El Vaso roto - The Broken Glass
(Español)
En la mesa de madera, bajo la tenue luz de una tarde lluviosa, un vaso roto parecía esperar. Sus bordes afilados reflejaban diminutas estrellas de luz, como si, en su fragmentación, hubiera encontrado un nuevo lenguaje. No quedaba agua en su interior, solo el vacío: una ausencia transparente que absorbía la atmósfera de la habitación.
El vaso no recordaba cuándo había caído. Tal vez alguien lo había dejado en el borde, quizás una mano torpe lo empujó sin querer. Pero ahí estaba, roto, incompleto, y al mismo tiempo más verdadero que nunca.
Para Carolina, el vaso era un testimonio de su propia fractura. Lo miraba desde el sofá, con los ojos fijos en esos pedazos dispersos, como si el cristal tuviera algo que decirle. "¿Qué soy cuando ya no puedo contener nada?" pensó, como si fuera el vaso el que hablase.
Recogió un fragmento. Lo sostuvo contra la luz, que lo atravesó en un destello frágil y perfecto. Recordó las veces que había sostenido ese vaso lleno de agua fresca en las noches de verano, el frío del cristal contra sus labios, el peso en su mano. Ahora, el fragmento cortaba su piel con una delicadeza insospechada, como si intentara dejar una marca antes de desaparecer en el olvido.
Pensó en sí misma, en las grietas invisibles que la habitaban. Su soledad, su rutina, los días que caían como gotas de lluvia y se rompían contra el suelo del tiempo. Pero también pensó en la belleza de esos fragmentos: la manera en que la luz los tocaba, los hacía brillar, los convertía en pequeñas constelaciones.
Se levantó, fue a la cocina y buscó un tubo de pegamento. "Tal vez," pensó, "recomponer no es recuperar lo perdido, sino descubrir lo que nunca estuvo." Con paciencia, unió los pedazos. El vaso nunca volvería a ser un vaso, pero ahora era otra cosa: un mapa de fracturas que contaba una historia, una cicatriz de cristal que sostenía la memoria de su caída.
Cuando terminó, lo colocó en la ventana. La luz del sol, tímida tras las nubes, lo atravesó con un resplandor nuevo. Carolina sonrió. Se sintió ligera, como si, por un instante, pudiera contenerse a sí misma sin desbordarse.
El vaso roto ya no era solo un objeto. Era una pregunta, una respuesta y un recordatorio: a veces, estar roto es la única manera de ser completo.
(English)
On the wooden table, under the dim light of a rainy afternoon, a broken glass seemed to wait. Its sharp edges reflected tiny stars of light, as if, in its fragmentation, it had found a new language. There was no water left inside, only emptiness: a transparent absence that absorbed the atmosphere of the room.
The glass didn't remember when it had fallen. Perhaps someone had left it on the edge, perhaps a clumsy hand had unintentionally pushed it. But there it was, broken, incomplete, and at the same time truer than ever.
For Carolina, the glass was a testament to her own fracture. She watched it from the sofa, her eyes fixed on those scattered pieces, as if the glass had something to tell her. "What am I when I can no longer contain anything?" she thought, as if it were the glass speaking.
She picked up a fragment. She held it against the light, which passed through it in a fragile and perfect flash. She remembered the times she had held that glass full of fresh water on summer nights, the coldness of the glass against her lips, the weight in her hand. Now, the fragment cut her skin with an unexpected delicacy, as if trying to leave a mark before disappearing into oblivion.
She thought of herself, of the invisible cracks that inhabited her. Her loneliness, her routine, the days that fell like raindrops and broke against the ground of time. But she also thought of the beauty of those fragments: the way the light touched them, made them shine, turned them into small constellations.
She got up, went to the kitchen and looked for a tube of glue. "Perhaps," she thought, "recomposing is not recovering what was lost, but discovering what never was." With patience, she joined the pieces. The glass would never be a glass again, but now it was something else: a map of fractures that told a story, a glass scar that held the memory of its fall.
When she finished, she placed it on the window. The sunlight, timid behind the clouds, passed through it with a new glow. Carolina smiled. She felt light, as if, for an instant, she could contain herself without overflowing.
The broken glass was no longer just an object. It was a question, an answer, and a reminder: sometimes, being broken is the only way to be complete.