A las cosas que son feas ponle un poco de amor, y veraz que la tristeza va cambiando de color.

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Zumbete era un duende que había vivido siempre al lado de monamí: juntas sus casas, juntitas e iguales como si fueran gemelas. Y porque gemelos si eran sus corazones, el se puso triste cuando ella se mudo. Siete días de viaje los separaban. Zumbete le echaba tanto de menos, que empezó a escribirle unas cartas larguísimas con los siete colores de sus creyónes y le mandaba una violeta de su patio en cada una porque sabía que le gustaba.

Sus respuestas le ayudaban a quererla más. Pero la última le dolió en el corazón porque decía:

Estoy triste, casi adolorida, porque los duendes de aquí me encuentran fea. Converso solo contigo, así que contestame enseguida.

La leyó muchas veces recordando a Monamí gordita y con pecas que de verdad eran bastantes. Pero precisas de estrellas salía la noche y no hay paisaje más bello que un cielo estrellado. ¿Cómo entonces se atrevían a encontrar fea a Monamí? Y aunque nunca había escrito poesía, se sentó a contestarle con un poema porque sabía que le gustaban y que uno suyo le gustaría y le quitaría la tristeza y le devolvería el color.

Para componerlo necesitaría palabras. Y buscándolas, alistaba la hoja de papel, cogía y soltaba el lápiz y pensaba en Monamí: Feliz y cercana antes, lejana y triste ahora. Las palabras vinieron solitas:

Lo más bello tuyo lo llevas por dentro, adornándote el alma gracioso, tierno.

Lo de afuera no importa e descubierto que lo bello de afuera vamos perdiéndolo.

Pero lo bello tuyo, sincero, espléndido durará para siempre. Lo más bello tuyo: tus sentimientos.

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Lo había compuesto le parecía mentira, pero estaba ahí, escrito con lápiz... Esmerándose, lo paso en limpio con sus siete colores de sus creyónes. Y del sobre cayeron violetas cuando Monamí lo abrió... Y acá ando de leer el último verso ella salió en busca de Zumbete.

Siete días después lo encontró en su patio. Era ya de noche, sintiéndo que el cansancio se le iba en el abrazo, le dijo en el oído:

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Gracias por tu poema. Se llevó mi tristeza y me devolvió el color.

Lo escribí para eso. Le dijo, alzándole la cara para acariciarle despacito las pecas, así, como si quisiera contárselas.

Y bajo el hechizo de aquel conteo, Monamí pregunto:

¿Soy de verdad una Duente bella?

Y mostrándole el cielo, el duende Zumbete le respondió:

Cómo esa luna nueva, en esa inmensidad estrellada...

Se ocuparon después de las violetas, yendo y viniendo entre macetas, cada uno con su regadera.

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Este Cuento sobre estos simpáticos duendes nos enseña en la vida cotidiana los valores como el amor, la ayuda mutua y otros que se practican en la comunidad familiar y vecinal que favorecen la convivencia de las personas que lo integran. Nunca estamos del todo solos, siempre habrá alguien que se interese y se preocupe por nosotros, siempre estará esa persona para quien seremos el más bello o bella.

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