La creación del orinoco

Hace muchos eones, tantos como la memoria del tiempo pueda recordar, cuando apenas los hombres empezaban a caminar, Wanadi, el Dios de la creación, descansaba sobre su chinchorro amarrado entre la luna y unas estrellas.
—¡Gran cacique! —irrumpió Kashishi, la hormiga protectora de los hombres que trabajan, —¡Imploro su ayuda!

—¿Qué ocurre Kashishi? —preguntó el gran Dios cacique.

—Sus creaciones, los yekuana, mueren de a miles, pues, las aguas dulces quedan a muchas leguas, más de las que ellos puedan aguantar en sus dos patas, y pocos alcanzan a beber del líquido que da vida. —respondió la bondadosa hormiga.

—Kashishi, bajarás al mundo de los hombres y buscarás un camino hasta el manantial que da el líquido sagrado. Cuando llegues, me enviarás un mensaje con Tasharí, el tucán. Toma. —Wanadi entregó un saco de cuero con una luz interior, —mientras avances en tu faena, deja estas luciérnagas a lo largo del camino, para yo poder ver tu ruta desde las alturas. —ordenó el Dios.

Kashishi se subió en el lomo de Tasharí, el tucán protector de los cielos y bajo planeando hasta la tierra, llegando al campamento de los hombres.

Al llegar a tierra, Kashishi fue recibido por Yurukán, el sabio cacique de la tribu Yekuana, quien le dio botellas de miel para su jornada, despidiéndose de todos los hombres, la hormiga empezó su travesía a través de la inhospitable jungla.

Después de caminar días y noches, la hormiga llegó a una gran montaña, tan alta y grande que sobrepasaba las nubes, fue aquí donde decidió descansar. Mientras bebía un poco de miel, escuchó una voz poderosa, que venía del cielo.

—Kashishi, el protector de los hombres, cuanto tiempo sin saber de ti. —dijo la voz.

—¿Quién eres y cómo sabes mi nombre? —preguntó un poco asustada la hormiga.

En ese momento, la gran montaña empezó a moverse, las nubes se deshacían por su brusco movimiento y Kashishi tuvo que correr por la cantidad de rocas que caían, cuando cayó en cuenta, una gran mole de roca maciza se levanta ante él, era Teupurak, el protector de la tierra, la montaña viviente, el capitán de los titanes de piedra.

—Eras tu capitán de las montañas, que susto me has dado. —dijo la hormiga.

—Me contaron los vientos que andas en busca de la mejor vía para llegar al manantial fluido del néctar que da vida, y por que eres mi viejo amigo, te ayudaré. Sigue hacia el oeste, allí te encontrarás con los reinos de Jadar, el Rey de los jaguares. Él te guiará hasta tú próximo destino. —dijo la inmensa montaña en tono paternal, —si por aquí pasa ese líquido, mucho monte y verde me crecerá, así no me sentiré desnudo y con frió por las noches. —concluyó.

Kashishi emprendió su camino despidiéndose de la enorme montaña y dejando luciérnagas por su camino.

Así duró días caminando por la inmensa sabana, hasta llegar a un frondoso bosque de árboles grandes y en cuyas ramas descansaban cientos de hermosos jaguares; sus colas guindaban meneándose mientras los bostezos escapaban de sus grandes bocas, mostrando afilados colmillos.

—¡Oh miren! —dijo uno de los jaguares con infulas de grandeza, —una hormiga, lástima que tu carne no sea buena. —agregó al tiempo que el resto reía.

—Vengo de tierras lejanas en busca de Jadar, el Rey de los jaguares. —dijo Kashishi.

—¿Y qué trueque puede tener mi señor Jadar con una hormiga como tú? —respondió otro jaguar.

—Ninguno, solo vengo buscando su guía y sabiduría. —agregó.

En ese momento irrumpió de entre los árboles un gran jaguar; su piel amarilla brillaba como metal mientras sus manchas negras eran el reflejo del azabache , sus enormes colmillos brillaban como las estrellas y sus ojos parecían atardeceres. Su voz silenció a toda aquella innumerable manada.

—Dejen a la pequeña hormiga, viene en camino a cumplir una gran misión: traernos el líquido que da la vida a todos los vivos. —ordenó el Rey de los Jaguares.
—Kashishi, móntate en mi lomo, te llevaré a través de la selva, en mis dominios nada te pasará.

Así, el Rey Jadar llevaba a la hormiga a cuestas saltando entre los árboles a una velocidad sorprendente, recorrieron cientos de leguas, deteniéndose solo para descansar. Kashishi seguía soltando luciérnagas por el camino.

Después de tanto andar, llegaron a las orillas de un grandioso manantial; su agua era tan pura y cristalina que tenía brillo propio, la vida emanaba de aquel líquido, como una fuente vigorosa, una gran columna de agua se alzaba por encima de los árboles.

—¡Es aquí Rey Jadar! —confirmó Kashishi, quien bajó de su lomo, luego, empezó a gritar el nombre de Tasharí, el tucán.

El tucán, con su gran pico lleno de arcoiris, vio el sitio maravillado.

—Enseguida avisaré a nuestro gran jefe. —Dijo mientras emprendía su vuelo en dirección al firmamento.

Ya en el cielo, el tucán despertó al gran jefe. Wanadi sacó su cara y un brazo por un borde del chinchorro, abajo, veía la tierra entera, al mirar, detalló las luciérnagas brillando, como si de una constelación se tratase, extendió su brazo hasta la tierra colocando la punta de su dedo índice en la primera luciérnaga, trazando una línea curvamorfea a lo largo de su creación, desde la vista de los seres vivos; jaguares, monos, hombres, titanes de piedra, se veía un gran torbellino que destrozaba todo por donde pasaba, dejando un camino limpio de cualquier ruina.

Al llegar al manantial, aquel torbellino desapareció, el agua se liberó creando una poderosa inundación, llenando toda aquella gran zanja, un gran rió había nacido.

Ya calmado su cause y definida su corriente, la hormiga decidió que era momento de volver, el rey Jadar se ofreció a llevarla, pero ella prefirió usar el nuevo torrente, pidió al poderoso jaguar que le ayudase a coger un tronco para luego colocarlo y que sus amigos, los colibrís, le ayudasen a tallarlo, hasta tener una larga curiara.

—Muchas gracias por todo Rey Jadar, su ayuda fue mucha. —dijo Kashishi.

El Rey jaguar asentó con la cabeza.

—¿Y que nombre llevará este poderoso río? —preguntó el felino.

La hormiga vio la curiara flotando, concluyendo:

—güiri-noko, el lugar donde se rema.

Juan Carlos Díaz Quilen

Mitos y leyendas de Venezuela

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Nota: Este relato obedece a la creación del Río Orinoco según el mito Yekuana.

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