Las Mujeres Que Mostraron Sus Cicatrices Por Cirugías Plásticas Mal Hechas
En este reportaje gráfico nueve víctimas denunciaron las marcas que quedaron en sus cuerpos después de someterse a malas prácticas médicas. Sus casos van desde prótesis metidas al revés hasta infecciones severas.
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La periodista Lorena Beltrán es una de las víctimas de las malas prácticas de cirugía plástica que aumentan cada día sin que haya ley efectiva para evitarlo. / Dirección fotográfica: Nelson Sierra
Desde hace unos meses se despertó la discusión alrededor de las cirugías plásticas en el país. Varios médicos decidieron hacer cursos que duran entre 6 meses y 2 años en Brasil y obtuvieron títulos dudosos de universidades en Perú o Argentina. Lea también: "Lo que Lady Noriega no contó sobre las cirugías plásticas").
Después, regresaron con diplomas de cirujanos plásticos, cuando en realidad una especialización en esta área tarda entre 4 y 5 años en internados intensivos. Avalados por el Ministerio de Educación, operaban a sus anchas y las denuncias no se hicieron esperar. Sumado a esto, el Congreso tumbó hace pocos días el proyecto de ley que regulaba estos procedimientos y con esto le dio le visto bueno a todos los médicos que incurren en una serie de prácticas cuestionables. (Le puede interesar: "Se hunde en Congreso proyecto de ley que reglamentaba las cirugías plásticas").
Este reportaje gráfico cuenta las historias de nueve mujeres que mostraron sus marcas físicas y relataron sus daños económicos y emocionales. Muchas quisieron permanecer en el anonimato, pero sus casos son dramáticos: amputación de senos, prótesis al revés, infecciones severas, pérdida de sensibilidad en algunas partes del cuerpo, deformidades en las piernas, trastornos psicológicos o de sueño y gastos de hasta $100 millones entre abogados, hospitalizaciones y cirugías reconstructivas.
Según datos de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica (ISAPS) y la Sociedad Colombiana de Cirugía Plástica (SCCP), el año pasado se realizaron 357.000 cirugías, entre plásticas, estéticas y reconstructivas. Eso significa que cada 5 minutos se hacen 3 procedimientos en Colombia y por eso el país es punto de referencia a nivel mundial y está entre los diez que son destino para este tipo de operaciones.
Aprovechándose de esta situación y para sacarle jugo al negocio, algunos de estos médicos se apropiaron de la cultura del mercantilismo y empezaron a convencer a sus pacientes, como ellas mismas relataron, de “comprar el paquete completo”, hacer más cirugías de las requeridas por las pacientes a un mejor precio y convencerlas de que necesitaban retocarse otras partes del cuerpo que no lucían muy bien. Estos son sus testimonios.
Cristina Trejos
44 años
Lugar: Medellín
Cirujano: Carlos Ramos Corena
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“Por cosas de la vida me topé en televisión con un comercial de Carlos Ramos y me llamó la atención porque brinda seguridad. Me quería hacer dos cirugías inicialmente: liposucción con cambio abdominal y retoque del labio izquierdo mayor de la vagina, porque yo me había cambiado de sexo hace 20 años. Cuadramos un paquete, porque él me dijo que eso me convendría mucho como artista y yo estaba a punto de lanzar mi CD. Acordamos que me haría depilación con láser en la barbilla, rinoplastia, mentón postizo, senos de 550 gramos, liposucción, hilos en la cadera, hilos de levantamiento de cejas, reparación de la vagina en labio izquierdo, diseño de sonrisa, gastos postoperatorios, gastos de enfermera, gastos de drogas y masajes. Todo eso a cambio de una propiedad que yo tenía. En total, 35 millones de pesos. El 17 de diciembre de 2009 empezó la primera cirugía en la clínica Aguacatal, que cuando la denuncié cambiaron de razón social a Arte y Cuerpo. Me pusieron anestesia pero estaba consciente y empecé a escuchar mucho vallenato en el quirófano, risas, burlas y sentí que me metieron algo por la vagina, que me lastimó. Ya no volví a acordarme de más. Al otro día sentía mucho dolor y al quitarme la faja me vi una chamba de izquierda a derecha horrible de una abdominosplastia que realizaron sin mi consentimiento. Siguió la otra cirugía el 23 de diciembre de 2009 del retoque vaginal y de la nariz. Justamente a mi hermana le hicieron rinoplastia ese día y el pedacito de hueso que le quitaron me lo metieron a mi, pero la nariz quedó torcida y me salen hongos en esa área. Cuando me miré la vagina, me la había mutilado toda, no me dejó labios inferiores ni exteriores y con esto vivo hace 7 años. La cavidad vaginal se cerró, la uretra me la movió y me la puso contra la pierna izquierda, para orinar tenía que manipularme los labios todos los días porque el hueco estaba aprisionado. La tercera cirugía fue el 19 de enero de 2010, para tratar de organizar todos los daños que hicieron, pero no pasó nada. La semana pasada un grupo de médicos me arregló la vía urinaria y voy mejor. Pero este señor me destruyó física, moral y económicamente. Todos los días siento esta impotencia. Lo que me da rabia es que este tipo es médico general y esteticista, no cirujano, y en los papeles dice que Carlos Bravo Nieto, que sí es cirujano, fue el que me operó, pero yo nunca hablé con él y yo sé que él no me hizo las cirugías. En las noches no concilio el sueño, es una pesadilla y me pregunto todos los días por qué me pasó esto”.
