Carta de ella a ella
No sabía cómo empezar esta carta que –extrañamente– va dedicada a mí misma. Lo normal es que el remitente y el destinatario de una carta sean dos personas diferentes, pero esta no es una carta normal, es una crónica de un alma solitaria, de una mujer rota, de unos ojos inundados de arte y de mar, de mar salado y dulce, salado de penas y dulce de amor.
Siempre quise saber si en algún lugar por muy lejos que fuese, alguien me habría pensado con tanta pasión y locura como Romeo pensaba a Julieta y habría querido invitarme a ver el ballet de Prokofiev. Es un tanto gracioso y triste el hecho de no ser la musa de ningún poeta… Siempre lo soñé, y soñé que escribía cartas de respuesta, ensayé sonrisas y ojos bonitos para cuando fuese La Maga de algún Oliveira, la María Iribarne de Juan Pablo Castel, la Angie de los Stones, la inspiración de Jaded para Aerosmith, quizás la muchacha con ojos de caleidoscopio de los Beatles, la Annabel Lee de Poe, la Juanita de Reverón o la Lenina Crowne de algún Salvaje… sí, hasta ella.
Me pregunto si alguna vez usé la cabeza de algún Cerati como un revólver y fui la alcaldesa con pantimedias rasgadas de La Ciudad de la Furia; si me recordaría alguien cuando Robert Plant canta “Tangerine, tangerine, living reflection from a dream, I was her love, she was my queen…” o cuando David Gilmour acompañado de su guitarra acústica canta “How I wish… how I wish you were here.” ¿Fui la Frida de Diego, la Cassie de Bukowski o alguna de las putas que pasaron por su cama, la más guapa y la de los ojos más bonitos; la Amada Inmortal de Beethoven, la Annie Hall de Alvy Singer, la Gioconda de Da Vinci o la Helena de La Vida Boheme?, o la de Misfits, no importa, a ella también la aman. ¿Será que algún caballero con voz cálida y pastosa habrá querido recitarme Te Espero de Benedetti, para después de amores de hojitas que caen de los árboles con mi nombre escrito y paradas de buses a las que nunca se atrevió a ir, me haga ir por fin a su encuentro para escuchar de sus labios La Bienvenida?
¿Seré yo la Nancy de Sid, la Mathilda de León; seré yo Lelaina, a quién Troy deseó desde siempre y que al probar la dulzura de sus labios y los placeres de su sexo, ni siquiera la filosofía, la certeza de que la vida y la humanidad le deben algo y su sentimiento de incomprensión pudo apartarlo de ella jamás? Y de verdad, en serio, ¿Pude haber sido yo, con un tanto de simpleza, timidez y torpeza alguna de las hermanas Lisbon para aquellos muchachitos del barrio? Lux con su buen gusto musical, su vicio por cigarrillos y alcohol de manera ilegal por ser una niña, una niña habilidosa sexualmente y con unos ojos azules vacíos como el espacio (ni tan vacíos), o Cecilia, con un corazón noble y compasivo, la que encontró la luz y guió a sus hermanas Mary, Bonnie y Therese que también eran guapas, y aunque no lo parecía, de igual forma ellas estaban tristes.
Chicas guapas y tristes. Como yo… sí, como yo…¿Guapa? Yo creo que soy un poco guapa, bueno; no lo sé muy bien, pero triste… sí, estoy segura de que como ellas, yo también estoy triste.
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Pido disculpas. Ciertamente este texto lo había subido a poematrix, pero ya me encargué de borrarlo. :)
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