Romance del Gato Negro. Cuentos de la Noche N2

in #cervantes6 years ago

La noche siempre fue su más fiel amiga. Él siempre fue su más devoto siervo.
Caminaba por las calles, caminaba por los tejados.
Entre cubos de basura reinventaba la palabra reciclaje, reinventaba la palabra exquisito.
Si bien miles de faroles trataban de engañarle, para él solo iluminaba la madre Selene.
Siempre cae de pie, siempre.
Siete vidas tuvo y ya solo una conserva.
Más listo, más desconfiado.
No es amigo de hombres, no es amigo de mujeres, no es amigo de nadie.
Orgulloso y altivo, zalamero consigo mismo y arisco ante los demás.
Nunca maúlla, nunca. Solo gruñe, saca las uñas y, en un parpadeo, desaparece.
El gato negro de negras pupilas.
El rey de la noche.

Tan arisco era que espantó a su suerte.
La suerte es rencorosa y vengativa, y acostumbra a ser ella la que marche, la que cambie, la que abandone. Verse exiliada le supuso un duro golpe y decidió que el gato negro pagaría por ello.
Durante meses la vida del felino se convirtió en una agonía.
Siempre llovía, siempre.
Las ratas robaban su sustento de los cubos de basura, enormes roedores a los que no podía hacer frente.
Los perros le acosaban.
Los hombres le acosaban.
Un perdigón perdido le dejó tuerto.
Una escoba olvidada le partió tres costillas.

La suerte observaba satisfecha los resultados de su castigo. La suerte sonreía; mas no a él, la suerte se reía del gato negro.
Pero él era orgulloso y nunca bajaba la cabeza. Sus escuálidos andares eran tan majestuosos como cuando fue señor de las calles. Su único ojo brillaba con la fuerza de antes.
Y seguía sin maullar. Solo gruñía, sacaba las uñas y en un parpadeo, desaparecía.
Y era aún más listo, más desconfiado.
Más amigo de sí mismo.
El rencor de la suerte era tal que decidió alterar las leyes escritas por los viejos dioses.
Después de un largo día de lluvia, un manto de hielo bajó de los cielos por la noche, cubriendo el mundo de cristal.
Paseaba el gato negro por los tejados, señor de la noche, fugitivo en su propio reino, sabedor de la saña de la suerte.
Quiso la suerte que diese un mal paso. Y lo dio.
Resbaló y cayó del tejado.
Rompió la suerte la ley universal y el gato no cayó de pie.
Sus huesos estallaron contra el asfalto.
Afloraron maullidos de su garganta.
Pronto el reino supo que el rey del orgullo había caído.
Pronto el reino supo que la voluntad de nada servía.
El reino de la noche adoraba a la suerte.
Y la suerte pareció olvidarse de él. Se dedicó a cosechar alabanzas, a escuchar ruegos y decidir cuales atendía y cuales desdeñaba.

No quiso la suerte que el gato negro fuese encontrado por nadie pero a pesar de no quererlo, una niña le encontró.
Quiso el depuesto rey resistirse, pero fue incapaz y acabó cautivo en la cárcel de ladrillos en que todo humano se cobija.
La pequeña era opuesta al felino. De ojos claros como los cielos, cabellos nacidos entre el trigo y el centeno.
Sonrisa perenne.
No era arisca, no sacaba las uñas.
Era afable y si parpadeabas, ella seguía allí, sonriendo.
El gato mejoró, sus huesos se recuperaron.
Su pelaje volvió a ser el que fue.
Su orgullo volvió a ser el que fue.
Seguía sacando las uñas, gruñendo.
Pero a ella no.
Maullaba, solo para ella, ronroneaba.
El rey tenía reina.

Y quiso la suerte volver a fijarse en el gato, y al verle feliz comprendió que el orgullo no se mataba con el portador del mismo, que el orgullo de un rey dependía siempre de su reino.
Persiguió la suerte todo un día a la pequeña, acosándola y amenazando con hacer saltar la muerte sobre ella.
Una teja que el viento hizo caer, un escape de gas, incluso la muy típica piel de plátano.
Todo ello lo eludió la pequeña.
Tuvo la suerte que maquinar algo realmente retorcido y dependiente de sí misma.
Quiso la suerte que un coche resbalase en un charco de aceite.
Quiso la suerte que los frenos fallasen.
Quiso la suerte hacer esto mientras la pequeña bajaba del autobús del colegio.
Y quiso la suerte que el coche arrollase a la pequeña reina.

Condenó la suerte a todo el que se acercase al orgulloso gato negro a sufrir él mismo castigo que para el mismo fue impuesto en su día.
Y el gato negro fue portador de mala suerte, por todos odiado.
Es ese gato negro, arisco. Gruñe, saca las uñas y desaparece, en un parpadeo.

Es ese gato negro que maúlla bajo tu ventana, niña de ojos claros.

Entreacto-Ay…gatito

La pequeña apenas hacía dos meses que aprendió a caminar y ya era una consumada exploradora.
Conocía todos los rincones de su casa y, cuando su madre sacaba a la niña de paseo, escapaba ávida de la inmensidad del mundo.
Sus pequeños pasitos eran rápidos y seguros.
Sus ojitos azules eran curiosos e inocentes.
Acostumbraba a perderse de vista en un parpadeo.
Acosadora de hojas caídas, las perseguía dejando al viento como guía de sus correrías.
Quiso el viento, que no la suerte, llevar a la pequeña a un callejón.
Oscuro como boca de lobo, lugar de crímenes y pasiones prohibidas.
Era ella demasiado pequeña para sentir miedo alguno y entró, apoyando las manos en las paredes para guiarse, en busca de la su inanimada presa.
Cuando su nariz rozó el ladrillo que ponía fin al oscuro callejón, se agachó y gateó en busca de la acorralada hoja de abedul.
Voces familiares clamaban a lo lejos su nombre, pero algo llamaba a la niña de ojos claros con más fuerza en la penumbra.
Sus delicados dedos palparon basura, viejos periódicos, restos de comida.
Y algo muy mullido.
“Miau”
Y ella sonrió.

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Gracias @rafabr . Forma parte de un libro que escribí en mi adolescencia y al que nunca di salida. Me alegra que te guste. Un abrazo.

Bienvenido a Steemit, interesante relato.
Gracias por visitar mi blog