Liliana Fragoso
38 años
Lugar: Bogotá
Cirujano: Francisco Sales Puccini
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“Fui sólo para corregirme el abdomen, porque después de mis dos embarazos había quedado muy flácido. Cuando llegué a su consultorio me dijo que me iba a hacer, además de la lipectomía abdominal y la corrección de una hernia que tenía, mamoplastia de aumento y lipólisis láser en todo el cuerpo. En el consultorio, él tenía una biblia y, como yo soy cristiana, eso me dio más confianza. Me dijo que me iba a colocar prótesis Refinex, que son americanas y que duraban para toda la vida. El 23 de abril de 2014, cuando llegó el momento de la cirugía, me pareció que el sitio donde me iban a operar era como el cuarto de una casa; no era la Clínica del Country, pero tampoco un garaje. El doctor me citó a las 7 a.m. y llegó a las 11 a.m., muy afanado porque venía de Villavicencio, de otra operación. Abrió una maleta que traía con todos los instrumentos quirúrgicos envueltos en esparadrapo y eso fue raro, poco profesional. Después de la cirugía me desperté y tenía los senos gigantes, el pezón estaba arrugado, como una tela que se encoge, y sus contornos irregulares y alargados, tenía un seno más grande que el otro, y me sentía los bordes de la prótesis izquierda. Pasaron cinco meses y yo seguía deforme y con mucho dolor en un seno. Con mi esposo decidimos consultar a un cirujano reconstructivo. Cuando él me vio dijo que no había ninguna prótesis de por vida y que las mejores duran máximo 10 años. Le mostré el certificado de las mías y me dijo que no las conocía, que eran chinas, que aguantaban apenas tres años y eran las más baratas del mercado: cada una valía 250.000 pesos. El 8 de enero de 2015 me volví a operar y el nuevo doctor descubrió que el músculo estaba cercenado y una de las prótesis, la que me dolía, estaba al revés. Me dañó las glándulas mamarias, tengo que usar prótesis de por vida y perdí la sensibilidad completa del seno izquierdo”.
Diana Paola Cordero
35 años
Lugar: Montería
Cirujano: Ramiro Alberto Pestana
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“En agosto tuve la primera cita con él en la Clínica Oftalmológica de Córdoba, que hace cirugías ambulatorias para ojos, y cuando yo llegué no me atendió en un consultorio sino en una habitación. Me dijo que necesitaba abdominoplastia y liposucción y que la grasa resultante me la inyectaba en las nalgas. El 9 de diciembre de 2011 me citaron a las 10 a.m., pero me llamaron para decirme que llegara a las 2 p.m. a la clínica. Al otro día una parte del ombligo estaba roja y luego se empezó a inflamar. Al tercer día me hinché tanto que no se me veían los ojos. Me desmayé, tuvieron que llevarme por urgencias al hospital de Montería, donde me hicieron tres transfusiones de sangre y tenía un edema. Parecía una persona ahogada de lo hinchada que estaba. Yo era alérgica a la penicilina y él sabía, pero en urgencias descubrieron que me había dado un medicamento con ese componente. Empezaron a hacerme curaciones y drenajes, porque me salían bombas de agua por el cuerpo. Al día 18 ya estaba llena de líquido. Salía un olor fétido y sentía que me estaba pudriendo por dentro. Mi hermana me vio la herida y la tenía completamente abierta. Tomaron muestras de la herida y tenía dos bacterias. Me hicieron cuatro intervenciones para remover el tejido podrido y cuando vi la herida por primera vez pensé que me tenía que ahorcar. Me mandaron donde un nefrólogo y de ahí en adelante fueron nueve meses de recuperación en casa. Me echaban tres cremas a diario, tomaba ocho antibióticos todos los días y por eso se me cayeron los dientes. En los brazos ya no me cabía una puya más, entonces me las ponían en el cuello. Se me dañó el pelo, el cuerpo no aguantaba, me desmayaba, me caía. Me limpio el hueco con aplicadores y siento una puñalada en la propia vulva y no sé por qué será eso. Hay días en los que me siento desganada, me deprimo, me canso. Si pudiera retroceder el tiempo, no me operaría. Tengo un hueco en la barriga, en la parte de arriba no siento nada y a veces me meto puyitas para ver si despierta. Sacando cuentas, mi hermana se gastó como $80 millones. Me paran en la calle y me dicen: ‘Tú eres la muchacha del hueco’. Y como tengo huecos en todas partes, en la boca y en la barriga, ya le saco el chiste porque hemos llorado mucho”.
