Una mejor gobernanza, pero aún insuficiente

in #rs2 months ago

Cuando los mercados no logran gestionar adecuadamente la oferta y la demanda de bienes y servicios, se produce lo que se conoce como fracaso del mercado. Las causas de este fenómeno son diversas, pero la más común es la incapacidad de incorporar las externalidades, tanto positivas como negativas.

En términos económicos, una externalidad es un costo o beneficio que no se considera al calcular el rendimiento financiero de una inversión. Los problemas medioambientales son un claro ejemplo de fracaso del mercado, ya que los productores y consumidores no asumen los costos de los daños que generan, ni reciben beneficios económicos por contribuir a la sostenibilidad. Estos fallos solo pueden corregirse mediante la intervención del Gobierno, que suele adoptar dos enfoques: (1) la aplicación de normativas que obligan a productores y consumidores a adoptar ciertas prácticas, o (2) políticas basadas en el mercado que incorporan los costos y beneficios de las externalidades a través de impuestos o subvenciones.

Sin embargo, los gobiernos enfrentan resistencia por parte de los ciudadanos, quienes rechazan las restricciones a sus opciones de consumo, el aumento de precios o la carga impositiva necesaria para financiar subsidios.

Los politólogos definen gobernanza como la formulación de políticas y la gestión del Estado. En la Panamazonía, la discrepancia entre políticas y resultados refleja, en parte, una crisis de gobernanza. A pesar de los avances logrados durante medio siglo de gobiernos democráticos, estos países no han logrado sortear los obstáculos impuestos por fuerzas sociales y económicas fuera de su control, como la voracidad de los mercados globalizados, los impactos crecientes del cambio climático y los efectos disruptivos de la pandemia de COVID-19. Tampoco han gestionado con éxito amenazas que, en teoría, podrían abordarse mediante acciones basadas en la integridad y la previsión.

Con frecuencia, los funcionarios subordinan el interés público a intereses particulares, beneficiándose ellos y sus allegados. Lo más preocupante es que la corrupción fomenta una cultura de mediocridad que aleja aún más a los ciudadanos y socava el respeto por las instituciones estatales.

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