En homenaje a Peder Mørk Mønsted los invito a leer esta historia.

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Mi madre en el jardín

La fascinación por las plantas y las flores siempre tuvo un lugar especial en la vida de mamá. En cada rincón donde vivió, las flores desplegaban sus colores vibrantes, llenando de alegría el espacio y reflejando su amor por la naturaleza.

Mamá tenía su ritual particular, cada día salía al jardín, las regaba con esmero, arrancaba las malezas y, con dulzura, les hablaba como si fueran viejas amigas. Su jardín siempre fue el más hermoso del vecindario.

Un día, al regresar a casa, algo me estremeció. Su planta de calas, siempre brillante, estaba destrozada, sus flores mal cortadas yacían sin cuidado sobre otras macetas. Un dolor agudo me atravesó el pecho, definitivamente algo no andaba bien.

Le pregunté qué había sucedido, y con una serenidad inquietante, me respondió que había tomado las flores para colocarlas en otras plantas que no tenían ni una.

Ese momento fue un punto de quiebre. Una señal silenciosa pero devastadora. Su jardín, aquel reflejo de su fortaleza y ternura, se convirtió en el primer testigo de su fragilidad. Las plantas, sus queridas compañeras, fueron las primeras en sentir el peso de su deterioro, y con ellas, nuestra tranquilidad comenzó a marchitarse.

Han pasado algunos meses, sus plantas quedaron atrás, yo sigo cuidándolas y me sorprende que sigan tan llenas de vida y con colores alegres y vibrantes.

A mamá a veces le llevo alguna con flores para alegrar su habitación. Ahora escojo para ella flores secas y perfumadas que alegran su visión y sus sentidos. De vez en cuando quiere regarlas, otras veces las regala a cualquiera que llegue. Le siguen gustando las plantas, pero no tiene muy claro lo importante que llegaron a ser para ella.

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