Me están esperando
Su padre puso el grito en el cielo cuando ella le dijo que ese día viajaría en el compartimiento de segunda clase. Pero, Sofía de los Ángeles, te has vuelto loca; a esos vagones se suben siempre los más hábiles delincuentes de esta ciudad a cometer sus fechorías; nunca faltan las denuncias de hombres y mujeres, mucho más acostumbrados que tú a esas situaciones, sobre robos, escándalos y frecuentes abusos, más que todo en contra de jóvenes señoritas desprevenidas. Tú no tienes necesidad de eso, hija mía; usa la primera clase como todo el tiempo los has hecho.
No te preocupes, papá, nada me va a pasar, estaré bien atenta, respondió Sofía, quien llevaba más de dos días dándole vueltas a esa idea y sabía de antemano la reacción de su querido progenitor. La semana anterior había escuchado, en uno de los vagones donde se trasladaban las personas que no podían pagar los lujos que la rodeaban, el alegre ritmo de una guitarra, junto a los cantos y el baile de unas personas que evidentemente la estaban pasando muy bien; algo que contrastaba con los parsimoniosos gestos y los excesivos refinamientos de esos adustos seres humanos que se encontraban cerca de ella, los cuales hasta para el simple gesto de sentarse parecían cumplir con un esmerado protocolo.
El mundo en el compartimiento de segunda clase parecía ser mucho más interesante que el aburrido ambiente que ella debía soportar las tres veces semanales que se desplazaba en tren y ya había decidido, a pesar de las objeciones de su padre, conocer cómo era aquello. En el momento en que debía subirse al vagón, dudó un poco, sin embargo, la mano servicial de un apuesto joven apareció de pronto para ayudarla a entrar y Sofía le regaló un gesto de agradecimiento, acompañado de una leve sonrisa. De repente se percató de que la sortija que tenía en la mano que le tomó el solícito caballero había desaparecido.
Lo vio a lo lejos charlando con otro sujeto de gorra y bigotes y fue a sentarse junto a ellos. Le recriminó, sin mucha severidad, que la había robado descaradamente, pero el mozalbete hizo un gesto de extrañeza y le juró que ignoraba de qué le estaba hablando. Nosotros no somos ladrones, señorita, señaló el hombre de la gorra, mientras Sofía percibió sin muchos problemas que le sustraía una pinza dorada que le sujetaba el sombrero. Ellos, sin embargo, continuaban hablando como si nada y se le acercaron con un desparpajo tan natural y descarado que a la muchacha no le quedó más remedio que pensar en las advertencias de su padre.
Decidió, quizás como un mecanismo de defensa, seguirles el juego. Conversó por un largo rato con ellos, le hizo preguntas sobre sus vidas, les rio sus extrañas ocurrencias y fingió sorprenderse ante cada mentira que le decían… solo cuando llegaron a la estación donde ella se quedaría, les dijo en tono conminatorio: Devuélvanme la sortija y la pinza de pelo si no quieren ir presos ahora mismo.
Los dos hombres la miraron, haciéndose los ofendidos, y luego se rieron burlonamente de su desesperada osadía, pero en cuanto vieron a los diez agentes que venían hacia ellos, se asustaron y le devolvieron las prendas. Conociendo a mi padre, les aseguró la muchacha, ya sospechaba yo que un pequeño ejército custodiaría mi arribo para averiguar si algo me había pasado. Sería una desgracia para él, en verdad, que su propia hija se convirtiese en una víctima más de su apreciada línea ferroviaria.
Invito al amigo @casv a sumarse a esta hermosa dinámica literaria.
Hola amigo!
Que bueno que Sofía de Los Ángeles tenía siempre su ángel protector. Aunque es bueno que los hijos conozcan el mundo real, también es bueno mantenerlos "donde mis ojos te vean", como reza el refrán.
Me encantó tu relato! Mil éxitos!
Saludos, amigo...
Cuando somos jóvenes nos encanta experimentar y eso no tiene nada de extraño. Lo que pasa es que, algunas veces, podemos correr riesgos innecesarios por eso. Gracias por sus sensatas palabras. Saludos...
Por su parte, ella aprendió una lección, que cuando estamos jóvenes nos cuesta admitir:
Gracias por estar. Un abrazo.
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Es natural que los jóvenes quieran experimentar cosas nuevas y que los padres se preocupen, pero el de Sofía contaba con recursos para impedir que le sucediese algo en sus propios trenes. Gracias por todo, amiga.
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Muchas gracias por su apoyo...