Lo que cuentas me toca muy de cerca.

Hace tiempo, alguien me pidió que le dijera “la verdad” sobre un punto teológico. Con dos licenciaturas en el área, pensé que valoraría una explicación profunda. Y al principio, así fue. Se emocionó al descubrir nuevos matices de lo que creía. Pero cuando profundicé más y expuse cómo una palabra mal traducida podía cambiar el sentido de todo el pasaje bíblico, algo cambió. Se incomodó… y con el tiempo, nuestra amistad se enfrió hasta desaparecer.

Ahí entendí algo vital: muchas veces, la gente no quiere toda la verdad, sino una versión que les calme, les afirme o, al menos, no les incomode.

También lo he visto en parejas amigas, donde en nombre de la “honestidad”, se dicen cosas que, incluso para mí como espectador, resultan hirientes.

Les he dicho que no todo debe decirse, no por ocultar, sino por cuidar. Pero ellos creen que la transparencia total es amor… y no siempre es así.

Como bien expresas en este texto, la sinceridad sin empatía, puede terminar siendo una forma de crueldad. No es mentir, es saber cuándo hablar, cómo hacerlo y cuándo el silencio también es un acto de amor.