Los Tres Mosqueteros
Mi Familia siempre será un cúmulo de hermosos recuerdos, donde las sonrisas y el buen trato prevalecerán por encima de todo lo malo. Mis dos Familias, que con diferentes tradiciones me enseñaban dos mundos que yo disfrutaba con delicia, el universo del venezolano y el tradicionalista italiano, me permitía degustar a la famosa Pasta servida con la mágica Salsa de Costillas de la Nonna italiana y el delicioso Pollo Guisado con Papas y Arroz, plátano frito y yuca sancochada de la Abuela criolla. Nunca, en ningún terrible debate gastronómico, me hubiese entregado a discutir para saber cuál plato era más sabroso que el otro; los dos eran fantásticamente espectaculares. La cocina de mi madre era también muy buena, pero nadie puede negar que la cocina de la abuela es muy diferente a lo que uno podría hacer en ella. Las doñas saben lo suyo.
Entonces, creciendo con estas deliciosas combinaciones, y siempre con losana apariencia, había que sacar fotos para que quedáramos en la historia, para que más adelante nos olvidásemos de todos los problemas que siempre nos atosigan como adultos, para inmortalizarnos y ver que todo estaba muy bien. Pareciera que sólo quisiera vivir en ese pasado pero la nostalgia se hace notar con la lejanía de cada una de las personas que en algún momento conocí. Y aunque esas dos grandes familias apenas manifiestan interés por alguno, llevo la sangre de dos personas que se conocieron, se fusionaron y nos permitieron, a mis hermanos y mi persona, existir; entre nosotros existe ese código de amor, esa historia que nos unen como uno. “Porque cada átomo que te pertenece, me pertenece. Porque cada átomo que me pertenece, te pertenece. Porque tú y yo somos la misma cosa” decía el viejo Whitman.
No podemos alejarnos por lo banal, por el dinero, que siempre se hace y hace y se disfruta, aunque muchas veces no es para muchos, pero que no llena tu alma. Esa ilusión pasajera es como el orgullo, que destruye cuando no se doblega, que hace personas solas sólo porque no quieren escuchar a nadie más. Tampoco debimos caer en el error de la envidia, ya que los logros de aquel familiar no deben ser competencia para nadie, sino orgullo para tu sangre.
Y tantos más errores.
Todo se debía arreglar con una comilona y con fotografías del grupo familiar.
Una tarde mi Madre Yule nos prepara, hasta quedar los tres muy bien arregladitos, para una fotografía que debía demostrar que los chamos (los pequeños) estaban bien ante la familia y el futuro. Tenía yo como siete años, Giovanni cinco, y el más chico, Enzo, quizás con el año cumplidito. La braga azul que portaba mi pequeño hermanito había pasado por algunos cuantos primos hasta haberla yo usado en su tiempo, para luego pasar a mi hermano Gio, y luego el portador del momento en la fotografía, el pequeño Vincenzo, alias Enzo. Giovanni llevaba un chemisse de tres botoncitos, un corte de pelo que casi siempre lo enfurecía, aunque esa tarde se encontraba un poquito fastidiado, quizás por el permanente bochorno sobrecalentado de los asfaltos Maracaiberos. El aire acondicionado dentro del carro era más sabroso, pero debíamos esperar nuestro turno para la dichosa fotografía en el local que no tenía siquiera un ventiladorcito, sólo el gran mostrador y el pequeño estudio donde nos colocarían a los tres para el recuerdo.
Y nos llegó el turno.
Colocaron un taburete para que Giovanni se sentase en la orilla y yo me pudiese colocar, en rodillas, sobre aquella lastimante tabla, casi encima de Giovanni, mientras el más pequeño, relajado con su gran pañal, permanecía sentado en una segura colchoneta. Haciendo poses que frustraba al fotógrafo del momento, nuestros distraídos ojos revelaban lo que el ojo del frustrado fotógrafo astutamente advertía. Debemos recordar que en los ochentas la fotografía tomada en cámara se volvía como toma única; no existían estas delicatesses digitales del momento, donde borras sino te place e imprimes lo que te gusta con tu impresora. A mí, qué bueno, aunque parezca un abuelo hablando de esto, me tocó esa era donde todos posaban bonito, aunque siempre había un payaso echando a perder las fotos con sus payasadas. Y uno se arrechaba, se molestaba en el momento, frustrándose por la tontería que quedaría en la historia. Luego que pasa el tiempo notas con gracia la payasada que marcó al momento.
Entonces, regresando al año 1985, Marty Mcfly regresaba en el tiempo y Oscar de León obstinaba en la radio, nadie tumbaba a Popy y Lusinchi, el presidente, degustaba sus tragos con simpatía. En el caluroso estudio fotográfico los tres chiquillos posábamos y posábamos sin que coordináramos ni llegara la foto especial. Ojos por allá, cabezas ladeada pa´ká. "Quédense quietos que ya nos vamos" decía Papa. "Miren a la cámara y sonrían" decía el fotógrafo.
Hasta que por fin, luego de una docena de veces, los tres miramos al dichoso aparato al mismo tiempo y dimos la mejor sonrisa que pudimos, saliendo victoriosos al atardecer maracucho. Luego veríamos las frustradas fotografías y a la que pasaría a la historia, donde perfecta se mostraba a los tres mosqueteros que mi padre y madre habían hecho con sus benditas y exitosas combinaciones cromosómicas.
¡Qué bueno es recordar con estas fotografías! Es una muy buena terapia para mi alma.
Saludos.
Pp