Pienso, y luego existo.

in #narrative6 years ago

A Voltaire y a Descartes

El procedimiento de despertar casi siempre es el mismo: me hago consciente sin abrir los ojos, me contorsiono como un gato sobre mi cama como encendiendo algún sistema interior, ya cansado del estiramiento, llevo hasta el lavamanos mi cuerpo aún entumecido y verifico mis condiciones generales en el espejo, la notoriedad de los signos de la vejez, el desorden de los cabellos, la sensación del vapor que exhala mi cuerpo y que aún el día no me ha hecho sentir imperceptible. Me meto al baño, desnudándome y colocándome bajo el torrente de agua que cae sobre mí, el agua fría humedece mi cuerpo y se adhiere de manera casi mágica, el despertar se concreta y me masturbo para terminar. Al llegar a la nevera hago inventario rápido: dos huevos, tomates, una cebolla, un cuarto de pimentón y un solo diente de ajo, por lo cual decido picarlo todo y cocinarlo con un huevo, aparto la mitad del picadillo en un envase para que Ana pueda comerlo cuando vuelva, ese día había madrugado y siempre es bueno que piensen en ti para la comida.
Leí un grupo de artículos en internet, en donde el número 1000 de Awen celebraba el inmenso logro con una edición sobre los primeros números de la revista, hace ya, tantísimo tiempo, mientras pensaba, las imágenes se iban reproduciendo en mi mente como recuerdos, cuando se hicieron las 9 fui a caminar.
Me gustaba caminar por la avenida Josefa Camejo, modificada en el 2109, conservaba ese aire natural que fue desapareciendo luego de la revolución temporal y el inicio de la comunicación inter temporal. En fin, la avenida tenía zonas donde la tierra se exponía de forma natural y árboles de diferentes especies a lo largo de sí.
Al llegar a un cierto nivel de la avenida cruzaba y daba con un bosquecillo que llega hasta los límites del antiguo aeropuerto. Hoy cuando llegaba al bosquecillo empezó a llover, la lluvia en principio crepitaba al contacto con el pavimento ardiente y sentía como el sagrado olor de la tierra iba invadiendo el ambiente hasta apropiarse de él, me refugié bajo una mata de mango que permanecía quieta y debajo parecía anochecer la mañana por lo tupida de la oscuridad atmosférica, los pájaros guardaron silencio, animado por mi cansancio, por el trote y por el ambiente que poco a poco se formó en el bosquecillo me quite los zapatos para sentir la tierra, el tiempo que sucedió a este momento corresponde a eso lapsos relativos e inconmensurables. Aún entre el bosquecillo, vi aparecer la silueta de una mujer delgada y joven, sus cabellos enroscados se posaban alternativamente sobre sus hombros mientras trotaba, la clara serenidad de sus ojos no podía sospechar mi presencia allí, pues el verdor me ocultaba bastante bien, la camisa húmeda me explicaba calmadamente el volumen de su cuerpo, las proporciones de sus senos, mi mente distraída se erizó en ese instante comprendiendo el deseo, y viéndola alejarse me puse los zapatos para retornar a casa.
Al llegar, encontré las cosas como las había dejado. Ana seguía sin llegar, preocupado las cavilaciones empezaron a engendrar hipótesis descabelladas, pero maticé el pensamiento preparándome una infusión de toronjil y limón, me acosté para leer algunos textos de Leibniz que había conseguido en físico, aún cuando el libro sea una artilugio tan sofisticado e inaccesible siempre lo he preferido a descargar los libros en mi memoria como la mayoría de la gente. Me quedé dormido, aún para mí la lectura es una meditación y en mi torpeza la paz me lleva al sueño.
Recuerdo haber estado parado en las riberas de un río, la princesa Leia se acercaba y movía el avión con ayuda de la fuerza, al verla creí ver a Ana, intenté moverla también, pero yo no tenía la fuerza, y Leia me dijo que la fuerza es lo que une todo lo vivo, que yo no vivía, porque yo no existía, y siendo así yo no podría mover nada nunca.
Me desperté y vi a Ana sobre la cama, parecía haberme visto dormir, las escleróticas totalmente enrojecidas delataban un llanto cercano, en su mano se encontraba un papel humedecido por las lágrimas, lo tome de ella un poco contagiado de su desoladora mirada, reconocí de inmediato mis planos de diseño, mi año de fabricación, los modelos estructurales y los paquetes bajo los cuales se había desarrollado mi inteligencia artificial, dejé entrever una efímera sonrisa que comprendía la circunstancia en la que se hallaba, preparé el café sin mediar palabras, hasta que ella rompió el silencio luego de un sorbo.
¿Cuándo me pensabas decir que eras un androide, acaso no pensaste que me sentiría engañada y destruida, cómo sé si todo el amor que dices sentir por mi es real o es una simple respuesta programada hace tanto tiempo, cómo sé que todo pensamiento tuyo no es otra cosa que la extensión del pensamiento de otro hombre hace mucho tiempo y que tú no eres otra cosa que el cascarón en el que subsiste su pensamiento?
Pensaba que te ves muy bella cuando despiertas y los ojos se te anegan de luz, entonces no pienso en otra cosa que, qué voy a hacer de desayuno, que te guste a ti y que me guste a mí, que tarde poco por qué me gusta aprovechar el tiempo que sobra para compartir contigo y que sea sabroso porque amo comer y sé que tú también, luego pienso en mis palabras, las saboreo y las extiendo en mí, sé que tengo miedo, dudo de mi existencia, de la posibilidad de mi alma, después vuelvo a tu sonrisa y lo olvido todo.
Eso no responde nada.
Lo sé, supongo que es algo que tienes que decidir, si existo y me sostengo en el mundo por mí o si por el contrario soy solo la extensión de la memoria de otro hombre de otro tiempo, que si eso de pienso, luego existo se invalida con la posibilidad de que todo mi pensamiento haya sido desarrollado como una suerte de destino, que solo sigo los caminos instaurados en el código que sustenta mi psique y este cuerpo que ha sido desarrollado de forma gradual para mí.
Para ese momento, aún cuando mis palabras salían de mi boca con seguridad y precisión, era un mar de lágrimas, mi tristeza ungía el momento y Ana lloraba conmigo, la conversación se extendió hasta que anocheció y me dijo:
No soy lo suficientemente segura para que con mi voluntad pueda decidir estar con alguien que podría o no existir, lo cual me entristece, porque en verdad llegué a sostener un sentimiento por ti, tú que hoy te deformas y te transformas en un objeto para mí, y de igual manera este sentimiento se sostiene de manera irracional, entonces comprendo que me he obsesionado con un objeto y liberarnos es lo fundamental y quizá sea el precio más difícil de pagar en esto, porque es la duda la que carcome mi alma y mi existencia, no podré vivir por ella y es en ello que sostengo mi decisión de irme para no volver.
La vi en cierta manera enternecido, y me acerqué a ella para abrazarla. Su llanto cesó en la madrugada, la vi sonreír en sueños, porque esa noche tuve insomnio, sospechando la dulzura de sus besos y pensando en la prontitud en que llegado el amanecer se rompiera el mito.
La próxima mañana desperté, y Ana había traído el desayuno a la cama, se veía radiante, la blusa sobre sus senos dejaba traspasar la luz y me hacía sentir sensualmente atraído, me beso en la boca y comimos berenjenas con pan tostado, para mi alivio y debido al fuerte trance, su programación se restauro a un momento de mayor estabilidad.
Joan Manuel García
Mayo, 2018

Cuento publicado en la revista Awen en la edición de agosto 2018.