Descubriendo el aroma del amor.

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Hola, soy Pedro. Tengo 15 años y vivo en un pueblo, que está tan escondido que no creo que valga la pena que les cuente cómo se llama. Pero sí les puedo contar a qué se dedican nuestras familias. Todos aquí son agricultores. Sembramos papas, legumbres, fresas, duraznos. El clima es frío y por eso la mayoría tenemos las mejillas siempre coloradas y ¡no es por vergüenza, eh! Somos un pueblo del páramo.

A mí me gusta mucho trabajar, lo hago desde pequeño. Ayudo a mi abuelo a sembrar y a cosechar. También estudio. Voy a la escuelita de la señora Maura, un día sí y un día no. La escuela funciona como un liceo también. Somos pocos alumnos en el pueblo. No abre todos los días, porque la señora Maura, también es enfermera, entonces hay días en los que no puede abrir la escuela, y yo aprovecho para seguir ayudando a mi abuelo. ¿Mis papás? Viven en la ciudad más abajo de estas montañas. Yo los veo cuando se puede. A veces porque bajo con mi abuelo a llevar lo que vamos a vender y otras porque ellos suben a traerle medicinas a mi abuelo.

Las ventas van muy bien, eso me dice mi viejo abuelo, y por eso hoy vienen de otra ciudad más lejana unos señores a comprar una gran carga de verduras. Desde hace una semana estamos recogiendo todo. Hoy llegan, recogerán la carga y mañana se devuelven, así me dijo el abuelo. Por eso estoy aquí esperando con Bruno, mi perro, en la entrada del pueblo, para guiar el camión hasta la finquita de mi familia.

Allá se ve el camión, llegaron. Espero a que me vean y les hago señas. "Hola muchacho" Me saluda un hombre grandullón y muy rojo, debe estar cansado. A su lado se ve otro hombre más joven que me saluda con la mano. "¿Tú eres el nieto de Don Arístides?", pregunta. Muevo la cabeza arriba y abajo para decirle que sí. "Bueno, súbete y así nos guías mejor", me dice el señor grandullón. Doy la vuelta hacia el otro lado del camión, me abren la puerta y me subo de un tirón. Un delicioso olor a caramelo inunda mis fosas nasales. Y entonces, la veo.

¡Dios! ¿Qué es? Parece un ángel de esos que están dibujados en la capilla donde reza mi tía Joaquina. ¡Tan blanquita! Me atrevo a jurar que su piel es suavecita como los duraznos que cosecho en la finca. Ella me mira y sonríe. Me tengo que agarrar de la puerta porque creo que me voy a caer. "¡Muchacho!" "¡Espabila!" La voz del hombretón me saca de mi vorágine de pensamientos. Le hago un gesto de saludo a la hermosa, preciosa y maravillosa muchacha que está sentada a mi lado (no exagero, así siento que es ella). Cierro la puerta y de nuevo con gestos le indico al hombre que arranque.

No sé cómo logro indicar el camino, pero llegamos. Mi abuelo nos está esperando. Se saludan con agrado y luego son invitados a entrar para que mi tía Joaquina les comparta chocolate caliente y algunos bocadillos con queso de cabra. Se van a quedar en la casa de al lado porque aquí arriba en el páramo, no hay hospedajes, y dormir afuera los puede congelar, bueno, eso dijo mi tía. Yo no he dicho nada. Las palabras se me escondieron desde que la vi a ella, a la hermosa muchacha, que gracias a las presentaciones, descubrí que se llama Celeste. Ella ya sabe que me llamo Pedro, porque mi abuelo se los dijo cuando vio que ahora me había convertido en mudo. Son las 2:00 pm y aunque el frío aumentó, mi cuerpo está hirviendo. Hierve de curiosidad. Hierve de emoción y de unas ganas muy exageradas de oler y tocar su piel. Por eso me voy, me voy a ver cómo crecen las plantas; seguramente esa actividad tan simple, calme toda esta locura que se ha instalado en mi cerebro, y mi piel, y en mis manos, y en mis ojos. Estoy mal, es definitivo.

