Sístole y Diástole

in #spanish-castellano7 years ago (edited)

Esta es una historia real narrada por mi padre de su propia experiencia personal con el acoso escolar del cual fue víctima durante muchos años, hoy en día tiene 58 años, y puedes notar cuando te cuenta sus batallas lo mucho que aún le afectan.


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Cuando estudiaba quinto grado de primaria el profesor siempre empezaba la clase con estas palabras: “la violencia genera violencia”. Nadie sabía porque comenzaba su clase de esa manera, pero nadie preguntaba porque, aun hoy conservo el gran peso de la verdad que incluye la frase repetida cada día por mi maestro. Y ahora voy a contar mi historia…

Los chicos de quinto solíamos tener todos aproximadamente la misma edad entre 11 y 12 años, todos éramos de constitución enclenque, quizás hubiese alguno rollizo, pero eso era un peso más que una ventaja a la hora de sobrevivir a los embates de los gemelos que tenían más de 13 años, eran mucho más altos que el resto del salón y además eran corpulentos, o así los veíamos. Se hacían llamar “Sístoles” y “Diástoles”, según decían ellos mismos que eran el corazón del colegio. Había un grupo que le hacia la corte, pero la mayoría le teníamos miedo, el colegio parecía una cárcel y ellos los matones que tenían el control.

Los gemelos se dieron cuenta que yo era una víctima en potencia, fácil de maltratar, algunas veces llegaba a casa con la nariz sangrante, con el uniforme roto porque arrancaban el bolsillo de la camisa donde estaba bordado el sello del colegio, los zapatos pulidos duraban hasta el recreo porque se daban a la tarea de hacer barro y luego pisarte para mancharlos al igual que medias y pantalones, dependiendo de la violencia del acto. Cuando hacia la fila para comprar algo de merienda y la tenía ya en mis manos, venían me la arrebataban, me soltaban un empujón que terminaba yo en el suelo con los ojos llenos de lágrimas y en mi pequeño cuerpo de niño sentía un dolor sordo entre el pecho y la espalda, quería gritar, quería golpear, matar, pero no hacía nada porque no podía, hoy sé que se llama impotencia.
La escuela estaba ubicada en una cima, muchas veces al ir caminando pasaban los gemelos y me arrancaban la mochila, la hacían rodar por una pendiente y se iban soltando grandes carcajadas, lo primero que se rompió fue la caja de los creyones, para la cual había estado trabajando en vacaciones con mi padre para poder comprar la que más quería, el juego de escuadras y reglas ya no aguantaron tantos golpes e igualmente se partieron. Un día en clase de Educación Física uno de ellos me lanzo una pelota de baloncesto con tal fuerza que mis brazos no fueron suficientes para atraparla, me pego directo en el estómago dejándome un rato en el suelo con dificultad para respirar. En el teatro nos pegaban chicle en la cabeza, en clase nos quitaban los lápices que veían nuevos y los sacapuntas, además nos utilizaban como esclavos. Levantarme cada día para ir a la escuela se convirtió en un suplicio.

Un fin de semana vino a mi casa mi primo Alfredo, cuatro años mayor que yo y había conocido a los gemelos ya que había estudiado en el mismo colegio, le conté la historia de mi triste vida escolar y se sintió horrorizado por la hegemonía que habían adquirido los gemelos en la escuela. Me desahogue, porque al fin tenia alguien a quien contarle todo ese mundo de humillaciones y frustraciones. Mi primo prometió ayudarme, pero no me dijo como. El lunes siguiente al finalizar la clase íbamos saliendo del colegio y vi como un grupo de estudiantes corría para entrar nuevamente en el colegio y yo no entendía que estaba pasando. Representantes corriendo con sus representados, era un caos. Repentinamente vi a uno de los gemelos corriendo perseguido por mi primo Alfredo y un amigo, lo alcanzaron propinándole golpes y patadas, cada vez que se levantaba le seguían pegando, en medio de todo esto escuche cuando le decían “esto es por mi primo”, yo estaba como petrificado desde mi atalaya cada golpe no era para mí objeto de alivio, era un momento que se suponía yo debía disfrutar por simple venganza, pero no, me sentí desubicado, llegue a mi casa a llorar por las escena de violencia.

Los gemelos no fueron a clase al día siguiente, ni al otro, pasaron quince días sin ir a clases, esos fueron los quince mejores días, y comentábamos si estarían muertos por la golpiza. Luego de dos semanas, un día estábamos en fila para entrar al salón y aparecieron los gemelos, todos quedamos con cara de estupefacción. Tenían las caras marcadas aun por los golpes y a uno de ellos le faltaban dientes. Pero pasó la mañana tranquila, supimos que aún estaban adoloridos. A la hora del recreo llego un nuevo momento de tensión, pero no pasó nada.

Los gemelos cambiaron, no volvieron a maltratar a nadie, llegaron a integrarse al grupo, a mí me trataron con respeto o quizás miedo, no lo sé, nunca llegue a preguntar. La golpiza les cambio la vida y hasta llegaron a bailar en la fiesta de fin de año escolar.

Estudiaron el sexto grado conmigo y nos graduamos juntos, y parafraseando a mi maestro puedo decir que la violencia en mi caso me produjo una gran paz y tranquilidad, aunque nunca justificare el uso de la misma.

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Qué triste historia la de tu padre en el colegio. Sin duda parece un buen hombre al leer que no se alegró por la venganza de tu primo hacia los gemelos. Comportamientos así se deben erradicar de los colegios. Como reza la última foto: Más amor y menos odio.

Upvote para ti y tu padre!

Saludos.

Hola @olbrich, gracias por el comentario, el upvote y sobre todo por la comprensión, con más personas como tú la labor de erradicar esos comportamientos se puede realizar, un gran abrazo