Adriana Guerrero
54 años
Lugar: Bogotá
Cirujano: Fabián Enrique Blanchar
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“Me operé el 15 de enero de 2007 porque me decían que tenía una cara muy bonita para ser tan gorda. Había oído hablar del doctor Blanchar en televisión y en radio porque había operado a Marbelle. Quería hacerme lipoescultura y lipectomía, para quitar grasa y estirar la piel y además de eso me dijo que me limaría la papada. Me operó en una clínica que se llama Innovation, pero antes no me hizo historia clínica. El día de la operación llegó borracho, con un tufo horrible, pero yo no me alarmé porque había tomado varios calmantes. Me había citado a las 9 a.m. y llegó a las 11 a.m., y cuando terminó la cirugía me dijo que me había quitado 12 kilos de grasa y tejidos. A partir del noveno día duré cinco días llena de líquido. Los dolores en el abdomen empeoraban con los días y la grasa no salía. Lo llamé varias veces y no apareció. Después, volvió a llegar borracho a la segunda consulta. Me hizo acostarme en una sala de pequeños procedimientos para hacerme una punción que sacara el líquido retenido. Me miré un día al espejo y mi ombligo se había desaparecido y en la misma sala de procedimientos buscó el ombligo y lo cosió: sin anestesia, sin tapabocas, sin ropa de aislamiento. Cuando ya tenía una infección en el estómago y se veía un hueco en el ombligo, decidí ir a la clínica Palermo, porque me habían recomendado a un buen infectólogo. En las pruebas que me hicieron salió que tenía dos bacterias intrahospitalarias, es decir, que son adquiridas en salas de cirugía. Llegué a la Clínica Marly y allá me dijeron que no sabían si me podían salvar porque las bacterias ya me estaban consumiendo la barriga y podían llegar a los órganos vitales. Me hicieron seis desbridamientos, que consisten en quitar el tejido muerto. Duré 17 días hospitalizada y salí con la herida abierta. Todavía siento dolor, se me encapsuló la grasa y ya no hay forma de quitarla, perdí el trabajo y me gasté más de 100 millones de pesos en este proceso entre abogados, esteticistas, cirugías y la hospitalización”.
Lorena Beltrán
21 años
Lugar: Bogotá
Cirujano: Francisco Sales Puccini
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“La cirugía de reducción de senos fue en junio de 2014. Se me abrió una herida que no cerró bien en la parte inferior, incluso me cabía una falange del dedo, por donde me salía líquido. Tuve que ponerme por mucho tiempo toallas higiénicas en los brasieres, para no manchar la ropa. Me decía que me aplicara gelatina sin sabor en la herida, que así mejoraría. De repente mi piel se empezó a poner grasosa y me recetó Isotritoneina, un medicamento dermatológico que, como efecto adverso, empeoró la cicatrización y me provocó además alteraciones emocionales. Me deprimía mucho. Eso nunca me lo advirtió. Ahora tengo una cicatriz atroz, es traumático tener que maquillarme primero los senos que la cara. En julio de 2015 él me hizo una corrección de la cicatriz y el remedio fue peor que la enfermedad. Me tatué “Still I rise” (“Todavía me levanto”) para verme en el espejo eso, antes que mis tetas, pero esas marcas emocionales, las que no se ven, son las que más pesan”.
Ana Margarita Giraldo
32 años
Lugar: Medellín
Cirujano: Rodolfo Chaparro y Juan Camilo Arango
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