Salgo y me dirijo a los cultivos de cebollino, a lo mejor, si los veo de cerquita crezcan más rápido gracias a la energía que se arremolina dentro de mí. O mejor me dirijo hacia donde están sembradas las fresas, tal vez, con la fuerza de mi sangre alborotada, se tiñan más de rojo. ¿Y si mejor me doy un buen baño de agua fría? Sí, es mejor. Me voy caminando hacia la quebrada, pero el grito de mi tía me hace frenar de golpe. Me volteo lentamente y la veo parada en la entrada de la casa, haciéndome señas con las manos. A su lado está la preciosa Celeste, que a estas alturas, ya debe pensar que definitivamente soy mudo, pues mi tía tiene que hacer aspavientos para llamarme.

—¡Eh! ¡Pedro! Celeste quiere conocer los sembradíos. Llévala a los duraznales, seguramente le va a gustar y de paso te traes una cesta llena. Hoy les voy a preparar una mermelada, para que se la lleven de regalo.

Adiós a mi deseo de calmar estas emociones que me están volviendo loco. Son todas emociones nuevas. Me hacen sentir mucho más eufórico que cuando ayudo al abuelo con las vacas al parir. Tengo nervios y no sé por qué. Siento que quiero saltar y a la vez sentarme, y luego correr y a la vez parar. Ella se acerca con su cara sonriente, sin saber que su sonrisa me produce cosquillas en el estómago. Me entrega la cesta que mi tía le acaba de dar y sigue caminando, como sabiendo, que igual la voy a seguir y que igual le voy a enseñar el sembradío de duraznos.

Me apresuro a caminar y la adelanto. Ella me sigue y yo de vez en cuando echo una miradita hacia atrás, para ver si viene bien. Cuando llegamos a donde inicia el sembradío de los durazneros, ella se emociona y sale corriendo. Al pasar por mi lado, vuelvo a percibir ese delicioso aroma a caramelo que sentí en el camión cuando llegó. Aspiro profundo y dejo que su aroma entre en mí y me estremezco. Abro los ojos y la veo corriendo hacia los durazneros, se gira y me dice:

— ¡Todo esto huele a ti!
— ¿Cómo es eso de que huele a mí? - Respondo curioso.
— Sabía que hablabas, pero la timidez no te dejaba. - Me dice, mientras se acerca a uno de los árboles y se alza en puntillas para tratar de alcanzar un durazno.
— Ni soy mudo, ni soy tímido. Es solo que me sorprendí cuando te vi. Creo que es tu olor a caramelo. - Me acerco y de un tirón arranco el durazno maduro que intenta agarrar y se lo ofrezco. Soy mucho más alto que ella.
— ¡Yo no huelo a caramelo! - Lo dice disimulando la sonrisa.
— Si hueles. Y es delicioso. Por lo menos no hueles como yo, que dices que huelo a tierra y árboles.
— Yo no dije que huelas a tierra y a árboles. Tú hueles a durazno. - Lo dice y se acerca sin disimulo y comienza a olisquearme.

Me quedo paralizado, mientras va acercando su nariz a mi ropa, a mis orejas, a mis hombros. Sin pensarlo, comienzo a olerla yo también. Me acerco y hundo la nariz en su cabello, aspirando y absorbiendo todo ese rico olor a caramelo. Bajo hasta sus hombros y huelo. Huelo todo, mientras ella también me huele. Siento cómo intenta levantar mi franela, así que me la arranco, la lanzo al piso y regreso a mi tarea de seguir oliendo y aspirando cada rincón. Ella también está concentrada en absorber y oler todo lo que puede. Al cabo de unos minutos ya no tenemos nada que nos cubra y cada espacio que vamos descubriendo lo vamos oliendo y así envueltos en esa locura por olerlo todo. Nos encuentra mi tía Joaquina.

