Somos una danza contrastante de de seres diferentes, divergentes y también coincidentes, un mosaico con heterogéneos colores, pareceres, opiniones. Esa danza debe estar conducida por una melodía llamada tolerancia, esa que da cabida a todo aquel que quiere acercarse con su particular manera de bailar, de pensar o de creer, para de la mano entrelazados por el respeto convivamos bajo la armonía necesaria para proseguir adelante con nuestros propósito, proyectos y sueños.

Sin importar el color de nuestra piel, ni el principio de nuestro ser. Todos merecemos dignidad, y el respeto necesario que nos ayude a crecer, a Ser…a continuar. La tolerancia no debe ser sentida como aquello: “que mas remedio, debo calarme estos”, debe ser desde la afectividad por el distinto, ya que eso redunda en que otros sientan lo mismo con nuestras creencias y consideraciones. Sin duda el mundo fuese otro si dos palabras desaparecieran del vocabulario del hombre: juicio y critica…cuan diferente sería la convivencia terrenal e inclusive con el entorno ambiental.

La tolerancia nos permite conectar con la “verdad” del otro y nos ayuda a engrandecer la mente y el alma. Cuando la vida en ocasiones te coloca desafíos y recibes de todo y de todos ya sea ayuda o abandono, este valor comienza a tomar fuerza para el diario vivir…tolerar no es solo aceptar o por lo menos no debe quedarse solo allí, debe ser una comprensión de las diferencias con el otro y de encontrarle valor a esas citadas diferencias, sin etiquetas, sin nombres…seres humanos hijos de Dios, la divinidad, el universo como quieran llamarle que habitamos un lugar común y mientras sus “diferencias” no causen un “daño” colateral a nadie y a nada…pues a tolerar.

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