10 historias de animales. #5 el Canario Libertad.
Imagen cortesía de Istockphoto
No conozco la libertad, desde que nací vivo viendo el mundo desde barrotes, siempre preso, siempre triste. No ha pasado un segundo desde que estoy aquí que no me queje de mi desgracia pero no hay forma, mi carcelero más bien disfruta viéndome sufrir.
Recuerdo que una vez tuve compañía en mi cautiverio, era una hembra de mi especie igual que yo pero de más edad, Dora era su nombre. Ella me trataba con cariño y me gustaba eso porque siempre he querido saber lo que se siente tener una madre, al menos la sensación de tener una familia. A diferencia mia Dora sí nació en libertad, me contaba historias de lo hermoso que es el campo desde arriba en el cielo, de lo deliciosa que es la comida allá afuera y la hermosa acuarela de colores que pintaban todas las aves en los árboles antes de ir a dormir. Se le notaba la nostalgia de esa época de su vida cuando relataba sus historias.
Dora odiaba con todas sus fuerzas el cautiverio, decía que no nació para estar enjaulada y cada vez que nuestro carcelero abría la puerta de la jaula para alimentarnos ella intentaba salir picoteando la mano del gigante, pero era infructuoso, él terminaba apretándola con su fuerza hasta dejarla casi sin aliento para posteriormente dejarla sin su ración de alpiste como castigo a su rebeldía. Siempre le dejaba un poco de mi ración para cuando Dora volvía en sí , ella con gusto lo aceptaba y comía calmada para luego seguir con su protesta y deseos de volar en libertad.
Una vez Dora dejó de protestar, se sentía cansada, sin fuerzas. Me dijo que se acerca el final del cautiverio, que pronto saldrá de la jaula a encontrarse con sus ancestros en el gran árbol de la vida, me pidió que nunca me acostumbre a estar cautivo porque aunque nunca experimenté eso que llaman libertad me decía que todos los canarios tenemos que volar alguna vez en nuestras vidas sin el estorbo de los barrotes. Ese día hizo silencio y nunca más la volví a ver, se cumplíó su sueño, salió de la jaula, para una caja de cartón pero salió.
Las palabras de Dora y su lucha por ser libre siempre me causaron impacto y curiosidad al mismo tiempo, evidentemente cualquier cosa es mejor que estar aquí dentro de 100 barrotes de metal y un columpio pero esa forma tan nostálgica que tenía la vieja canaria en describirla me convenció en querer alcanzar ese sueño, más bien deber que todo cautivo desea: la libertad.
Claro, una cosa es decirlo y otra es hacerlo, ¿cómo salir de aquí sin morir en el intento?, todos los días me preguntaba eso pero la respuesta siempre brillaba por su ausencia. ¿Aplicar la táctica de Dora y atacar a mi captor?, no creo que funcione, no me gusta cuando me toma con sus enormes garras hasta dejarme inconsciente y sin comida. Debo hacer otra cosa, ¿pero qué?.
La respuesta llegó en forma de niño, era un chico de enormes ojos marrones como dos almendras, Simoncito le decían. Le gustaba correr con su perro, trepar a los árboles de mango y comer sus frutos, jugar a las espadas, todo le daba curiosidad, todo lo experimentaba. Yo disfrutaba verlo porque a través de ese niño comprendí las palabras de Dora y su aprecio por la libertad.
Simoncito era un apasionado de la vida al aire libre, no le gustaba estar encerrado en casa aunque por eso vivía castigado, los mismos gigantes que me encerraron a mi también gustaban de castigar al niño manteniéndole preso en su habitación "para que se le quite lo rebelde" decían. Mientras más lloraba y protestaba Simoncito menos atendían a sus ruegos por salir, curiosamente todo lo contrario a mi, cuando más protesto y exijo libertad es cuando más quieren oirme, pero lamentablemente creen que los entretengo cantando.
Simoncito sí me entendía, él más que nadie en esa casa sabía el significado de la libertad. Todos los días el niño pasaba frente a mi jaula y me veía con lástima. Hablaba conmigo, decía que mi canto no era de felicidad sino tristeza por no poder salir nunca de mi "habitación", era el único que de verdad me comprendía.
Una madrugada sentí una silueta tras la cortina que cubre mi prisión, desperté nerviosamente, comencé a gritar desesperado hasta que sentí la voz de Simoncito: "silencio canario, vengo a liberarte", en seguida comprendí su orden y le hice caso. Tomó la jaula y nos fuimos al monte, son mirar atrás, antes de liberarme me dio algo de comer y me dijo: "come algo, necesitarás energía para volar". Yo estaba ansioso, no quería comer sólo quería que abriera la jaula para remontar los cielos por primera vez.
Simoncito me sonrió, me pidió que nunca me dejara atrapar por nadie, acto seguido me dijo !VUELA¡, abrió la puerta de la jaula, extendí mis alas y salí rumbo al cielo. Dora tenía razón, no hay nada como volar sin barrotes al frente.
Carlos D. Pérez Guerrero / @waraira777
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