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Así es la vida

El tema de hoy, menopausia y andropausia, nos lleva de inmediato a personas que comienzan a adentrarse en otra etapa de su vida, generalmente se conoce como la tercera edad porque cuentan los años y lo asocian con los síntomas y “achaques” que comienzan a aparecer.

No necesariamente debe ser así, son etapas de la vida y debemos adaptarnos a ellas, forma parte de la naturaleza y el ciclo humano.

Mi historia es muy diferente y cuando vi el tema dudé si debía compartirla o no. Ahora pienso que sí, y esta es mi experiencia personal. A pesar de que yo tuve una menopausia quirúrgica, sí sentí los síntomas que suelen asociarse a la menopausia y lo más fuerte en este caso fue la parte psicológica.

Haberlo superado con el apoyo de mi familia y el trabajo fue el mejor tratamiento.

Todo sucedió a raíz del parto de mi segundo hijo, ya mi hija tenía 3 años y venía el varoncito. Todo eran preparativos y felicidad.
Mi primer parto fue natural y yo le había dicho al médico que no me hicieran cesárea, ya comenzaba “la moda” de no parir y si yo había parido a la primera bien podría con el segundo.

Esto ocurrió en Caracas, en una clínica muy conocida. Cuando llegó el momento el médico me dijo que por seguridad me harían una cesárea porque algo no iba bien. Yo confiaba plenamente en ese doctor que me estaba controlando y aunque no era lo que esperaba, tuve que aceptar. Debo hacerles saber que yo era muy joven en ese momento, apenas 23 años porque me case a los 18.

Aparentemente, todo salió bien y vi a mi hijo adorado a mi lado, lo más importante para mí es que estaba sano. Eso sucedió en la madrugada. Al día siguiente a eso del mediodía comencé a sentirme muy mal y lo último que recuerdo es que me alejaba de allí.

Desperté cinco días después, en terapia intensiva, sin entender nada de lo que estaba ocurriendo. Cuando me llevaron a la habitación y me fueron a hacer la cura me di cuenta de que la cicatriz que yo había visto era horizontal y ahora la veía vertical. Al preguntar qué había pasado me explicaron que tuve un shock séptico y que me habían vuelto a operar y que ya no podría tener más hijos.

Yo pensé, bueno, ya tengo dos, estoy viva, qué más puedo pedir.
No sabía la magnitud de la operación, la histerectomía fue total y por supuesto que hubo consecuencias.

Pasé dos meses en la clínica y apenas me recuperaba. Cuando salimos de allí mi bebe parecía un gigante al lado de otros recién nacidos. Yo no estaba bien y requería otras operaciones, pero en la clínica solo querían que me marchara de allí. Luego con el tiempo comprendí todo había sido negligencia médica, pero yo solo daba gracias a Dios por estar viva.

Como casi toda la familia estaba en Cumaná, nos mudamos para facilitar un poco las cosas que estaban por venir. En Cumaná buscamos médicos conocidos que nos ayudaran a entender ese desastre que nos había tocado superar porque esto afectaba a la familia en pleno.

En Cumaná, gracias a Dios caí en las manos maravillosas de un médico que me ayudo física y psicológicamente. Después de dos operaciones más comencé a sentir que ya no me iba a morir, porque hasta entonces estaba convencida de eso me ocurriría en cualquier momento.

Todo esto tuvo muchas consecuencias. No pude amamantar a mi hijo ni un solo día, apenas pude verlo durante sus primeros meses. La primera vez que lo cargué sobre mis piernas ya tenía cuatro meses.
A mi hija la atendía una tía, a mí, mi mamá, y mi esposo estaba con la mudanza de Caracas a Cumaná, el trabajo y mil preocupaciones. Al bebe lo estaba criando mi suegra.

Cuando salí de todo ese lío caí en cuenta de que era una mujer menopáusica a los 23 años.
Durante 20 años más, estuve tomando reemplazo hormonal y luego tratando de compensar el funcionamiento normal del organismo con otros medicamentos, ya que pronto apareció la osteoporosis. En esos casos si tenemos que depender de algunos medicamentos porque no son procesos naturales.

Cuando aprendí a manejar la situación todo fluyo. Dios me había dado una nueva oportunidad para ver crecer a mis hijos y ahora a mis nietos. Trabaje mucho y la verdad no recuerdo ese episodio de mi vida, a menos que sea una ocasión como esta, donde toca compartirla.

¿Calorones? Si, en su momento, los sentí. Así como otros muchos síntomas que aprendí a apartar de mi mente. A los 43 años hablé con mi médico y juntos decidimos dejar los reemplazos hormonales y entrar en la etapa lógica y natural de la edad. Hoy en día me siento superbién y solo debo estar pendiente de que todo funcione y mantener una vida saludable.

Cada etapa tiene su encanto y hay que saberla llevar con orgullo y alegría. Ahora esta vivencia la percibo como una herida de guerra que me ha acompañado y enseñado a lo largo de mi vida.