Niccolo Machiavelli
Niccolo Machiavelli.
Da la impresión, cuando se oye hablar de Maquiavelo, que con decir “El fin justifica los medios” se capta y se resume todo su pensamiento político, algo que, para cualquiera que lo haya leído con la debida atención, no deja de ser ridículo.
Es ridículo porque Maquiavelo nunca dijo tal cosa, y lo es más todavía porque es atribuirle al intelectual florentino una simpleza que no lo deja en muy buen lugar, no tanto por el carácter maléfico de la simpleza, sino por la superficialidad de lo que dice.
Lo que Maquiavelo sí dijo:
Lo más parecido a “el fin justifica los medios” que se puede encontrar en El príncipe, obra de Maquiavelo debido a la cual se le atribuye tan estúpida frase, está en el penúltimo párrafo del capítulo XVIII del libro, titulado: “Si los príncipes deben ser fieles a sus tratados”.
Allí dice Maquiavelo lo siguiente:
¿Qué dice aquí Maquiavelo? Lo primero de lo que habla es de “juzgar el interior de los hombres, y principalmente el de los príncipes”. Este “interior” de los hombres es subjetivo, es su subjetividad y se compone de motivaciones, intenciones, ideales, fines, etc. Maquiavelo entiende que este “interior” nos está vedado, no es público, sino privado: cada hombre puede conocer su propio “interior” y nadie el de los demás, por ello no es posible “recurrir a los tribunales”.
Sin embargo, eso no nos impide “juzgar el interior de los hombres”, sobre todo de los príncipes, ya que siempre podemos juzgar los resultados de sus acciones, con independencia de aquello que las haya motivado.
En segundo lugar, habla de fines y medios: el fin del príncipe es gobernar y para ello debe “mantener su autoridad” por encima de todo. Si no la mantiene, entiende Maquiavelo que el príncipe no es tal, sino a lo sumo un títere, un mediocre o, en el peor de los casos, un futuro cadáver, con las desastrosas consecuencias que ello pueda acarrear para el pueblo que gobierna. ¿Y qué dice de los medios? Pues que con tal de no perder su autoridad, pueden ser cualesquiera, pues en apariencia serán vistos, por la mayoría gobernada, como “honrosos” y dignos de alabanza.
Lo que Salustio está diciendo, y lo que Maquiavelo está secundando, está muy claro: por muy buena que sean las intenciones del príncipe, si las acciones derivadas de tales intenciones comprometen su autoridad, no son dignas de alabanza, lo lícito es mantener, cómo sea, tal autoridad. Maquiavelo añade: y al hacerlo, que parezca que el príncipe se guía por todas las virtudes que haya.
Las frases siguientes son aún más interesantes, pues recogen mejor el pensamiento de Maquiavelo. El príncipe desempeña una función social: gobernar por el bien del pueblo. Ya avisa Maquiavelo, al principio del libro, que él pertenece al pueblo y el autor florentino no era gilipollas, es decir, no le está diciendo al príncipe en esta obra que machaque al pueblo que gobierna.
Maquiavelo distingue entre el vulgo y una minoría: el primero no se percata del tipo de hombre que lo gobierna, y mientras que todo vaya bien, las acciones del príncipe serán juzgadas con benevolencia, puesto que el vulgo no se percata de lo deshonroso que es su gobernante.
Solo unos pocos individuos perspicaces lo hacen, pero estos guardan silencio, pues, como dice nuestro filósofo político favorito más adelante:
Ahora bien, estos ciudadanos perspicaces hablarán en cuanto el vulgo no sepa “a qué atenerse”, es decir, cuando no se sienta arropado por el gobernante, esto es, cuando el gobernante no mantenga el bienestar general. De hecho, el capítulo siguiente, el XIX, se titula “Que el príncipe ha de evitar que se le menosprecie y aborrezca”, en el que aconseja, entre otras cosas, que se debe hacer querer por el pueblo, el cual es el principal apoyo del gobernante:
Es importante, a este respecto, tener en cuenta lo siguiente: que el príncipe sea la autoridad real, y no un mero títere, es importante desde la perspectiva de los gobernados. Si el príncipe con autoridad es efectivo y los gobernados viven felices y comen perdices, enhorabuena, ese príncipe tiene muchas posibilidades de morir apaciblemente en la cama de viejo.
Si el príncipe carece de autoridad y gobiernan otros, entonces es poco ventajoso para el pueblo gobernado y para el mismo príncipe: el pueblo podría participar, incluso protagonizar, su derrocamiento, y dado que la autoridad real no la ejercía él, nada cambiará.
El que ejerce la autoridad debe ser un personaje público y conocido, no alguien oculto en las sombras. Si el príncipe es un mentecato que haciendo uso de su autoridad arruina a su pueblo, el pueblo lanzará sus dardos con acierto si ataca al príncipe.
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