— ¡Pedro! ¿Qué haces? ¿Muchacho, tú quieres que te maten? - Susurra mi tía, y aunque habla bajo, se nota la furia contenida.

Nos levantamos del suelo, totalmente desorientados. Comenzamos a vestirnos rápidamente, mientras escuchamos los escarmientos de mi tía. Sé que tiene razón. Lo que no sé, es en qué momento me perdí de mí mismo. Solo sé que cada vez que olfateaba, me adentraba más y más a un mundo desconocido pero fascinante. Mi cuerpo respondía y yo solo lo seguía.

Regresamos en silencio a la casa. Mi tía nos vigila el resto de la tarde y de la noche con mirada severa. En algún momento de la noche, el abuelo me indica con gesto serio que hoy dormiré con él en su habitación, porque mi tía va a dejar un sahumerio en mi cuarto para espantar zancudos y eso es malo respirarlo. Yo creo que eso se lo inventó mi tía para que mi abuelo me vigile. No duermo, no puedo. El olor a caramelo está metido dentro de mí. Amanece y los compradores de verduras se despiden. Todos se despiden, se dan las manos y se prometen futuros negocios. Celeste se acerca y me tiende la mano. Se la estrecho. Me sonríe. Le sonrío.

— Adiós, Pedro. De ahora en adelante pensaré en el olor a durazno de forma diferente. - Me dice.
— Y yo pensaré en el aroma a caramelo de forma muy, pero muy diferente. Le digo.

La veo alejarse y escucho cuando le dice al hombre grandullón.

— ¿Papá, sabías que el durazno es mi fruta favorita?
— ¿Sí? Qué bueno, porque acabo de hacer negocios con Don Arístides y vendremos dentro de unos meses a comprar más.

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Este relato es contenido 100% original e inédito, creado para participar en el "Concurso de Arte y Escritura #136" propuesto por @solperez. Espero les guste mucho.

Abrazos. Nos leemos en el camino.

El separador fue realizado con imagen gratuita de pixabay.
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La niñez es un etapa de inocencia y a medida que vamos descubriendo cosas de la adolescencia es un cúmulo de emociones y temores todo junto, que si no sabemos cuándo parar pueden suceder cosas de las que nos podamos arrepentir
Muy buena historia

Realmente es así, es un cúmulo de sensaciones y de emociones que nos toman por sorpresa y que dependiendo de como lo vivamos dejará huellas agradables o desagradables en nuestro historial personal. Gracias por leer el relato. Saludos.

Gracias por publicar en #VenezolanosSteem
Sabía que esta imagen daría paraescibir relatos fabulosos, pero tu narración sobrepasó mis expectativas. Lograste describir de manera magistral esos primeros encuentros que se dan cuando nos encontramos en el límite entre la infancia y la adolescencia. Esto es, sin duda, un coctel de emociones entre inocencia, temo y amor desenfrenado.

Me encantó leerte. Quedé con ganas de saber qué va a pasar entre Celeste y Pedro. Un abrazo.

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Disfruté mucho al redactar el relato. Cuando vi la imagen la creatividad se disparó y tuve que comenzar a escribir de inmediato. Me encanta cuando algo me inspira de esa forma a escribir. Gracias de nuevo por estas propuestas que nos ofreces.

Excelente relato acerca de la atracción entre dos personas, no caiste ni en lo vulgar ni en lo soez. Es muy disfrutable. Muchisima suerte en el concurso. Un gran saludo!

Es el segundo cuento que te leo @lilianajimenez y eres de mis favoritas, tienes una capacidad narrativa tan vívida que hace que podamos literalmente sentir lo que escribes, experimentar sensorialmente lo mismo que tus personajes, tu relato maneja con mucha elegancia la sutil línea de la inocencia y la sensualidad.

Excelente, me quito el sombrero