Una imagen tiene la facultad de ser musa para infinidades de historias y, nuestra amiga @solperez está convencida de ello, porque a través de esta dinámica, nos invita a ser creadores de relatos que transmitan lo que una pieza gráfica nos aboca. Por ello, me complece unirme a su iniciativa. Sin más preámbulo, comienzo con mi participación,

  La primera etapa de mi infancia la disfruté viendo como mi abuela se entregaba en cuerpo y alma al cuidado de su jardín. Dicha devoción la llevaba a hablar con las flores y jardín que había plantado e incluso, también les cantaba. Yo, desde un rinconcito remoto, me escondía para observarla detenidamente en su entrega tan amorosa hasta que un día me descubrió:

¿Qué haces ahí catirita de mi corazón?

  Fue su melodiosa pregunta. Les confieso que aún me pregunto por qué sentía pena de que me viera. Ella con mucho amor estiró sus brazos, me acerqué e inmediatamente sus brazos me cubrieron mientras decía que la naturaleza es nuestra madre; siendo esta la primera vez que escuchaba esa expresión y, me gustó tanto que quedó tatuada en mi mente.

  Desde ese día, se hizo una tradición que todas las tardes, después de que mi entrañable Toña se tomaba su cafecito de olla acompañado con un pedazo de acemita, nos íbamos a limpiar y regar su jardín. Para mí, esta convivencia era mágica porque sentía la calidez de la naturaleza y por supuesto, el amor puro que mi abuela transmitía.

  En ese momento, no entendía muy bien por qué ella le hablaba a sus plantas (A pesar de que me lo decía) y, cuando finalmente lo comprendí, llegué a la conclusión de que mi abuela me había dado en vida la mejor herencia que alguien puede recibir y, este es el amor hacia la naturaleza.

  Cada tarde de compartir con mi abuela en su jardín, era totalmente diferente. Todos los días me enseñaba a identificar las flores que había plantado y, cuál era la forma correcta de cuidar las áreas verdes, por lo que mi fascinación aumentaba diariamente hasta convertirse en un amor natural que he nutrido con devoción.

  Si me enfoco en tiempo, puedo decir que fue muy limitado, ya que mi abuela falleció cuando yo tenía ocho años de edad y, por los cálculos que ha hecho mi papá, la dinámica solo duró un año. Sin embargo, saliendo de la línea de duración, pienso que fue el período que tuvimos en este compartir, fue suficiente para enseñar y marcar toda mi vida.

  En la actualidad, ver un jardín frondoso, es revivir mentalmente esa experiencia con mi abuela. Las pocas veces que he visto a una señora regar sus plantas, siento que es ella y más allá de entristecerme, sonrío, miro al cielo y agradezco la oportunidad de ver esa acción, porque lo interpreto como un obsequio que ella me envía.

  Mi amor hacia la naturaleza, me lo enseñó mi abuela; enseñanza que eternamente le agradeceré, porque gracias a ese amor natural, he logrado tener la sensibilidad que necesitamos para amar todo lo que está relacionado con el mundo verde. En vida, no le agradecí haberme permitido sumergirme en su jardín, pero sé que desde el paraíso celestial donde está, supo lo agradecida que estoy por su valiosa herencia.

¡Muchas gracias por leer mi publicación!