Muy joven para un entierro…

in #spanish7 years ago

Una vez mi tía Agustina y yo, por razones que no vienen al caso, tuvimos que caminar desde la casa de mis abuelos en pleno campo hasta la orilla de la carretera que nos quedaba a media hora de camino. Ahí trataríamos de tomar un autobús que nos trajera a la capital.

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Llegamos a la carretera principal pasadas las doce de la noche. Nos sentamos en un banco para esperar que pasara un autobús. Para pasar el tiempo y espantar el frío mi tía me hablaba de cualquier cosa, mientras poníamos toda nuestra atención a los sonidos de la noche. Grillos, mugidos de vacas lejanos y el croar de las ranas. No sentíamos miedo. En esa época no había mayor peligro de andar a media noche fuera de la casa.

De repente, vi una tenue luz que salía de una casa abandonada que estaba como a veinte pasos a la derecha de donde estábamos. Le toqué el hombro a mi tía para que mirara hacia la luz. Volteó y me dijo que estaba alucinando, que ahí no había ninguna luz. Que esa casa estaba abandonada hacía muchísimos años y que en ese caso de haber alguna luz, era un tesoro enterrado. Y mi tía Agustina me comenzó a hablar de los “entierros”.

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Fue cuando me enteré que la gente adinerada enterraba sus monedas bajo tierra en vasijas de barro o costales de yute. Y que si morían sin haberlas desenterrado, las encontraba quien viera la luz en las noches. Sé que es una explicación muy simple para un tema que puede ser más extenso, pero no es el punto del relato.

El punto es que por solo tener 6 años no pude ser millonaria, porque mi tía no me creyó que veía una luz. Años después, cuando derribaron la casa y removieron la tierra para construir una fábrica de ladrillos, encontraron un “entierro” valorado en millones y millones de bolívares. Y mi tía cada vez que se acuerda de esa noche, llora desconsolada por haber dejado pasar la ocasión de ser muy rica. Por mi parte, no sé si por ese hecho jamás he ido a un entierro cuando se muere un familiar o un conocido.

Atte.
Un pez humano