Pensar parecía una completa locura (TOC) | Parte 3, relato propio
Creo que lo peor de vivir con un trastorno de obsesión compulsiva es la soledad que sueles sentir y que se incrementa a lo largo de la vida. De niño te quedas en la esquina del parque, alineando las hojas en vertical y asegurandote de que ninguna piedra sobre salga sobre la arena, mirando tus dedos llenos de tierra, tus uñas mugrientas y esa extraña sensación de querer salir corriendo mientras todos te miran, los otros niños te miran y simplemente no entienden por qué haces lo mismo una y otra vez.
Una de las cosas que no suelo controlar muy bien (como casi todo en la vida) son las rabias constantes que camuflajean todo mi ser. Inevitablemente me suelo enojar, de niño no era alguien feliz, así que no tenía que seguir un patrón que nunca existió. Hablo del humor, más que todo. Sé que mucha gente intentaba sacarme sonrisas, pero mientras veía las suyas solamente podía pensar en el pedazo de queso trabado entre sus dientes, y en las ganas que tenía de acercar mis pequeñas uñas y apartar restos.
O los granos, Dios, no había nada peor que presenciar un grano en el momento menos oportuno. Recuerdo haberme visto encima del tío Lucas una vez, en contra de su voluntad, con mis manos cubiertas por guantes porque tocar la grasa de la cara me resultaba repulsivo, pero, de igual modo no podía dejar que ese grano contagiara el resto de su rostro. Recuerdo que me gritaba, me arañaba y me decía que basta, que le dolía, pero simplemente no podía detenerme.
Hasta que al fin quedó sin nada, y ahí sí sonreí.
Sonreí también el otro día al ver a Isabel, de casualidad, por supuesto. Me la encontré en la cafetería, llevaba un vestido negro de rayas blancas pegado al cuerpo, que en mi opinión se dejaba mirar unas nalgas tremendas. Teniendo este pensamiento, me puse completamente rígido con el hecho de simplemente imaginarme tener que pasar mis manos por ahí, y mi cuerpo sentía calor, y mi piel secontorsionaba internamente. También me regañé, porque no debo pensar de ese modo.
Me habían enseñado que las mujeres debían respetarse y no tener ningún tipo de pensamientos malos hacia ellas, pero, miraba a Isabel y sentía como mis dedos intentaban acercarse a un cuerpo que sí sabía que tocaba iba a haber problemas. Me contuve, por supuesto, algo casi imposible.
Se dirigió su vista hacia mi persona, y mi boca estaba entreabierta mirándola, cosa que había cerrado de inmediato al darme cuenta. Se achinaron sus ojos en una sonrisa, y pude notar que sus dientes eran tan plenos, perfectos y blancos que no se me pasaba por la cabeza tener que limpiarlos, la boca se me hacía agua con esa boca.
Me saludó, como si nada, recordandome por haber trabajado en la encomienda y todo el asunto. Mi sonrisa también se reflejó, y por alguna razón una conversación fluida estuvo en la cola para comprar café esa mañana. Me preguntó de mí, situaciones que me vuelven loco porque nunca se que hablar acerca de mí. Pero me preguntó, se interesó en saber por mí y eso me extrañaba tanto, maldita sea, ¿por qué piensas en cómo estoy yo, Isabel?
Balbucee cosas sin sentidos, algo de aquí y de allá, intentando buscar entre los oscuros escondites de mi mente cosas interesantes que decirle a Isabel, y no encontraba, maldita sea, no sabía que decirle, Dios, ayuda. Sentía mis ojos poco a poco cristalizarse al darme cuenta que no tenía nada atractivo para decirle, y ella rápidamente se dio cuenta de eso.
-Eh, Rocco, ¿que pasa? -su voz fue como una caricia, una caricia preocupada. Mi boca se secó y no supe qué decirle, nuevamente.
-Es que no tengo nada para contarte.
Isabel frunció levemente las cejas y terminó en una suave risa, como en un resoplo, como de alivio, ¿por qué se aliviaba?
-Sí eres tonto, pensé que te había pasado algo. -murmuró y avanzó hacia la caja, dejandome unos segundos atrás y después mirándome nuevamente.- ¿Te sientas conmigo?
Otro vuelco en el corazón, Isabel deseaba sentarse conmigo. No puedo cagarla, en serio no me es permitido cagarla justamente ahora. Solamente asentí, unas tres veces pero lo hice, sin decir nada más por el increíble temor de echar todo a perder.
Era la primera vez que me sentaba a solas con una chica que no fuera parte de mi familia y que no le daba miedo o asco mi esencia, o mi forma de hacer o hablar.
Nos sentamos en una mesa del fondo, frente a frente, me contó de su trabajo y de sus cosas ante el hecho de que yo no tenía nada que decir. Me dijo que era contadora y tenía una pequeña oficina la cual compartía con una amiga, estaba soltera por el hecho de tener tanto que hacer y que este era su único momento en el día en que podía sentarse a respirar un poco.
Nuestro encuentro duró unos 20 minutos, y ella se tuvo que ir. Cuando me lo dijo creí haber sentido que algo se caía, creo que era mi sentido de paz. La acompañé hasta su auto, con el cual me ofreció llevarme, pero era estúpido ya que la encomienda del tío Lucas se encontraba a una cuadra.
Isabel se fue, llevandose consigo toda mi admiración sin nisiquiera conocerla. Memoricé la placa de su auto y la dirección de la oficina que me había dicho, memoricé el nombre de las personas a quien nombró y de las cosas que me dijo que hacía. Memoricé todo para no perderme nada de la vida que ya sé, y que quiero seguir conociendo, verga, en serio quiero seguir conociendo.
Aunque, más allá de todo, me da miedo. Me da miedo que se asuste con mis actitudes y piense que soy extraño. Al fin y al cabo, todos siguen pensando que soy extraño.
Made by: @camperos
Me encanto, ya quiero leer el resto, también amo escribir.
Me gusto tu post esta genial, tienes mi voto, sigue así. Te invito a pasar por mi blog @mararena y le des un vistazo a mis nuevas publicaciones,espero tu comentario y si te gusta tu voto.
Excelente, muy bueno. Todo un personaje este Rocco.