La proliferación de la sesión remota durante la pandemia ha permitido que disminuya considerablemente la cantidad de personas que se saltan sesiones psicoterapéuticas. Esto se debe en parte a que el sistema provee de una accesibilidad mucho mayor, junto a la propia cuarentena y el encierro que necesariamente provocó que las personas estuvieran más tiempo en sus hogares, con la posibilidad de acceder a una sesión por internet.
Según varios estudios norteamericanos, previo a esto, tres de cada cinco sesiones de salud mental eran pospuestas o simplemente omitidas. En contraste, la teleterapia, en estos dos últimos años, ha probado ser un valioso apoyo, especialmente para pacientes que sufren de ansiedad o cuadros muchas veces asociados al aislamiento.
Interesantemente, si bien ha sido ampliamente reportado el valor que ha tenido la teleterapia en el contexto de COVID-19, hay algunos desafíos importantes. Para ser este apoyo fundamental en tiempos de la llamada ‘Crisis de Salud Mental’, deben superarse limitantes de conectividad y evitar que el proceso de terapia se desarrolle en un medio excesivamente acotado.
Junto con evaluar si en realidad la terapia remota es adecuada en cada caso, cabe preguntarse si la video sesión es la mejor opción, existiendo alternativas para complementar o sustituir comó teléfono, chat e incluso correo electrónico ¿cuenta la persona con señal y un espacio para la video sesión? Si hay problemas en el internet, intermitencias y/o si el participante sólo usa la pequeña pantalla del teléfono para ver al terapeuta durante la sesión, mucha información del lenguaje no verbal se pierde. Cada medio tiene sus ventajas y desventajas en ese sentido, ajustándose más a ciertos estilos que a otros, y en especial, se presta más para determinados procesos. Es importante ir monitoreando el avance y acomodando el formato de forma compartida y clara, junto al participante.