Kevin había partido hacía tres meses. La casa se sentía vacía y silenciosa. Morgane y Alain la llenaban sólo físicamente, pero no como el amante ausente podía hacerlo. Antes de irse, le dio a Lucien una vaga idea acerca de cuándo podría regresar y estar juntos de nuevo.

Lucien celebraba para sus adentros cada vez que un mes quedaba consumido por el paso del tiempo. Las labores con las que se mantenía -aparte de ayudarle a sostenerse- también le distraían de meditar acerca de qué hacer una vez que Kevin se graduase. ¿Dónde vivirían? ¿Ahí en la costa del país galo o se irían al otro lado del canal?

Al irse a dormir, esta duda lo asaltaba antes de perder la consciencia. Pronto, una preocupación se uniría a esa.

Una mañana, unos hombres llegaron a la villa pesquera. A juzgar por sus trajes, se notaba que eran de clase alta. Miraban todo y a todos con ojo crítico, curioso, como quien busca algo.

Con el paso de los días, éstos individuos reunieron a los habitantes y les explicaron su razón de estar ahí. Asombrados y estupefactos, oyeron sus intenciones y de forma progresiva, fueron aceptando su propuesta.

Lucien vio como muchos de sus vecinos y conocidos de toda la vida hacían sus maletas y abandonaban su hogar. Cada vez que salía a caminar -ya fuera para buscar a alguien para alguna tarea o para ir de compras al mercado- veía menos gente.

La sensación de vacío lo apabullaba y le hacía sentir tristeza e incomodidad. Empezó a comprar cosas necesarias antes de que los habitantes responsables de distribuirlos se fueran del lugar.

Lucien veía el calendario con ansiedad. La llegada de Kevin y los hombres de negocios que se acercaban a su cabaña cada vez más le hacía ver los números y los nombres de los días en el papel.

Los Cassel llamaron a unos familiares para que los ayudaran a mover a los animales. Esa familia era, por decirlo de alguna forma, la mejor posicionada en la villa por lo que esta venta no hizo más que aumentar su patrimonio. Compraron otra granja en una localidad más grande y lejana.

— Lucien, —le habló Sylvie Cassel, conciliadora aunque con secretas y obvias intenciones de conseguir un tema bueno para chismes— ¿Por qué no vendes tu cabaña? Esa plata sería buena para ti.

— Aún no me siento listo para soltar este lugar.

— Entiendo.

— Señora Cassel, quiero pedirle unos favores.

La mujer le invitó a su casa y le dio lo que le pedía: ropa y zapatos de hombre que no necesitaran, comida y leña. Sylvie Cassel le pidió a uno de los peones que le ayudara a llevar las cosas a su cabaña y, una vez que este se fuera, Lucien las acomodó y salió a caminar por la costa

La tensión le hacía sentirse impaciente.

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