que llevamos dentro lo que nos inclina, son nuestras decisiones las que nos llevan hacia la luz o hacia la oscuridad.
—Eso suena a tópico desgastado —Azrael asintió con un gesto de cabeza—. Rechacé la oscuridad y sin embargo, yo estoy aquí y ella…
—Nuestras decisiones no siempre siguen nuestros deseos, Baltazar. Allí abajo sin recuerdos, serías presa fácil. Sólo por eso conservarás tu memoria intacta —Baltazar asintió, resignado.
—¿A dónde iremos ahora?
—tú, a un sitio seguro —Azrael señaló un portal de hierro forjado—. Yo, volveré a sellar los cabos sueltos. Alguien espera para poder despertar al mundo nuevo que prometiste.
—Ella ¿me recordará?. —Baltazar observaba la esfera que Azrael sostenía en la mano. Una mueca de incertidumbre se reflejaba en su rostro.
—La llevaré a donde debe estar —Azrael respondió a sus pensamientos.
—Sentí que estaba a punto de morir y pensé que sería perfecta —explicó Baltazar—. No quise intervenir en tu trabajo, Azrael —El ángel de la muerte asintió aceptando las disculpas de Baltazar.
—No tienes que explicarme, ya lo se. Solo el alma de un niño es lo bastante pura, inocente y perfecta para parecerse a la esencia de un ángel —Baltazar exhaló despacio sin dejar de ver al ángel—. Te saltaste muchas normas pero por una buena causa. Eso intercede a tu favor.
A Baltazar le pareció ver el esbozo de una sonrisa en el rostro de Azrael, pero pensó que eran imaginaciones suyas.
Azrael tronó los dedos y el portal se abrió para darle paso a Baltazar.
—No respondiste, Azrael… Ella, ¿me recordará?
—Depende de lo que ella decida, Baltazar.
Baltazar atravesó el portal y se adentró despacio, con la imagen de Mariagracia en su mente.
Azrael cerró el portal y bajó al mundo mortal.
Entrando en la habitación, Azrael adoptó su forma humana. Con un movimiento de cabeza ordenó a los custodios que salieran. . Joaquina al lado de Mariagracia se hizo a un lado para darle espacio. Azrael se acercó y se reclinó para insuflar poco a poco el alma de la chica. Segundos después Mariagracia abría sus ojos con lentitud. Miró a su alrededor, confundida.
¿Ya estamos en un mundo nuevo como me dijiste? —Azrael le tomó de la mano con delicadeza.
Mariagracia se tensó al darse cuenta de que no era Baltazar quien le tomaba de la mano.
—¿Azrael?
—Sí —respondió en voz baja el ángel—, tenemos mucho de qué hablar.
EPÍLOGO
El sepelio se llevó a cabo en la iglesia en lugar de en el pequeño tanatorio del cementerio. Casi todo el pueblo asistió. Mortales y criaturas celestiales hicieron acto de presencia. Unos para despedirse, otros para compartir el regocijo que siempre brindaba el regreso de un ángel tan querido.
Baltazar vagaba en el lugar de su confinamiento presa de una profunda congoja. Sentado en el suelo con las piernas cruzadas apoyó los codos en los muslos y su rostro en las manos y se dejó llevar una vez más por los recuerdos.
Mariagracia aparecía en todos ellos. El dolor de no volver a tenerla entre sus brazos le quemaba por dentro.
Una mano pequeña le rozó los hombros. Baltazar se irguió, tenso; pero no se atrevió a abrir los ojos.
—Esperaba un recibimiento más cálido.
Baltazar negó con un gesto de cabeza.
—No estás perdiendo la cordura, cariño.
Baltazar se giró despacio. El aroma era familiar, su voz, su energía. Abrió los ojos.
Ella le sonreía más radiante que nunca.
—sigues teniendo los ojos más verdes que jamás he visto, ¿lo sabías? —Baltazar se puso en pie y la estrechó entre sus brazos con fuerza.
—dime que no estoy soñando otra vez.
—No estás soñando otra vez —susurró ella, besándole el rostro con dulzura.
Baltazar la besó, apasionado, mientras la alzaba en brazos y ella, le rodeaba la cintura con las piernas.
—¿Estás listo para soportarme por toda la eternidad? —Baltazar se apartó un poco para mirarla; era tan hermosa, tan perfecta.
—Sí —Mariagracia extendió sus alas, provocando un gesto de estupor en Baltazar—. ¿No volverás al mundo de los mortales? —Mariagracia negó con la cabeza sin dejar de sonreírle.
—Mi mundo está donde te encuentres tú —Baltazar exhaló el aire que llevaba contenido y se aferró a ella de nuevo, procurando no aplastar sus alas.
—Te amo —susurró con los labios adosados a la curva de su cuello.
—Y yo te amo a ti
—Baltazar alzó la cabeza para mirarle; verse reflejado en aquellos ojos llenos de amor lo regocijó.
Uriel se acercó a Azrael que observaba la escena desde lejos ocultando su presencia.
—No sabía que el ángel de la muerte fuese tan sentimental —Azrael se encogió de hombros.
—Un amor así conmueve hasta la propia muerte —Uriel asintió mirando a la pareja de soslayo.
—Mejor les dejamos intimidad, ¿no crees?
Azrael asintió. Ambos ángeles se marcharon, cerrando con sigilo el portal tras de sí.
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Índice
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