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Esa vaina fue un invento de Rafael, que siempre andaba poniéndole de más a todo lo que uno hacía y después vino el repunante de Tito Manuel y pintó un cuadro que hasta ganó un premio en España y le sirvió para ir a conocer esos mundos que quedan más allá de Venezuela. Lo que sí hacíamos nosotros, todo ese pocote de muchachos, varones y hembras, en ese tiempo en que lo único que nos quedaba era inventar pendejadas a diestra y siniestra nada más que para divertirnos, era salir a correr cada vez que llegaba la época de lluvia debajo del aguacero; en ese camino de cemento pulido que tenían todas las casas en frente, antes de llegar al porche, nos encantaba lanzarnos de barriga hasta llegar al final, uno detrás del otro, chocando y riéndonos con cada golpe y compitiendo para ver quién era el que se deslizaba más rápido.

Después cogimos la costumbre de irnos a la casa de Rosa Lavieja porque ahí en la parte de atrás llegaban dos canales grandes que recogían toda el agua del techo y caían directo al piso amplio y brillante donde bailaban casi todos los fines de semana la gente más grande; y como Rosa Lavieja no se molestaba ni nada porque fuéramos para allá y más bien se reía con las morisquetas que inventábamos, cada vez que llovía nos íbamos para su patio.

La idea de agarrar hacia los lados del manantial a bañarnos en la lluvia se me ocurrió a mí una vez que estaba por ahí con mi mamá buscando leña; ya en ese tiempo nadie iba a buscar agua al manantial, pero ahí estaba la quebrada casi seca y un armazón de hierro que bajaba de la montaña como si fuera un tobogán. En mayo, apenas cayó el primer aguacero, como que se me prendió el bombillo de repente y convidé a todos para irnos a jugar para allá; fue una vaina arrechísima, más buena que el carajo, las muchachas nos lanzábamos por el tobogán hasta caer en el agua y los varones preferían balancearse con los bejucos gruesísimos que guindaban de las matas, mientras gritaban como si fueran Tarzán. Bueno, y entonces agarramos la ceba de ir para el manantial así no estuviera lloviendo porque ahí había un montón de vainas para divertirnos…

Hasta que nuestros padres nos prohibieron que por nada del mundo fuéramos para el manantial porque a la mente medio loca de Rafael se le ocurrió inventar que todos nosotros, muchachos y muchachas, nos bañábamos y jugábamos desnudos en pelota cuando estábamos allá. Después él mismo tuvo que aclarar que esa vaina era embuste, pero unos años más tarde el gran carajo ese escribió un cuento sobre eso y lo publicó y todo; y entonces la gente de aquí del pueblo empezaron a inventar que si tal nombre en el cuento era fulano y que este otro era zutano y que no había dudas, éramos nosotros los que estábamos ahí en el relato.

Al año siguiente entonces vino Tito Manuel y pintó el famoso cuadro premiado donde están esos dos carajitos como Dios los trajo al mundo para que con el tiempo todos aquí en esta vaina estén muy convencidos que nosotros jugábamos desnudos en el manantial. Y para más ñapa, el año pasado cuando vinieron los dos al pueblo en diciembre, Rafael y Tito, empezaron con su macán de que por qué no nos bañamos en el manantial así sin nada como antes… ¡Qué vergajos son esos dos repunantes!

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Invito a la amiga @ruthjoe a participar en esta edición de Arte y escritura.