Desde pequeña tengo una gran imaginación. Lo que no podía concebir conscientemente, mi cerebro durante el sueño lo hacía por mí.

A muy corta edad, decidí que quería escribir. No sabía qué clase de libro o historia quería hacer, lo confieso, pero deseaba hacer algo decente y de lo que sentirme orgullosa y recibir buenas críticas. Para ese momento yo ya leía bastante. Yo me pasaba los recreos de la escuela en la biblioteca y también leía lo que había en casa. Sin darme cuenta, estaba formando la base para lo que estoy haciendo hoy ya que no se puede escribir nada bien si primero no se consume literatura ni se aprenden las reglas del propio idioma.

Ahora que soy adulta, veo las cosas como son, incluyendo el mundo literario. Este está lleno de ofertas, de aspirantes a escritores, escritores fantasma, cientos de publicaciones anuales e, igualmente, de cientos borradores rechazados.

Haber perdido en los concursos en los que me he postulado me hizo sentir muy mal. Pensé que no estaba haciendo bien mi trabajo o que no era tan buena como creía. De hecho, hay gente que ha sido sincera conmigo y han criticado lo que hago. Yo he aceptado esos comentarios y he hecho los cambios pertinentes con tal de ser mejor como escritora.

En fin, publico por aquí casi todos los días, porque esto de escribir es más un vicio que una necesidad. Hace un tiempo, pasé casi un mes sin escribir nada y me sentí rara, como enferma. Esto ya no pasa, gracias a Dios.

Cuando escribo me pierdo en lo que hago. Ya nada más me interesa y no me levanto hasta haber terminado con lo que me senté a hacer.

Trabajo para la historia o el poema. No importa en tema sobre el cuál trabaje, lo importante es desarrollar bien el conflicto de la trama.

Yo soy consciente de que los temas de mis cuentos y poemas no son los más llamativos en el panorama literario, pero me gusta hacerlos.