Tendemos a ver a algunas personas como quienes siempre buscan la excelencia. Los consideramos individuos destacables que tenazmente entregan siempre los mejores resultados al empujar sus ideas y proyectos siempre un poco más allá. Y admiramos esta marca de ambición sana y competitividad. Algunos incluso se enorgullecen de su perfeccionismo porque es algo que nos hace sentir sobre los estándares y la media.
Pero ¿es adecuado sentirse superior? ¿cómo podemos definir esa superioridad? Evidentemente implica una comparación dicotómica y una métrica que se centre en solo ciertos aspectos de un fenómeno, para empezar. Si alguien realmente alcanza esa cualidad de ser perfeccionista cabe preguntarse cuan arbitraria es esa definición de perfecto y a que costo se alcanza.
Porque si nos centramos demasiado en los detalles y en controlar, nos volvemos prejuiciosos, ineficientes, hostiles y llamamos a la hostilidad. Por suerte, podemos hacer lo mejor que queramos, teniendo en mente que ya tenemos todo lo que necesitamos y no en base a la desesperación. Si nuestros actos fallan al cumplir con algún estándar o expectativa, no es nunca un desastre permanente que se refiera a la persona. Una cosa es la motivación, pero la otra es el miedo. Y somos más que capaces de lograr resultados mejores sin tener que controlar todo lo que está involucrado de forma indefinida. De hecho ¿cuán perfecto puede ser algo que es tan poco espontaneo como para requerir que todo lo que lo rodea cambie?
Quizás es tiempo de centrarnos en reflexionar no desde el déficit, a aceptar que la vida y el entorno son tan perfectos con pueden ser, fuera de nuestro control la mayor parte del tiempo... Y sin embargo, siempre permiten que las cosas que pueden pasar ocurran en perfecta armonía con quienes las llevamos a cabo.